Sacudo mis últimos rastros de sueño, con los
ojos pegados todavía, los cabellos enmarañados y con esa cara que sólo es
atractiva en nuestra intimidad, lanzo mis pies al suelo, palpándolo a la
búsqueda de las chanclas, con esa torpeza característica de los dedos de mis
pies. Corto el aire con mi cuerpo desnudo, bamboleante, mientras levemente
recupero el equilibrio y me dirijo a la
ducha. Abro el agua caliente y dejándome revitalizar por ella, empiezo a
soñarte entre vapores y humos.
Te sueño junto a mí, intentando evitar la
nostalgia creciente de tu ausencia. Esa que, cuando estas lejos, se agarra a mi
piel resistiéndose a abandonarme. Te imagino detrás de mí, con tus uñas
tintadas en color, recorriendo mi pecho de arriba para abajo, gozándome bajo los
chorros de agua ardiente y espumándome todos los rincones, surcando mis
recovecos y jugueteándome con todo lo que me cuelga. Cierro los ojos y vuelo
hasta ti…
Cuando noto mis poros abiertos, a través de
los cuales fluyen todos mis anhelos, cierro el grifo. Tomo la toalla y muy
lentamente desadhiero las gotas de agua de mi piel. Lanzo mis pies hacia las
chanclas y tras secarme la cara me miro al espejo, sonriéndome y recordando que
ahora voy a recogerte a la estación y en poco tiempo esos sueños recientes se
harán realidad.
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