Ella se daba cuenta de que aquellos placenteros días eran un mero paréntesis en su vida. Tras ocho años de directora de una central nuclear, la presiones de los ecologistas habían acabado con su trabajo y ennegrecido su futuro. Quiso huir de aquel presente de cielos grises en su nativa Escocia y se fue a emborracharse de sol a aquella costa luminosa de la España mediterránea. Aunque no quería pensarlo, continuamente una pregunta acudía a su cabeza: ¿qué iba a hacer a partir de ahora?
Cada cierto tiempo y cuando sentía su blanca piel demasiado soleada se metía en el agua y se dejaba arrastrar por la espuma de las olas, que si bien cauterizaban, en parte, sus heridas no le hacían superar su amargura. Aquella mañana mientras paseaba por la playa con su sombrilla amarilla en la mano, para protegerse del sol, vio una larga cola de mujeres que serpenteaba hasta un chiringuito. Se interesó, curiosa, por aquello y le comentaron que estaban haciendo un “casting”, eso le dijo su antecesora en la cola, para elegir una educadora para los dos niños de un jeque árabe que veraneaba allí durante todo el año con unas estupendas condiciones y un sueldo de ensueño. Tras varias horas de paciente espera y cuando el sol había caído bastante sobre el horizonte le llegó su turno.
El secretario del jeque le planteó un extenso cuestionario sobre su formación y su carácter. ¿Era cosa suya o estaba viendo que el rostro de él indicaba que estaba contento con lo que oía? Le hizo una última pregunta:
-¿Cómo se llama?
-Mary Poppins- contestó ella.
Aquel nombre y apellido lo terminaron de convencer. El puesto fue suyo.
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