lunes, 27 de septiembre de 2010

Contigo


      Me gusta como vibra esa palabra en mis oídos y arrastra mis recuerdos a aquel día en que me ayudaste  a ahondar en su significado. Fue aquel día en que tu ternura hizo que mi deseo por ti venciera al miedo por sentirte íntimamente próximo. Yo sabía que sería ese día, como se suele decir en las citas el hombre siempre duda si llegará a materializarse, la mujer lo sabe. Y nunca me he arrepentido de ello, al contrario me alegro de haber sido capaz de incitarte de tal manera que quebraste la distancia, cada vez menor, entre nosotros.
            Disfruté de la forma en que me desnudaste: sin prisas y con mimo. Deteniéndote, mientras eras capaz con toda tu habilidad, de retener esas prisas que te empujaban en tu interior. Cuando tus manos acariciaron mis pechos fue como si una catarata placentera de altísima caída me zarandeara.
            Mi deseo creció exponencialmente cuando tu sexo, oscuro de excitación, me señalaba y me atraía. Te tumbaste en la cama y mis pechos bamboleándose acariciaron tu cuerpo con mis pezones enhiestos. Acariciaba tu piel por todos tus rincones gustando ese tacto tan peculiar, que la hace tan distinta a la mía. Zambullía mis labios en el oleaje de tu vello oscuro, que lo cosquilleaba.
           Sentí, admiré, gusté, gocé y me deleité entre mis piernas de esa creciente dureza que experimentabas. Sonreía mientras gustaba como tu sexo buscaba mi hondura alborotada, hasta que más que penetrarme fluiste hacia dentro con tal facilidad que llegué a pensar que te había estado esperando desde siempre. Nuestros movimientos se acompasaron, hasta que sentí como nos encontrábamos más allá de las nubes y como, juntos, descendimos hacia el suelo, mientras tú exhausto me sonreíste. Desde entonces, nos hemos compartido muchas veces, y entendí por qué contigo está, desde entonces, muy por encima de mí.

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