Me gusta estar contigo en esta playa solitaria. Dejar a un lado la ropa y de tu mano introducirnos en el mar y dejarnos vestir por la espuma de las olas que acicalan nuestra desnudez, mientras nuestros cuerpos hacen piruetas en el agua con las que siempre terminan encontrándose y deleitándose mutuamente. ¡Qué bueno salir del agua, mientras las gotas chorrean desde nuestro cuerpo, horadando la arena!
Y no te digo lo maravilloso que me resulta tumbarme al sol, dejar que me pongas la crema protectora por todo mi cuerpo, sonreír cuando tus manos se entretienen en algunas partes especialmente sensibles de él y dejar que los rayos solares mimen mi piel. ¿Por qué será que cuando llevo un rato y miro mi sexo éste brilla, por la mezcla de sudor y crema, y se reduce a su mínima expresión? Es como si se refugiara mimosamente sobre sí misma. Alargo mi brazo hacia ti, que estás a mi lado, tumbada boca abajo. Palpo tus nalgas macizamente onduladas y gusto su suavidad tensa, noto como se eriza su minúsculo vello rubio que cosquillea la palma de mis manos. Me acerco al agujero que corona tus nalgas y despacio, muy despacio con mi dedo gusto profundamente su humedad. Siento mi sexo que se despereza…lo miro…¡parece otro!
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