Me gusta como esculpes las palabras y extraes ideas de formas exquisitas
de la piedra informe que tienes entre tus manos, hasta que logras mostrarme con
ellas los trozos más valiosos de tu corazón. Siempre has tenido esa rara pericia,
desde el principio de conocernos, hace ya tantos años…aunque en este caso ¡nunca
es demasiado tiempo! Al principio no era consciente de ella, nuestra mutua
torpeza, que enturbiaba mi mirada, hacía que me fijara más en las lascas que
saltaban que en el resultado de aquella
piedra rugosa que modelabas.
Los años han pasado y tu
martilleo constante sobre la piedra te ha convertido en el más hábil de los artesanos.
Tus palabras brotan como tallos verdes de primavera, las vas haciendo crecer
despojándole de todos esos artificios que estorban su lozanía hasta conseguir
esas formas únicas de irresistible belleza que hablan de ti, de mí y de
nosotros y recrean en mis recuerdos las caricias de tus manos y el empuje arduo
de tu sexo cada vez que me adornaste con él entre mis piernas. Como si tuvieran alas se desprenden del bloque
inicial volando hasta mí. Incluso en la lejanía logras envolverme con ellas a
semejanza de un manto de besos. Me recreo en esas sensaciones y una vez más me
dejo llevar de la mano por ti, mientras me atraviesas con ellas hasta lo más
hondo. Al posarse sobre mí me abrazan,
envolviéndome en tu ternura, y me abrasan, haciendo arder mi corazón.
Nunca he sabido cómo
lo consigues, pero tus palabras me provocan placenteros temblores, que a semejanza de caricias, incluso en la
distancia logras conducirme como en fluido torrente hacia lo más hondo de tu estuario.
Continúa produciéndolas y no te canses nunca de crearlas, que ellas, como
anhelante lluvia, sigan calmando mis tiempos de sequía.