Era una noche de luna llena, envuelta en un calor viscoso, tras una agradable cena nos fuimos a pasear junto a la orilla. La playa estaba salpicada de hogueras, era la noche de San Juan, que como una plaga de luciérnagas se extendían en la distancia. Con los zapatos en las manos anduvimos acompasadas por la orilla, gozando de ese grato contraste entre la humedad del agua y el masajeo arenoso de la planta de nuestros pies.
Nos miramos a los ojos, luego hacia el mar y sin decirnos nada, nos desnudamos, dejando resbalar nuestros vestidos hacia la arena, mientras sentíamos la caricia de la brisa cálida de la noche sobre nuestra piel. Nos introdujimos en el mar con nuestros dedos entrelazados, como si con ello expulsáramos el respeto que teníamos hacia las oscuras aguas y hundimos nuestras cabezas bajo una ola.
Al sacar la cabeza y verte brotar del mar, como una sirena no pude resistirlo y la visión de tus turgentes pechos hizo que, la liviana atracción de tus labios que me había perseguido durante toda la noche, se convirtiera en irresistible. Mi cuello se inclinó hacia el tuyo y por un instante sentí tu respiración pegada a mí, mientras mis labios se posaban sobre los tuyos, que los acogían con la mayor de las dulzuras. Al principio con una cierta levedad y envalentonada por tu ardiente recibimiento, luego con una mayor intensidad. Gusté el tacto jugoso y húmedo de tus labios y quise hacerlos míos. Te besé aspirando tu sabor y gustando la dulzura de tu saliva, que al mezclarse con la mía, la sentía borbotear. El mecido leve del mar agitaba nuestros cuerpos y abrí mi boca para recibir tu lengua, que exploró todo el interior de mi boca hasta toparse con la mía y enzarzarse con ella en un sensual baile. Me gustaba el cosquilleo de tus pestañas sobre mi rostro y en esos momentos que abría los ojos, disfrutar de esos brillos que la luna deslizaba por tus cabellos. Y disfrutamos entre olas, envolviéndonos en múltiples contactos.
El tiempo transcurrió, veloz como una saeta, en aquel rato de acrobacias acuáticas a dos. Nunca había disfrutado de una sesión de besos como aquella. Al terminar nos miramos a los ojos, nuestros cuerpos arrugados por el agua, y nos lanzamos una sonrisa, nos cogimos una mano. Los primeros rayos del amanecer salpicaban el horizonte, mi última mirada, tras dejarme flotar por las aguas, fue hacia tus pechos que erectos, destacaban fuera del agua como dos islotes gemelos y apetecibles.
Está bien el relato, pero si se me permite una pequeña crítica, se nota que está escrito por un hombre, tal vez hubiese resultado mejor si lo relataras en 3° persona...
ResponderEliminarMe gustó mucho el dibujo.
Beso