Le
despertó el ruido de la puerta al cerrarse y girándose hacia aquel lado de la
cama, que ella había ocupado en los últimos veinte años, se dio cuenta de que
estaba vacío y que en su lugar sólo había un papel cuidadosamente doblado. Lo
tomó con sus dedos y poniéndolo a la altura de sus ojos, aún entrecerrados, se
puso a leerlo:
“Me voy. Esa cuerda de mi
paciencia, tensada hasta el máximo, ha saltado. Mi cuerpo, aunque después de
tanto tiempo esté aparentemente envuelto de tu contagiosa apatía, necesita esas caricias que durante tantos años
me has negado. Estoy harta de despertar
por las mañanas buscando el aliento de tus besos mientras girabas tus labios porque es que, a esas horas, no estabas “motivado”.
Estoy cansada de acariciar tu pecho,
recorrerlo una y mil veces con mis dedos, ante la indiferencia de tu piel y la
consciencia de que tus manos no se
separan de tu cuerpo para engalanar, con tus dedos ni siquiera mínimamente, el
mío. Mi deseo anhelante y machaconamente
truncado se ahogan en la humedad de mis lágrimas, ya secas a estas alturas.
Puedes estar tranquilo, no te intranquilizaré más acercando mi
mano a tu entrepierna a la búsqueda de esa parte de ti, que ansiaba recibir con
desesperación y que erróneamente pensaba que sería el colmo de mis goces, mientras que,
repetidamente, me tratabas con la más flácida de sus indiferencias. Dejaré para
siempre esa búsqueda fracasada de ese abrazo anhelante entre las sábanas, en la
que terminaba exclusivamente encontrando la soledad de mis brazos.
A partir de ahora sé que no cuento contigo, todos estos años me
has sumido en una equivocada duda, pero también sé que cuento totalmente
conmigo y que nunca más bombardearás mi autoestima con esa carencia tuya que
siempre disfrazabas como incapacidad mía. Te deseo lo mejor, yo por mi parte sé
que a partir de ahora sí estaré mejor que nunca. Me llevo la moto. “
Cuando él terminó de leer, le sorprendió, a través de la ventana,
el sonido del arranque de la moto, que
habían compartido de una manera más viva que el colchón. La intensidad del motor fue disminuyendo a medida que ésta se
alejaba. Él se arropó con las sábanas y cerró sus ojos para seguir durmiendo,
mientras ella, circulando por la
autopista a toda velocidad, por primera vez en mucho tiempo, al recibir de
frente sobre su cuerpo desnudo la fuerza del aire, sintió todo su cuerpo
envuelto en una maravillosa caricia.
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