Cada
noche tras todo el duro esfuerzo del día, inicio mi camino hacia la cama. Me
cuesta trabajo levantarme del sofá y en esas horas de semi vigilia, me acerco a
la mesa para preparar lo que me tengo que llevar al día siguiente y no
olvidarlo. Apago las luces y todo se tiñe de esa oscuridad que semeja a la
que poco a poco en estas horas de
creciente cansancio va tiñendo mis intuiciones e ilusiones. La luz de mi mesa
de noche, cual fanal rompe la oscuridad
del pasillo, a través del cual mis pasos, acompañados de un coro de
bostezos, se arrastran lentamente como cargados de grilletes.
Destapo
las sábanas. Mi cabeza agradece el mullido apoyo de la almohada y mis piernas
se estiran con un suspiro de alivio, como si parte de su cansancio se evadiera
hacia el colchón. Me acurruco sobre mí mismo gozando de ese brevísimo y
placentero instante y con un simple clic oscurezco la habitación, mientras
anhelo gozarme de ti. Te siento a mi lado, muy cerca y mientras abro mis brazos
para rodear tu cuerpo, llevo mis labios ahítos de deseo a posarse en los tuyos.
Como cada noche siento como si el corazón se me rasgara y lamento el que, un
día más, estés durmiendo tan lejos de mí…
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