Han llegado tus fotos a mis manos. Esos papeles en el que se dibujan tus ojos chispeantes adornados por una sonrisa en un gesto estático, que luce atrapado en un rectángulo, y que servirá para refrescar mi memoria. Siempre me gustan esas imágenes que me hablan de ti, aunque te propongo que para la próxima vez me dejes convertirme en tu fotógrafo.
Tranquila, no tendrás que posar para mí, ni buscar en tu catálogo de sonrisas o preparar el mejor de tus peinados. Simplemente aguantarme a tu lado durante todo el día, siguiéndote con mi cámara de fotos. No quiero atrapar tus poses, sino cazar esos instantes que conforman tu vida. Esos gestos que atrapados en el aire, parece que van a continuar cuando los contemple en un movimiento interrumpido.
Quiero fotografiarte dormida, con tus pelos revueltos y captando tu respiración sosegada. Detener tu desperezo cortando el aire y también ese otro momento en el que tu pie derecho toca el suelo, mientras el izquierdo flota. Acompañar tu desnudez y retratarla doble con ayuda de tu espejo. Durante tu ducha, inmovilizar las gotas de agua rebotando sobre tus pechos y posteriormente ese otro gesto de tu cabeza agachada de pelos chorreantes cuando intentas secar tus pies. Te fotografiaría mientras acomodas tus pechos en el sujetador y cuando termines tu arreglo con esa raya fina sobre tus párpados.
Paralizaré en el aire tu zancada rápida cruzando la calle y en ese instante en que el viento dobla tu paraguas o cuando espontáneamente te reflejes en el escaparate. Atraparé tu cara pensativa en tu trabajo, tu sonrisa al teléfono con el bolígrafo en las manos y tu rictus de cejas fruncidas cuando te suceda algo no gustoso.
El reflejo del vaso, mientras bebes, difuminará tus labios y cazaré tu cuchara en vuelo hacia tu boca cuando comas.
Plasmaré tu vuelta a casa cuando lanzas por el aire en reiterada pirueta tus tacones y ese gesto en el que, derrotada tras todo el día, te tumbas intentando diluir sobre el sofá tu cansancio. Retrataré nuestras manos unidas, apretadas entre sí, mientras te conduzco sin resistencias hasta la cama. Fotografiaré de cerca cómo tus dedos desabrochan mis botones y otra por detrás en que se observe la línea de tu espalda descendiendo vertiginosamente hasta volverse en tus nalgas sobre sí misma. Sacaré un primer plano de tu pezón rugosamente endurecido e incluso quisiera fotografiarte en ese momento en el que habito rítmica e intensamente tus honduras y cuando tus ojos cerrados y esos gemidos que desembocan en tu “petite mort”, diseñan el mayor de tus disfrutes.
Tras ese largo día pondría todas las fotos ordenadas en álbum y al hojear sus páginas me llegarían retazos vividos de tu vida. Sólo una foto me faltaría y no podría hacerte: la de tu rostro triste, tras esos minutos en el que un “hasta pronto” me aleja de ti.
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