…pero sí esa sensación de íntima cercanía entre nosotros como fue el sentir, por primera vez, el contacto de tu mano con la mía. Fue el inicio de una nueva forma de comunicarnos, más rica que las simples palabras, que hizo fluir hacia la tuya ese calor que implica nuestra diferencia habitual de temperaturas. Nuestros dedos se degustaron entrelazados en variadas piruetas y se reconocieron mutuamente en sus formas y esquinas. Capté tus distintos lenguajes: tu presión firme que me sostiene, el roce etéreo de tus dedos que tan gratamente me estimula, el acogedor mimo de tus yemas que compiten con las mías en caricias.
Desde entonces mi mano ha cambiado, no en aspecto ni en textura, sino en ese sentimiento de felicidad que le embarga. Ha perdido las ataduras invisibles que la encadenaban a la nada, porque sabe que cuando tiene necesidad de alguien, sólo tiene que estirarse esos centímetros que la separan de la tuya, para sentirse, para sentirme, totalmente llena de ti.
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