No es esta, quizás, aquella vida que soñaste, cuando jugabas sentada en el suelo con tus muñecas, mientras dos coletas pendían de tu pelo. Te resultaba extraño el mundo de los mayores y ansiabas llegar a él, coronada como una princesa de aquellos cuentos que leías y en los brazos fuertes y amorosos de un hermoso príncipe soñado. Tu cuerpo creció, casi sin darte cuenta, y aquel amor anidó en tu pecho, creyéndolo como algo interminable. Hasta que un día…no recuerdas el cómo ni el cuándo, despertaste y te encontraste extraña ante tu espejo. No te reconocías. No sólo porque parecían haberse desdibujados de tu cuerpo aquellas líneas armoniosas que recordabas, sino porque, sobre todo, la luz mortecina que ahora tenía tu ojo nada tenía que ver con los brillos de antaño. Y tu habitual agilidad se había transformado en movimientos cansinos que parecían sostener dificultosamente tus piernas. No veías el corazón pero lo notabas seco a lo que sin duda había contribuido la convivencia con aquel hombre al que te agarraste del brazo en plena euforia y hoy lo haces por pura costumbre y, quizás, para no caer al suelo.
Gris es poco, negro lo veías todo. ¿Veías? Sí, pretérito imperfecto, desde que conociste, como por casualidad, a ese otro hombre que hoy alumbra tu existencia. Futuro perfecto, ese tiempo del verbo es el que te gustaría construir. Quizás esa hermosa mañana ni tu ni el otro la podáis llegar a compartir, la vida no es nada sencilla y te aferras a los sueños para poder sostener esa lucecilla que últimamente te sostiene. El día es duro, pero cuando llega la noche, aprendiste una técnica que una amiga medio bruja te enseñó. Instantes antes de cerrar los ojos, traes a él a tu cama y lo pones a tu lado, le agarras muy fuerte la mano antes de caer en el sopor del sueño. Después compartís los sueños más maravillosos que los demás podamos imaginar y que ningún narrador tendría palabras para contar. Y voláis, jugáis y os amáis colmando al límite hasta tus deseos más insospechados. ¿Quién lo diría viéndote tan apaciguadamente dormida?
No es extraño que cuando ahora despiertas y te miras en aquel espejo, todo tu cuerpo haya mejorado mejor que con cualquier operación estética y tus ojos hayan recuperado aquella brillante luz de la juventud que nunca debió haberse perdido.
Bonito texto.
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