Adela fue siempre
una niña rarita, desde muy pequeña disfrutaba más con los polinomios que con
las Barbies. Creció en tamaño y madurez y aquella afición matemática derivó en
tintes casi enfermizos, por tanto no es extraño que, tras aprobar
brillantemente la Selectividad, decidiera encaminar sus pasos universitarios
hacia tal materia. Disfrutó en aquellos cinco años en que dedicó todas sus
energías a la resolución de ecuaciones, dibujar curvas, calcular vectores y
despejar incógnitas. En cuanto terminó, sin ninguna dificultad fue contratada como profesora asociada en la
Universidad.
Estaba deseando transmitir aquellos
conocimientos que bullían por su interior a sus alumnos. Para Adela aquellos
algoritmos eran toda su existencia, pero para ellos sólo una minúscula parte de
su vida y aquella diferencia de perspectiva los separaba con una honda brecha,
más de lo que para ella era deseable. No
le pasaba inadvertido, porque lo había
escuchado más de una vez por los pasillos, que le habían puesto el sobrenombre
de señorita X. Seguro que tenía que ver,
pensó ella, que constantemente les insistiera en lo gratificante de resolver el
valor de la X.
Esto le fue preocupando,
al principio, y molestando después. Y poco a poco una cierta obsesión empezó a
formar parte de su vida cotidiana. Cada vez que trazaba los palos cruzados de
la x era como si un fino punzón se le hincara en la piel. La situación le fue
agobiando, desconocía lo que hacer, sobre todo cuando ello le provocaba noches
de insomnio y profundas ojeras en su agraciada cara. Sabía que aquello tendría
que salir por algún lado y que en algún instante haría una locura…
Aquel día entró en clase
como cualquier otro, ya llevaban varios días con la Trigonometría, algo que a
ella siempre le había hecho disfrutar y que percibía que a ellos le importaba
no más que un pimiento. Estaba de espaldas escribiendo una fórmula en la
pizarra: 2sen2 x+… Su fino oído captó unas risitas a sus espaldas y
alguien que repetía en tono jocoso : “los dos senos cuadrados de x”… Aquello
fue demasiado, estrelló la tiza contra el suelo y lanzando una mirada de furia
a su auditorio, se sentó sobre la vieja mesa de madera encogiendo sus piernas y,
desprendiéndose de su blusa y del sujetador
con un hábil movimiento, dejó sus orondos pechos al descubierto ante su
asombrado auditorio. Entonces fue cuando dijo aquella frase que nunca olvidaron
sus alumnos y a punto estuvo de convertirse en eslogan de la facultad:
-¿Con que los senos de X son cuadrados? Nada de eso,
¡redondos y bien redondos!
Luego como si no hubiera
sucedido nada siguió el desarrollo de aquellas fórmulas, plenas además de los
senos, de cosenos y tangentes. Algo logró, desde entonces sus alumnos seguían
sus clases atentos y casi aguantando la respiración y nunca más le llamaron
señorita X, sino señorita Adela.
Una estrategia muy singular para explicar las matemáticas, al mismo tiempo que quitarse de encima ese enojoso apodo...
ResponderEliminarLo cierto es que...yo no sería capaz de hacerlo, jajajaja.
siam
A ésta es a la que se follaron en el molino, que lo sé yo:
ResponderEliminarhttp://tesadepaso.blogspot.com.es/2008/09/pintadas.html