sábado, 21 de enero de 2012

Besos bajo la luna

        
        Era una noche de luna llena, envuelta en un calor viscoso, tras una agradable cena nos fuimos a pasear junto a la orilla. La playa estaba salpicada de hogueras, era la noche de San Juan, que como una plaga de luciérnagas se extendían en la distancia. Con los zapatos en las manos anduvimos acompasadas por la orilla, gozando de ese grato contraste entre la humedad del agua y el masajeo arenoso de la planta de nuestros pies.
         Nos miramos a los ojos, luego hacia el mar y sin decirnos nada, nos desnudamos, dejando resbalar nuestros vestidos hacia la arena, mientras sentíamos la caricia de la brisa cálida de la noche sobre nuestra piel. Nos introdujimos en el mar con nuestros dedos entrelazados, como si con ello expulsáramos el respeto que teníamos hacia las oscuras aguas y hundimos nuestras cabezas bajo una ola.
         Al sacar la cabeza y verte brotar del mar, como una sirena no pude resistirlo y la visión de tus turgentes pechos hizo que, la liviana atracción de tus labios que me había perseguido durante toda la noche, se convirtiera en irresistible. Mi cuello se inclinó hacia el tuyo y por un instante sentí tu respiración pegada a mí, mientras mis labios se posaban sobre los tuyos, que los acogían con la mayor de las dulzuras. Al principio con una cierta levedad y envalentonada por tu ardiente recibimiento, luego con una mayor intensidad. Gusté el tacto jugoso y húmedo de tus labios y quise hacerlos míos. Te besé aspirando tu sabor y gustando la dulzura de tu saliva, que al mezclarse con la mía, la sentía borbotear. El mecido leve del mar agitaba nuestros cuerpos y abrí mi boca para recibir tu lengua, que exploró todo el interior de mi boca hasta toparse con la mía y enzarzarse con ella en un sensual baile. Me gustaba el cosquilleo de tus pestañas sobre mi rostro  y en esos momentos que abría los ojos, disfrutar de esos brillos que la luna deslizaba por tus cabellos. Y disfrutamos entre olas, envolviéndonos en múltiples contactos.
         El tiempo transcurrió, veloz como una saeta, en aquel rato de  acrobacias acuáticas a dos. Nunca había disfrutado de una sesión de besos como aquella. Al terminar nos miramos a los ojos, nuestros cuerpos arrugados por el agua, y nos lanzamos una sonrisa, nos cogimos una mano. Los primeros rayos del amanecer salpicaban el horizonte, mi última mirada, tras dejarme flotar por las aguas, fue hacia tus pechos que erectos, destacaban fuera del agua como dos islotes gemelos y apetecibles.

jueves, 12 de enero de 2012

En pareja dos


            Anhelo ese dúo inolvidable que forman tus pechos. Ese inconfundible olor  que provoca a mi pituitaria cuando mi nariz se sumerge entre ellos. Su sabor almibarado que mi lengua lame inagotablemente, cuando, cada vez que lo recorre, lo hace con esa sensación siempre nueva de quien se posa en planetas inexplorados, contribuyendo a ello sus formas turgentemente esféricas..
            Me gusta acariciarlos con mis dedos. Primero muy suavemente, con esa levedad, casi disimulada, que eriza los corpúsculos de tu epidermis, adornándola de esa manera tan sensualmente original. Luego, con más intensidad, mientras mi mirada lúbrica se alterna entre tus pezones oscuros, que crecen como volviéndose sobre sí mismo, y tus ojos que miran al techo, como queriendo ahondar en tus sensaciones. Caricias en torno a esos pezones, sin tocarlos, haciendo que ansíen ser acariciados y cauterizando sus deseos con la cálida humedad de mi lengua.
            Ábreme tus pechos y abraza la dureza de mi sexo, iluminadamente gozoso con su puntita goteante. Amásalo con ese frotamiento dulce que le proporcionas cuando se desliza entre ellos, hasta que su creciente reciedumbre se me haga insoportable y vierta, regándote con el más dulce de mis jugos y convirtiendo tus pechos en dos hermosas cimas nevadas.