viernes, 29 de octubre de 2010

Desde la silla

  
     Desde la silla espero que con tu llegada alumbres los tonos grises de mi atardecer. Me desprendí de mis ropas y con ello me desembaracé de esas preocupaciones que se engancharon a mí durante el día. Sentí el aire vistiendo mis desnudeces y retrocedí a ese instante de mi primera desnudez en que broté a la vida.
       Luego, en la ducha, el agua envolvió mi piel plácidamente en sus relajos y el tacto algodonoso de la toalla acabó de sosegarme. Ahora me siento en la silla, así, desnuda, como si me estuviera presentando abierta ante ti, gozando de tu dulce espera. Dejo que mi mente vuele y me dejo invadir que ese cariño que me tienes y al que me resulta tan imposible ponerle nombre. Y no puedo por menos de sentirme dichosa y afortunada de tenerte a ti de esta manera tan inmensa, tan mía, tan tuya, tan nuestra. Y esa felicidad y mi deseo apasionado por ti, por tenerte,  provoca el que mi asiento  se salpique levemente de esas partículas húmedas que brotan de entre mis piernas.
         Hay hueco detrás de mí en la silla. Sé que no tardarás en llegar y te sentarás tras de mí, rodeándome con tu brazo en torno a mi cuerpo. Sólo por sentirte así, en ese instante, sé que habrá valido la pena vivir este día. Mientras, sigo esperándote desde la silla.

sábado, 16 de octubre de 2010

Paseando por la playa

    
 ¿Te acuerdas? Fue en los primeros días de conocernos. Me habías invitado a conocer tu tierra, que es tan diferente a la mía, yo descubría admirado  todo lo que me rodeaba con esos ojos nuevos que sólo tienen los forasteros.  Me habías enseñado bosques verdes y umbríos, montañas que se alzaban más alta que las nubes coronando un paisaje de exhuberancias para mí desconocidas y viejos pueblos con sabor  y aliento siempre nuevos. Aquella mañana me dijiste que me llevarías a un sitio diferente. Mientras viajábamos en el coche por aquella carretera estrecha y solitaria aumentaba mi intriga y entusiasmo, sabía que me ibas conociendo muy bien y acertabas en todo lo que te proponías.
          Detuviste tu coche en un sitio precioso frente a un mar que se extendía azul y rutilante hasta el horizonte. Descendimos por unos mal trazados escalones hasta una cala desierta de arena blanca y fina. Habérmelo dicho y me hubiera traído el bañador, te dije con un encono mal disimulado. A lo que repusiste en silencio, poniendo un dedo en tu boca, mientras con tu otra mano empezabas a quitarte los botones de la camisa, que dejaste sobre la arena. Luego fueron los pantalones y cuando le siguió tus slips, quedaste totalmente desnudo. Al principio me dio no se qué y no "te" miraba...pero luego...¡qué narices! Te miré y te "lo" miré. Me gustó descubrir tu cuerpo desnudo, tu pecho ancho y liso, con esa mata de pelo negro que descendía desde tu ombligo, tus piernas torneadas y entre ellas tu sexo que pendía, como quien no quiere la cosa, brillando a la luz de sol.
                Me sentí tan cómoda que mirándote, mientras estudiaba los gestos de tu rostro, fui desnudándome y dejando que mi cuerpo fuera acariciado, cada vez en más extensión, hasta llegar al cien por cien, por la luz del sol. Pensaba que hacía bien siguiendo los consejos de mi madre: al  salir a la calle siempre depilada y con las bragas limpias...aunque creo que no te fijaste demasiado en mis bragas.
                Sin decir nada, pero manteniendo tu sonrisa, me alargaste tu mano rugosa y fuerte y cogidos de la mano nos pusimos a pasear por la orilla. Hablamos, reímos, sin soltarnos, abrazados por aquel aire que acariciaba todos los poros de nuestra piel. Anduvimos hasta que el cansancio y el calor nos empujaron al baño. Corrimos hasta dentro del mar y sentimos esa aparente pérdida de gravedad que proporcionaba el agua a nuestros cuerpos, dejándonos mecer por las olas. Te acercaste a mí con el flequillo húmedo tapándote los ojos y me rodeaste con tus brazos. De pronto me asusté, ingenua de mí, al pensar que un pez de apariencia dura se me había colado entre las piernas, pero eras tú... Me provocó una sonrisa que tu interrumpiste con tus labios, mientras mis otros labios te daban la más dulce bienvenida y mis piernas rodeaban tus nalgas, creándose un doble beso del que nunca me he podido olvidar.

martes, 12 de octubre de 2010

Cuando cuelga...



         Me gusta verte cómo te cuelga… Cuando te alzas frente a mí y me agacho con mi vista a la altura de tu barriga. Te miro con descaro, tu ombligo y esa pelusa negra que desciende a borbotones hasta  ese rincón de ti, que tanto me enloquece. Aspiro tu olor intenso que me envuelve y me atrae como un imán irresistible, engolosinando el aire que respiro. Siento como mi deseo crece de sólo mirarla. La tomo entre mis manos, me gusta ese color sonrosado que tiene, que muta a lila oscuro en otras zonas. Me gusta acariciar esas venas que la rodean adornándola y contemplar cómo se van hinchando a la par que varían su textura, la van endureciendo poco a poco, hasta semejar el mástil enhiesto de un bergantín.
                Mi mirada, en ese instante, quiere competir en brillo con la de esas gotas que tímida asoman en tu punta y lánguidamente empiezan a descender, vistiendo su funda exterior de canalillos estrechos de reflejos húmedos. Despiertas mi apetito y mi boca se hace agua, pidiendo que tú la sacies, con tu sexo, que se introduce dentro y rellena totalmente el interior de mi boca. Degusto su sabor, salado y dulce al mismo tiempo, que desata mi ansia, que noto fluir entre mis piernas.  Deslizo mis labios, arriba y abajo, en un movimiento de mimoso vaivén y voy notando como mi boca se va abriendo por el aumento de tu anchura y cómo acompasándose a mis movimientos, tu sexo empieza a temblar, como en la génesis de una erupción volcánica, hasta que no aguantas más y te dejas ir… Tu catarata íntima rebosa mi boca y mientras tu  jugo cálido desciende por mi garganta, un estremecimiento de placer recorre todo mi cuerpo.

martes, 5 de octubre de 2010

Paladeándote

       
 No dejo de recordar el sabor de tu piel, envuelto en esos aromas lúbricos que se agarran a mi nariz. Me gusta decirte lo que siento por ti simplemente paladeando tu cuello con mi lengua, anudando el vello de tu pecho y provocando dureza en tus tetillas que se transforman en placer sensible para ti. Quiero impregnar todo tu cuello en mi saliva y dejar que tu cuerpo se pierda en los remolinos dorados de mis caricias empapándote de tal manera en su ternura, que cuando estés lejos de ti no te olvides de cuánto te quiero.