Sintió un cierto asombro,
cuando el avión inició el despegue, a pesar de toda la carga aplastante que hundía
su ánimo. Diana había quedado en tierra y con ella dejó atrás todas sus
ilusiones y quereres de los últimos doce años, ella se fue a trabajar a aquella
isla lejana y había compensado la ausencia de él con un nativo de piel canela.
Se lo confesó con una sonrisa, mientras él, muy digno, se dio la vuelta y se
dirigió al aeropuerto para volver a casa. Iba tan sumido en su tragedia que no
la vio hasta que la tuvo encima, una azafata sonriente y de ojos rasgados de
brillo esmeralda le preguntaba si quería algún periódico. Titubeó un “no,
gracias”, sobresaltado gratamente con aquel rostro que le alegró su vista.
Sí,
tenía que olvidar a Diana y reestructurar su vida, pensaba cada vez que aquella
azafata, embutida en un estrecho pantalón gris que le dibujaba escandalosamente
las líneas de sus glúteos, pasaba por su lado. Una blusa blanca por la que
asomaba la hondura de su escote y un pañuelo rojo de seda en torno a su
escultural cuello completaban todo su atuendo.
Fue
algo que no buscó pero aquellos paseos tan próximos de aquel cuerpo tan bien
terminado, se lo fueron convirtiendo en
deseoso. El leve roce de su brazo cuando atravesaba el pasillo o de
aquella bella ondulación trasera con su hombro le provocaron, azuzado por el
tiempo de sequía erótica que sobrellevaba, un cierto calentamiento. El colmo fue cuando la azafata se agachó para hablar con un niño y un escueto tanga azul con dos hebillas a los lados asomó sobre su pantalón. Esto terminó produciéndole una leve erección que en pocos
minutos estaba totalmente descontrolada. Cogió las instrucciones de salvamento
para taparse púdicamente y entonces ocurrió lo peor…
La
voz del piloto les indicó que iban a aterrizar en pocos minutos y que debían
abrocharse los cinturones, no había problema él ya lo tenía abrochado. El
problema sobrevino cuando aquella azafata de ojos rasgados fue paseando por los
pasillos, comprobando que todos los cinturones de los pasajeros estuvieran
atados y se detuvo junto a él.
-Por favor, señor, me permite…-le dijo mientras
le cogía las instrucciones de salvamento para comprobar el cinturón. Pero…”lo
que vió” le hizo desviar los ojos del cinturón, una prominente hinchazón
resaltaba, provocando en la tela de los pantalones una tirantez tal que parecía
que iba a estallar, los ojos rasgados se redondearon por la sorpresa, mientras
una gran sonrisa iluminaba su rostro. Él enrojeció como un tomate….
Se
reían, recordando esto, cuando tras el aterrizaje salía del aeropuerto rodeando
aquellas ondulantes caderas de su brazo, porque, afortunadamente para ambos, ella
tenía libre la noche…
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