martes, 18 de septiembre de 2012

Tengo envidia


          Tengo envidia, en tu ausencia, de tus horas de sueño.  De esas sábanas que envuelven tu figura desnuda a lo largo de toda la noche, del colchón que se ondula aguantando el peso liviano de tu cuerpo y de esa ventana abierta en que la hermosura de la luna palidece al contemplarte a su través.
            Tengo envidia de tus despertares, de tu primera saliva del día dando brillo a tus labios, de tu cabello encrespado que reviste tu rostro de esa espontaneidad madrugadora de tus pechos maduros, que desperezan sus cimas, encrespándose con el amanecer y de esa oquedad que, situada entre las cúspides de tus piernas, gotea con esa levedad del ansia, que tanto disfruto, cuando estoy a tu lado.
            Tengo envidia de todo lo que te rodea, de ese murmullo tempranero que, provoca el viento sobre la lavanda y el tomillo y rompe el silencio. Quiero recrear mi oído lejano con ese gorjeo que te espabila de las lavanderas blancas y el canto del ruiseñor.
            Tengo envidia de tu camisón que surca el aire hacia el colchón, tras haber ceñido, durante tantas horas tu cuerpo. También, cómo no, del aire que viste tus desnudeces en el camino hacia la ducha, del espejo que quisiera ser mis ojos y te refleja y de las zapatillas que acogen con ternura los dedos  de tus pies.
            Tengo envidia de esa agua cálida que resbala desde tu cabeza a tus pies, de tu cabello húmedo que cosquillea tus hombros y de la toalla que con suavidad va secando cada centímetro de tu piel.
            Tengo envidia del café caliente que te entona, del zumo fresco que revitaliza tu garganta y de esas migas de pan en aceite que se te pegan en los labios, como si anhelaran mis besos.
            Al fin, tengo envidia, de tu mañana de descanso, mientras tu cuerpo desnudo se balancea en la hamaca, de esos sueños maravillosos que tienes cuando estás despierta y en los que me eriges como protagonista y sobre todo de ese momento en que al mediodía tu espera se verá colmada cuando yo llegue y te puedas perder en mis brazos. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Agarrada a la almohada


         ¡Uy, que bien he dormido! Me despierto agarrada a la almohada y me noto muy a gusto y descansada, debe ser de ese ajetreo que me diste antes de dormir.  El roce de mi entrepierna con el colchón hace que aún me escueza levemente y es que cuando te pones a amarme, afortunadamente para mí, no hay quien te agote. Aún duermes, me gusta verte así y admirar tu cuerpo desnudo con esta luz tibia del amanecer. Te recorro con mi mirada. Ese cabello revuelto cada vez más blancos, tus pestañas que se alzan orgullosas hacia ell techo y el aire de tu respiración sosegada que escapa como un silencioso murmullo a través de tus labios entreabiertos. Tus labios…¿será cosa del reposo? Pero los veo como más hinchados, atrayéndome. Paladeo inconscientemente los míos y me parece que aún tengo, metidos en ellos, el sabor de los tuyos, de tus besos con ese dulzor que acaricia tu saliva. Siempre vas pulcramente afeitado pero ya comienzan a asomar los pelos de tu barba, acercaría mi cara simplemente para sentir cómo la arañas con ellos, me encanta ese roce basto sobre ella, pero no quiero despertarte.
            La luz naciente arranca reflejos a ese vello, entrecano, alborotado de tu pecho. Reprimo mis manos que quieren saltar hacia él, para acariciarlo y arrebujarme en tus brazos. ¡Qué sensación más maravillosa la de sentirme rodeada por ti, me siento con esa seguridad única con que habitaba el regazo materno! Mientras te mordería  las tetillas, sé que eso te vuelve loco, y no digamos a mí el sentir su tacto carnoso, entre mis dientes, que progresivamente se endurece.  Tu ombligo se vuelve hacia sí, como una media luna en torno a lo que brotan, pelos negros que lo rodean caminando hasta tu pubis y rodeando tu sexo. No puedo evitar el reírme, aprovechando que no me ves, al verlo ahora tan minúsculo, ¡qué diferencia con ese duro mástil con el que me atravesaste anoche y con el que me arrancaste tanto placer! Es enteramente otro y sueño con ese momento en que vuelvas a tomar posesión de mí. Umm sólo de pensarlo tengo que apretar las piernas, así parece que aguanto mejor las ganas.
            Tus piernas largas y musculosas se alargan por el colchón hasta llegar a tus pies. Me gustan tus piernas…y cada vez que las veo las imagino rodeando mis nalgas en ese abrazo tuyo que me hace volar hasta las nubes. Sigo los caminos de sus músculos hasta llegar a tus pies, grandes como los de una estatua griega, que se doblan cada uno a un lado.
            Abres los ojos, me sonríes con tus labios mientras observo que aquella forma escuálida de hace un momento va levantándose como una serpiente ante la música de un encantador. Tus brazos abandonan su estatismo y se levantan hacia mí, suelto la almohada y voy a tu encuentro...