miércoles, 2 de marzo de 2011

Dibujándote


             Fue un día de rezagada primavera, en que no tenía que trabajar y cogí el coche para ir a dibujar a una cala, que me gusta especialmente, porque cuando las olas, con sus rizos de espuma peinan las rocas emiten melodiosos y cantarines gorjeos. Llevaba mi  cuaderno y mi bolígrafo, mientras paseaba por aquellas arenas desiertas, cuando  al girar un recodo tras las rocas, la vi tendida boca abajo sobre tu toalla rosa.
                Contemplé el maravilloso espectáculo de tu cuerpo desnudo,  con brillos aceitosos que le arrancaba los rayos de sol y que rompía, bruscamente, la monotonía arenosa y plana de la playa y me senté junto a ella para observarla con detenimiento. Estaba inmóvil, sólo el movimiento de su respiración provocaba un sinuoso y sosegado movimiento que empezaba desde su nuca y serpenteaba por sus prietas nalgas hasta disolverse en las plantas de los pies. El aire agitaba graciosamente su flequillo negro.
                No me pude resistir y para empatizar con ella me despojé del bañador. Me senté, sintiendo en mi piel el cálido cosquilleo de la arena y empecé a capturar sus líneas sobre el papel. Hice un boceto de pocas líneas, tracé posteriormente su perfil, cuidando la perspectiva y cuando ya tuve trazada su figura me dediqué a darle vida mediante las sombras. Este rato es en el que más disfruté, era como si a medida que su figura iba naciendo en el papel la fuera haciendo mía. Tanto….que hasta alguna parte de mi cuerpo, ajena a la mirada de cualquiera, iba desarrollando su más firme aspecto, influenciado por aquellas líneas.
                Lo de ajeno a las miradas…era relativo, porque una de las veces que levanté la mirada de aquel dibujo ya casi terminado, descubrí el brillo de sus ojos, atisbándome curiosa, a través de su flequillo. A ello  le siguió una sonrisa por su parte y un desperezamiento, mientras me observaba curiosa. Se levantó de la toalla, mostrando una delantera que dejaba empequeñecida su belleza trasera y acercándose a mí, se agachó para contemplar sobre mi hombro el dibujo que le había hecho. Sentí el intenso olor del bronceador en su piel, ahora tan cercana a mi. Me dio un beso suave y me dijo una frase que fue el prólogo de una mañana inolvidable:
-¿Quieres que me tienda sobre ti como estaba  antes sobre mi toalla?
         Demasiado que no se me voló el dibujo con el viento que hizo después y puedo colgarlo aquí…

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