Otro día lloviendo ¡qué rollo! Se quejaba Marta en silencio, mientras colocaba ordenadamente los perfumes en aquel stand del Centro Comercial. Aunque hoy no sería tan aburrido como días anteriores, al ser la víspera de Navidad. Bueno, pensó optimista, al menos había conseguido aquel trabajo durante la campaña de Navidad y le haría más llevadera su vida en aquella época pues tras la separación de su marido, su economía había quedado bastante maltrecha
Llevaba quince días trabajando y frente a ella, junto a las puertas de entrada, se colocaba todos los días un Papá Noel contratado por el Centro para que repartiera caramelos entre los niños. La crisis había hecho que durante muchas horas el aburrimiento fuera su compañero y así se fijaba en lo único que tenía enfrente: aquella figura roja y oronda de larga barba blanca. Aquella visión por puro hastío, fue evolucionando primero a una cierta curiosidad y luego a una fantasiosa atracción. Sí fantasiosa porque, como si se tratara de un conocimiento virtual no veía más que un cuerpo igual al de miles de papanoeles y lo único diferente que captó un día que pasó por su lado, fue unos preciosos ojos verdes que la miraron fijamente. Sí, ella se dio cuenta que no le era invisible, cuando llegaba por la mañana empezó a saludarla con un gesto amable, de vez en cuando le hacía guiños cómplices a distancia y nunca faltaba el adiós mientras ella terminaba de recoger.
No se sabe si es que hacía tiempo que no tenía relación con hombre alguno, tan escaldada había acabado de sus años de emparejamiento, o esa ternura que impregnaba su soledad en estas fiestas navideñas, la que le hacía fantasear con aquel Papá Noel. Se lo imaginaba inteligente y tierno, con esos ojos verdes que harían como de faro luminoso de todo su cuerpo y de que cada día que pasaba le empezaba a entrar más ganas de perderse entre sus brazos. Le daba morbo esa distancia que mantenían, así como el desconocimiento de su imagen oculta por aquel disfraz que lo único que le hacía descubrir que era algo más alto que ella.
Al fin, pensó Marta, llegaron las ocho de la tarde, hora en que el día de Nochebuena cerraba el centro comercial. Aunque, mientras recogía su bolsa y se subía la cremallera de su cazadora, pensaba que qué más le daba a ella, ha hora de cerrar, si ahora tendría que irse a su casa donde no había nadie que la estuviera esperando. Eso le acongojó su corazón cuando el aire frío de la calle le golpeó su rostro. No había andado unos pasos cuando de las sombras brotó una figura que la agarró por el brazo. La sorpresa le asustó inicialmente, pero su cara se le iluminó cuando reconoció a aquel Papa Noel con el que tanto se había ilusionado aquellos días. Éste subió su mano enguantada a la altura de su boca y en un gesto inequívoco le indicó que guardara silencio. Ella se dejó llevar y se sintió a gusto asida del brazo de aquel barbudo. Caminaron despacio y al unísono mientras sentía que su libido iba aumentando hasta que llegaron a la casa de él.
Entraron en su interior y él con un gesto la invitó a sentarse en el sofá. A ella le estaba gustando esta cita a ciegas y le apetecía pasar esta nochebuena en plan original... Necesitaba un gran abrazo que sanara su desgarradora soledad. Él se colocó frente a ella y muy despacio empezó a desprenderse de su ropa de trabajo. El cinturón negro se deslizó hasta el suelo, los botones fueron poco a poco abandonando los ojales y el cojín que le servía de barriga voló por los aires hasta caer en el sofá. Empezó a desabotonarse la camisa blanca y… Marta estuvo a punto de caer si no hubiera estado sentada… Y dos orondos pechos con los pezones sobresalientes salieron al exterior, el resto fue rápido el gorro y la peluca cayeron dejando paso a unas guedejas rubias y al desprenderse de la barba, un rostro femenino atractivo y sonriente le miraba desde sus ojos verdes. Ella se quedó paralizada por la sorpresa y fue cuando la Papá “Noela”, ya desnuda, se le acercó muy despacio y tomando la cara de Marta entre sus manos, acercó sus labios levemente a los de ella. En principio no se movieron, pero cuando sintió el roce, fue como si un volcán interior entrara en erupción y se sintió arrastrada por el sabor dulzón que su nueva amiga le brindaba. En pocos minutos aquellos dos cuerpos desnudos se revolcaban sobre el sofá gustando aquellas caricias ajenas que tanto ansiaban. Marta estiró su pie hacia la oquedad que ella tenía entre las piernas y tras acariciar los alrededores, introdujo el dedo gordo en el interior y mientras sentía cómo se iba humedeciendo, pensó que aquella nochebuena iba a ser mucho más original de lo que en principio había pensado…