martes, 29 de octubre de 2013

Huida motorizada

        

         Le despertó el ruido de la puerta al cerrarse y girándose hacia aquel lado de la cama, que ella había ocupado en los últimos veinte años, se dio cuenta de que estaba vacío y que en su lugar sólo había un papel cuidadosamente doblado. Lo tomó con sus dedos y poniéndolo a la altura de sus ojos, aún entrecerrados, se puso a leerlo:
“Me voy.  Esa cuerda de mi paciencia, tensada hasta el máximo, ha saltado. Mi cuerpo, aunque después de tanto tiempo esté aparentemente envuelto de tu contagiosa apatía,  necesita esas caricias que durante tantos años me has negado.  Estoy harta de despertar por las mañanas buscando el aliento de tus besos mientras girabas tus labios  porque es que, a esas horas, no estabas “motivado”. Estoy  cansada de acariciar tu pecho, recorrerlo una y mil veces con mis dedos, ante la indiferencia de tu piel y la consciencia  de que tus manos no se separan de tu cuerpo para engalanar, con tus dedos ni siquiera mínimamente, el mío.  Mi deseo anhelante y machaconamente truncado se ahogan en la humedad de mis lágrimas,  ya secas a estas alturas.
Puedes estar tranquilo, no te intranquilizaré más acercando mi mano a tu entrepierna a la búsqueda de esa parte de ti, que ansiaba recibir con desesperación y que erróneamente pensaba  que sería el colmo de mis goces, mientras que, repetidamente, me tratabas con la más flácida de sus indiferencias. Dejaré para siempre esa búsqueda fracasada de ese abrazo anhelante entre las sábanas, en la que terminaba exclusivamente encontrando la soledad de mis brazos. 
A partir de ahora sé que no cuento contigo, todos estos años me has sumido en una equivocada duda, pero también sé que cuento totalmente conmigo y que nunca más bombardearás mi autoestima con esa carencia tuya que siempre disfrazabas como incapacidad mía. Te deseo lo mejor, yo por mi parte sé que a partir de ahora sí estaré mejor que nunca. Me llevo la moto. “
Cuando él terminó de leer, le sorprendió, a través de la ventana, el sonido del arranque de la moto,  que habían compartido de una manera más viva que el colchón. La intensidad del  motor fue disminuyendo a medida que ésta se alejaba. Él se arropó con las sábanas y cerró sus ojos para seguir durmiendo, mientras ella,  circulando por la autopista a toda velocidad, por primera vez en mucho tiempo, al recibir de frente sobre su cuerpo desnudo la fuerza del aire, sintió todo su cuerpo envuelto en una maravillosa caricia.