Tu ausencia provoca a mi nostalgia,
que se recrea en mis recuerdos de ti. No sé por qué mi espalda te anhela de esa
manera tan desesperada tus caricias. Cierro los ojos y siento como las yemas de
tus dedos, subiendo y bajando, producen correntías de placer que se extienden
por todo mi cuerpo. Es como si tu gran
caricia placentera cubriera toda mi desnudez y la fuera embelleciendo a tu
mirada ansiosa, a tu deseo creciente y lascivo.
De la espalda desciendes a mis glúteos, me los palpas con tus manos
fuertes, tentando sus formas, descendiendo por ellos, fundiéndote en mis
honduras. Me dejo mecer en tus manos.
Me tiendes delicadamente sobre el
colchón y ahora vas gustando lentamente la suavidad de mis piernas, primero con
tus labios, la adornas de cientos de besos, luego con tu lengua. Vas dibujando
con su punta, caminos de saliva, que son caminos de placer. Un temblor sacude
mi cuerpo y el hueco entre mis piernas reclama el tacto de mi mano. Tengo que
cerrar los ojos, porque me resulta insoportable la fuerza de tu mirada felina,
devoradora y noto, como ahora, te haces dueño de mis pies. Las uñas las llevo
coloreadas en naranja y me dices, que vas a exprimir mis dedos, como si se
tratara de pequeños gajos dulzones. Y van desapareciendo en el interior de tu
boca y mi hendidura grita silenciosamente necesitando la caricia de mis dedos.
Mis dedos son hábiles y experimentados. Los noto, aceleran mi sudor y mi
placer. Mi cuerpo se agita, mi boca grita y mi cuello se bambolea adelante y
atrás…hasta que parece que caigo desde lo alto de una catarata y mi cabeza
reposa sobre mi almohada. Levanto los pies, miro los dedos coloreados de
naranja y me acuerdo de ti, como si estuvieras a mi lado.
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