Como una
cebolla, me dijiste que te acercabas a mí, sonriendo ante mi gesto perplejo. Llegaste
precedida del olor de tu perfume que mezclado con el de tu piel envolvieron el
ambiente en ese aroma tan peculiar con el que siempre logras turbar mi
pituitaria. Desde luego de olor a cebolla nada, pero enseguida me aclaraste que
era una comparación fruto de las múltiples capas de ropa con las que el frío
reinante te había obligado a cubrirte.
Tus labios se
acercaron a los míos en largo y húmedo contacto. Y percibí, como al punto, la
temperatura te subió porque tu frente quedó brillantemente iluminada por
gotitas de sudor. Tus dedos, con agilidad de pianista, deslavazaron el nudo de
tu cinturón y tu abrigo cayó al suelo, con lo que tus formas empezaron a
atisbarse. Luego fue el pañuelo el que resbaló en torno a tu cuello, hasta caer
al suelo formando un garabato con pliegues. Tus brazos se alzaron en el aire,
estiraste las mangas y fueron liberándose del jersey, Asomaste tu cabeza con
los ojos luminosos y el cabello encrespado y admiré como tus pechos seducían
hermosas formas en la tela de tu blusa, como queriendo escaparse de ella. Lentamente,
perturbándome, tus botones separándose de los ojales fueron acrecentando las formas
voluptuosas de tus pechos. La blusa quedó totalmente abierta, quedando tus
pechos totalmente al aire y dejando al descubierto tu ombligo oscuro cuya forma
angulosa parecía hacerme un guiño. Deslizaste la blusa por los brazos que se
desplomó a tus pies, quedando expuestas tus desnudeces por encima de tus
vaqueros azules.
Nos miramos y
sin decirnos nada, los dos entendimos que necesitábamos más. Esta vez fueron
mis dedos los que desataron el botón de tu vaquero, que quedó encastrado en las
formas de tus glúteos, te ayudé a bajarlos… Y de la cremallera, abierta como la
corola de una flor, surgió una moldeada ringlera
de vello oscuro que perfeccionaba tu preciosa raja, abierta entre carnosos
labios, chispeante de brillos nacarados.
Mis labios deseosos de calmar su sed se acercaron a esos tuyos y fueron
sorbiendo acompasados por el agitado cimbreo de tu cuerpo y tus entrecortados
gemidos. Mientras saboreaba tus íntimas exquisiteces, me reiteraba en que aquellas
no sabían, de ninguna manera, como una cebolla.
Ir desnudándose delante de alguien, cuando hay mucha ropa que quitarse, no sé si hace la espera más dolorosa o más excitante. Supongo que lo segundo.
ResponderEliminarPero en esta ocasión te comiste la cebolla antes de acabar de pelarla.