Llevo días preparándote este regalo, tanto como tiempo hace que me enteré de que venías a verme. Desde entonces te lo prometí: te regalaría el mejor de los abrazos sin manos que pudieran haberte dado.
Esta mañana me desperté temprano y me sumergí en las espumosas aguas de mi bañera, intentando compensar esa cierta levitación de mi cuerpo con esa otra que me produces continuamente en el corazón. Depilé, con sumo mimo, toda mi piel pensando que lo hacía para ti, y la unté con aceite de almendras perfumadas, dejándola con esa suavidad que tanto provoca tus deseos. Alboroté mi melena leonina, como tú le llamas y me vestí con el conjunto de lencería, amarillo melón, que me enviaste por mi cumpleaños. Mirándome al espejo y conociéndote, sospecho que te gustará mucho más verlo ahora que cuando lo tuviste desinflado entre tus dedos. Desayuné de esta guisa, mientras te soñaba en cada mordisco a la rebanada de pan a la que intentaba semejar tu cuerpo.
Acababa de poner los platos en el fregadero cuando tu forma característica de llamar me impelió hasta la puerta. Se me convirtieron en una eternidad los segundos que transcurrieron hasta que te vi y otra el tiempo en que tus labios aprehendieron jugosos a los míos. Sabes bien cómo derretirme y quebrar mis pocas defensas frente a ti, si es que queda alguna, a lo que sin duda contribuye el olor almizclado intenso de tu cuerpo. Me sentí arrastrada contigo, sumidos en un rebujo, hasta este sofá en el que estamos y que tanto sabe de nosotros. Inquietamos nuestros sosiegos con el intercambio de nuestras caricias y como en cruenta batalla, toda la tela se fue desprendiendo de nuestras pieles, dejando nuestras desnudeces al descubierto y sometidas a nuestro mutuo regocijo. Tu dádiva más deseada enderezó sus formas y aquellos simples escarceos, como si esculcaran algo valioso por mi bajo vientre, terminaron en una dulce inmersión hasta mí más hondo.
Entonces, ahíta de goces, cumplí lo prometido y te di este abrazo en torno a tus ondulantes nalgas… con mis piernas. Cosquilleadas por esa ralea de vello negro que te cubre, tensé mis pantorrillas que te aprietan contra mí, como para que no te vayas… Primero con un intenso abrazo y luego con un ligero vaivén que acompaña mis deseos y acrecienta mi placer. Y noto como sigues creciendo dentro de mí, aumentando ¿es posible todavía más?, mi goce a un extremo inenarrable. Entonces tu cuerpo se agita, arrastrándome en sus sacudidas y te desplomas sobre mi pecho. Todavía noto, a continuación, en mí unas pequeñas sacudidas eléctricas que gozo mientras tus labios exhaustos empapan mi cuello de tu saliva. Después de esto soy yo la que se derrumba, pero sigo con mis piernas insistentemente anudadas en torno a ti…y es que ¡me siento tan a gustito!
mmmmm.que delicia...
ResponderEliminarPaz/Amor
Isaac