¿Te acuerdas? Fue en los primeros días de conocernos. Me habías invitado a conocer tu tierra, que es tan diferente a la mía, yo descubría admirado todo lo que me rodeaba con esos ojos nuevos que sólo tienen los forasteros. Me habías enseñado bosques verdes y umbríos, montañas que se alzaban más alta que las nubes coronando un paisaje de exhuberancias para mí desconocidas y viejos pueblos con sabor y aliento siempre nuevos. Aquella mañana me dijiste que me llevarías a un sitio diferente. Mientras viajábamos en el coche por aquella carretera estrecha y solitaria aumentaba mi intriga y entusiasmo, sabía que me ibas conociendo muy bien y acertabas en todo lo que te proponías.
Detuviste tu coche en un sitio precioso frente a un mar que se extendía azul y rutilante hasta el horizonte. Descendimos por unos mal trazados escalones hasta una cala desierta de arena blanca y fina. Habérmelo dicho y me hubiera traído el bañador, te dije con un encono mal disimulado. A lo que repusiste en silencio, poniendo un dedo en tu boca, mientras con tu otra mano empezabas a quitarte los botones de la camisa, que dejaste sobre la arena. Luego fueron los pantalones y cuando le siguió tus slips, quedaste totalmente desnudo. Al principio me dio no se qué y no "te" miraba...pero luego...¡qué narices! Te miré y te "lo" miré. Me gustó descubrir tu cuerpo desnudo, tu pecho ancho y liso, con esa mata de pelo negro que descendía desde tu ombligo, tus piernas torneadas y entre ellas tu sexo que pendía, como quien no quiere la cosa, brillando a la luz de sol.
Me sentí tan cómoda que mirándote, mientras estudiaba los gestos de tu rostro, fui desnudándome y dejando que mi cuerpo fuera acariciado, cada vez en más extensión, hasta llegar al cien por cien, por la luz del sol. Pensaba que hacía bien siguiendo los consejos de mi madre: al salir a la calle siempre depilada y con las bragas limpias...aunque creo que no te fijaste demasiado en mis bragas.
Sin decir nada, pero manteniendo tu sonrisa, me alargaste tu mano rugosa y fuerte y cogidos de la mano nos pusimos a pasear por la orilla. Hablamos, reímos, sin soltarnos, abrazados por aquel aire que acariciaba todos los poros de nuestra piel. Anduvimos hasta que el cansancio y el calor nos empujaron al baño. Corrimos hasta dentro del mar y sentimos esa aparente pérdida de gravedad que proporcionaba el agua a nuestros cuerpos, dejándonos mecer por las olas. Te acercaste a mí con el flequillo húmedo tapándote los ojos y me rodeaste con tus brazos. De pronto me asusté, ingenua de mí, al pensar que un pez de apariencia dura se me había colado entre las piernas, pero eras tú... Me provocó una sonrisa que tu interrumpiste con tus labios, mientras mis otros labios te daban la más dulce bienvenida y mis piernas rodeaban tus nalgas, creándose un doble beso del que nunca me he podido olvidar.