Llevaba mucho tiempo esperando ese momento. Nuestro progresivo y paulatino acercamiento fue dando formas a mi deseo creciente de intimidad contigo. Un deseo irrefrenable de pura hambre, que bien sabía yo que sólo podía calmarse con la mayor de las cercanías posibles contigo. Al fin nuestra pasión venció a los restos últimos de nuestros pudores y nuestros cuerpos desnudos, al enfrentarse con tanta proximidad, parecieron reflejarse mutuamente. Nuestros poros abiertos, el vello erizado y las gotas de sudor que nos salpicaban parecían gritar de avidez por poseer el cuerpo ajeno. Ya no resistí más y esa guinda sonrosada que tienes de pezón atrajo mi boca…
No sé quién de las dos disfrutó más, si tú cuando me incitabas a gritos: muerde, muerde más fuerte… o yo cuando sentía placenteramente entre mis dientes cómo se iba robusteciendo, llegando a transformarse en la porción más deleitosamente dura de tus carnes.
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