viernes, 30 de marzo de 2012

Algunas y otras veces


Algunas veces me siento segura en mi rutina, pero otras veces mis sueños rompen todos los moldes y vuelan más allá de las estrellas.
Algunas veces la soledad es mi compañera y amiga, pero otras veces tu contacto íntimo es lo que más deseo.
Algunas veces me solazo con el pisoteo de las hojas secas que acompañan a la sinfonía de colores otoñales, pero otras veces es el despertar de la primavera el que hincha mi espíritu.
Algunas veces soy pudorosa y comedida, pero otras veces, cómo me ocurre en esta ocasión, quiero desvergonzarme, arrojar lejos mi camiseta y liberar mis pechos que oscilen descompasadamente en el aire. Dejármelos mimar por la caricia del aire y endulzar por el deseoso descaro de tu mirada.

domingo, 25 de marzo de 2012

Olores urbanos

             Caminábamos por la calle, en una tarde bulliciosa de primavera. La buena temperatura había expulsado a la gente de sus casas, con lo que se hacía complicado hasta dar un paso. De pronto mi nariz, como si aparentemente se hubiera estirado, empezó a percibir un extraño amasijo de olores. El olor a torrijas que alimentaba el aire por el que parecían circular calorías. Los vapores de incienso de una tienda cofrade. El aroma que traspasaba la puerta del bar del café de media tarde. Los perfumes primaverales de las mujeres con que me cruzaban, mezclado con ese otro olor que denotaba que aquellos vestidos de escuetas telas estaban recién sacados de los armarios. Y la explosión silenciosa del azahar que salpicaba los naranjos que se alineaban en la acera, junto con ese aroma tan próximo a mí y tan tuyo. Tal cúmulo de sensaciones en mi nariz, produjo una peculiar e instantánea excitación del resto de mis sentidos.

-¿Cómo sientes tú, que padeces anosmia, todo lo que me provoca esta borrachera de olores que nos rodea?- te pregunté con curiosidad.
-Mira- y me señalaste tu brazo con tu epidermis sensiblemente erizada, no precisamente por el frío, donde tu pelusilla rubia se erguía como minúsculos estandartes.
               
           Acaricié la llamada de aquella piel con las yemas de mis dedos y entonces fue cuando me diste un tirón de la mano, arrastrándome hacia el interior de una casapuerta oscura. En un instante me encontré contra la pared, rodeado por tus brazos y con tu lengua, melosa, primero dibujando mi cuello con la punta de tu lengua y después esculcándome con ella, como si intentaras arrancar sabores del interior de mi boca. Me sentí inundado por ti, apagándose el resto de mis sensaciones, y me di cuenta que tu carencia de olfato acentuaba, ¡y de qué manera!, otras facetas aparentemente apaciguadas de tu sensibilidad. Lo pensaba mientras, tras un complicado forcejeo con mi cremallera, yo te ahondaba por tus abajos, mientras me sentía cálidamente acompañado por ese jugo que manaba vivamente de tu interior.

martes, 20 de marzo de 2012

Sabor a primavera

            Fue un día, parecido a tantos otros, ya desprovisto de los colores grises del invierno, el que hoy me ha venido a la memoria. Había sido una maravillosa jornada en la que durante horas, con mi brazo rodeando tu cintura y nuestros corazones trenzados, caminamos al unísono, durante muchas horas.
            Cuando llegamos a tu casa sacudiste tus pies en el aire, golpeando contra el suelo un zapato tras otro, despertando en tu rostro un gesto de alivio. Dejaste que tu vestido resbalara hasta tus pies y abandonaste tu cuerpo horizontalmente, mientras el colchón acogía su desnudez. Levantaste tus piernas y tus pies quedaron a la altura de mis labios…
        Solacé mi vista ante aquella planta polvorienta, sintiéndome irremisiblemente atraído por ella. Desprendía un olor atractivamente acre que engolosinaba mi pituitaria desde tu más profunda intimidad. Mis labios humedecidos en saliva iban disolviendo aquellos tiznes oscuros a la par que iba apropiándome de tu sabor. Los dedos de tus pies, coronados de uñas con un seductor brillo nacarado se agitaban al aire, desentumeciendo, con ello, el esfuerzo del día y embelesando a mi boca, que gustosa succionó tu dedo meñique, que se removía saltando sobre mi lengua como en una cama elástica. Empapado de saliva dejó el turno a su compañero. Los deglutía y saboreaba, exprimiendo sus sabores. Uno tras otro, lenta y mimosamente fueron brillando y empapándose de mi saliva, hasta llegar a tu dedo gordo. Mis labios tuvieron que dilatarse para que pasara al interior de mi boca. Cerré los ojos y lo fui chupando muy mansamente, como si se tratara de un sabroso manjar que nunca se consumía. Sentí la dureza de tu uña descansando sobre mi lengua y mis dientes acariciaron el dedo de arriba abajo. Rocé con él mi campanilla, ahogando ese dedo, tan único y tan sintiéndolo mío, en saliva y disfrutando al ver cómo te lo empapaba.
          Tu pierna se estiró mimosamente y con ella todo tu cuerpo semejó estremecerse placenteramente, como si cada célula contagiara a las de al lado. Desde mi posición podía ver cómo ibas perdiendo tu aparente lasitud y crecían tus pezones, sin necesidad de tocarlos. Tus manos se asieron con fuerza al colchón, tu cuello se estiró hacia atrás, tus pestañas se abrazaron dejando al descubierto la desnudez de tus párpados y tu boca de labios entreabiertos, por la que escapaba un aire que se iba acelerando a medida que me sentías más tuyo...
            Un gemido débil, que se estiró en el tiempo, salió de tu boca y tras unos instantes en que tus músculos se tensaron, toda tú pareciste desplomarte sobre aquel colchón, entonces fue cuando me acordé a qué sabor tan especial me recordaba tu pie: a ese sabor dulce y excitante que tiene cada comienzo de primavera.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El antipulpo

        Sus primeros recuerdos adolescentes eran de cómo los niños se habían convertido en hombres y estaban asociados a la transformación de sus brazos en peludos y musculosos, algo que tanto le llamaba la atención. ¡Cuidado!, son como pulpos, le advertía su madre, que se enroscan en torno a tu cuerpo para tocarte todo lo que puedan.
        No supo cómo, pero con el tiempo, la que fue inicial repugnancia, tras algunos primeros contactos, tornó en gratos deleites. No fueron tantos como ella hubiera querido y la memoria ya había hecho lo imposible por borrar los que algún día disfrutó.
        Pasaron los años y ahora su propia cama se había convertido en un peculiar acuario con la reiterativa compañía de unos de estos moluscos cefalópodos. Sentía su propio cuerpo como agostado, carente de esa vitalidad que alguna vez le produjo la penetración, en su deseosa hondonada, de su miembro masculino, hoy ya tan inaccesible y desconocido, Percibe, a su lado, la respiración ajena y adormilada en aquella cercanía, que ya quisiera ella que fuera íntima, y se suplica a sí misma, como si eso sirviera para algo, por saborear el abrazo intenso de sus tentáculos. Ansía que se deslicen a lo largo de su cuerpo desnudo, que la rodeen y la abracen con fuerza,… pero eso sólo ocurre cuando su subconsciente le regala bonitos sueños.
       Como un intento postrero, agarra aquel pesado brazo, colocándolo sobre su cuerpo, deseando e invitándolo a que alboroce su femineidad, pero éste se niega a responder y cuando lentamente se retrae hacia atrás, volviendo a su posición inicial, siente un inmenso dolor, como si la desgarraran con ganchos invisibles. A estas alturas ni siquiera pide ella caricias, se conformaría con simples roces, que despabilaran su cuerpo y le revelen que está viva, aunque fueran elongaciones de pulpos extraños y de tentáculos de cualesquiera formas y texturas…
        Mientras el riego de sus lágrimas se desliza en manantiales por la superficie de una piel que no fructificará, ella piensa que tuvo mala suerte y ¿ya no tiene remedio? Porque lleva veinte años en defectuosa coyunda con el que está seguro de que es un antipulpo.