martes, 30 de noviembre de 2010

Tras un largo día


    Sé bien que tu día ha sido duro y en él tus pies recorrieron kilómetros de preocupaciones y caminos impregnados de problemas. Pero ya ha terminado y han llegado, con el atardecer, esos instantes del merecido descanso. Ya estoy a tu lado. Abandona las tensiones de tus pies, relájalo y déjalos que descansen plácidamente evaporando los últimos efluvios del cansancio. Yo te ayudaré con el contacto de mis  labios.

            Acerca tu pie a mi boca y deja que cubra su desnudez con la ternura húmeda de una ráfaga de mis besos. Mi lengua se deslizará, pícara, cosquilleando mientras lame la planta de tus pies, arrancándole el sudor y el polvo del camino. Y te iré besando con mucha suavidad y carente de prisas tus dedos, hasta que se agiten revitalizados. Sumergiría en el interior de mi boca tu dedo pulgar, abrazándolo sin brazos con mis labios que se deslizarían arriba y abajo en un vaivén para provocar deliciosas sensaciones. Lo sorbería, aspiraría, succionaría y haría que se disolviera gustosamente entreverándose por mis dientes y masajeando mis encías. Le tocaría el turno luego al segundo más pequeño, pero no menos tímido y lo chuparía dulcemente, para ir uno tras otro engulléndolos y captando como se transmiten esas sensaciones a todo tu ser, hasta que tu cuerpo laxo y tendido se desparrame por todo el colchón.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Mis mimos

          
      Tengo la piel siempre ansiosa por recibir caricias, es la forma privilegiada que tengo de insuflarle vida. Sentir que una piel ajena se posa y mima la mía, produce que ésta se abra como una corola sensible mostrando lo mejor de mí misma, para gustar y sentir. Esta comunicación a través de la piel es mucho más intensa que el lenguaje de las palabras, comunicando sensaciones y sentimientos que nunca se podrían expresar mediante las letras. Cálida, fresca, tersa…lo de menos es la cualidad de la caricia, lo de más es lo que provoca: que mi sensibilidad se exacerbe.
            Cierro los ojos, saboreo y, a la vez, olvido todo lo que me preocupa o lo que me rodea, para centrarme en ella y disfrutar hasta lo inimaginable. Aunque no siempre es posible la ajeneidad de esta comunicación y hay épocas de la vida en que las circunstancias la impiden, porque esa dualidad necesaria choca, se aburre o se disuelve.
            En esos momentos siempre tendré mis quereres y mi mano, que en la medida de lo que puede aunque no sea lo mismo, mediante sus mimos hace que mi cuerpo acabe sacudiéndose y llegando a esas cimas a las que de otro modo no podría llegar.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Queriéndome


    Tanta reiterada insistencia por parte tuya, me está llegando a convencer de que mis pechos son increíblemente bonitos y es que tú cada día me ayudas más queriéndome.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Desnudándote


        Siempre he sabido que el desnudarte lentamente es algo que te excita y hoy estaba dispuesto a ello. Cuando nos encontramos en la habitación, después de varios días de continencia obligada y deseos acumulados, te hubiera arrancado tu ropa a mordiscos, pero, en vez de eso, te rodeé con mis brazos y garabateé caricias desordenadas sobre tu cuello. Te apreté contra la puerta y por una jugarreta del destino el picaporte incidió sobre el broche de tu falda larga, que como una medusa sin agua quedó desplomada a tus pies.  Me gustó contemplar la absoluta desnudez de tus largas piernas que contrastaban con los retales que ocultaban la parte superior de tu cuerpo.

            Tus piernas parecían sonreírme desde la postura enhiesta que las levantaba sobre tus zapatos, con esos pies hermosamente acicalados por las salpicaduras rojas que cubría tu pintura de uñas. Mis dedos escalaron tus piernas, fluyendo, y gustando el tacto suavemente indefinible de tu piel. Llegaron a sus cimas donde una braga negra elaborada de encajes y hábilmente encajada en tus nalgas, actuaba como seducción.

            Retuve mis ansias y preferí seguir desvistiéndote. Llevabas un jersey abierto que fui desprendiendo a través de tus brazos, como quien pela una fruta sin prisas. Aprovechaba el deslizamiento de la lana sobre el brazo para que mis dedos arañaran con mimo tu piel arrancándote sensaciones escalofriantes. También mis dedos se engolosinaron con el sudor que perlaba sin comedimiento la tersura de tus axilas. Con todas tus extremidades al desnudo mis dedos se afanaron ahora en los botones de tu blusa. Fueron muy lentamente desprendiéndolos del ojal, como si se tratara de una despedida dolorosa, gustando el tacto ampulosamente carnoso de tus pechos desde detrás de la tela y disfrutando de aquella pasmosa lentitud con que iba quedando al descubierto más fragmentos de tu piel. Abrí tu blusa como si se desperezara una flor en primavera, captando que tu deseo iba superando al mío. Quedó al descubierto tu sujetador negro, Passionata, a juego con tus bragas que halagaban, con sus ribeteados de encajes, a tus pechos, más que sujetarlos. Deslicé mis dedos por la piel de tu pecho, sin llegar a tocarles su centro, que percibía más excitado al dilatar sus formas la suave tela negra del tu sujetador. Me gustaba que la tela adivinara de esa forma tus pezones. Muy despacio mis manos cubrieron tu espalda en gran galimatía como si fueran dando forma a tus espacios entre vértebras y con osada habilidad abrieron el broche de tu sujetador. Tu espalda quedó desnuda, no así tus pechos a los que la tela pareció aferrarse avariciosamente. Aunque no tanto...tus manos alrededor de la nuca dejaron que aquellos ribetes negros se separaran de tu cuerpo, con un leve soplo de mi boca, con lo que quedaron a mi vista, eufóricos, ambos pezones que compitieron entre sí solicitando el seguro abrigo de mis labios. Mientras ello ocurría, mis manos te desprendieron de tu braga y la entrada entre tus piernas a la más dulce de las salamanca quedó acariciada por el aire.
            Estaba agotado no sé si de esfuerzo o deseo. Me tumbé y te sentaste sobre mi boca con tus piernas abiertas. Por las comisuras de mis labios no tardaron en arroyarse canales de muy dulce sabor que se fueron abriendo hasta empapar todo mi pecho de ti. 

viernes, 12 de noviembre de 2010

El ladrón de sueños


“Acercaste tu paso hacia donde yo estaba, mientras notaba, por llamativas señales, que todo mi cuerpo celebraba tu cercanía. Me gusta verte con tu camisa desabotonada ¿te lo he dicho?, de modo que mis dedos rasguen con facilidad esa apertura, dejando al descubierto tu pecho. Me lanzo con agilidad felina sobre él  cubriéndolo a besos, ayudándome de mis uñas que se cuelgan de él, abriéndose paso, atravesando tu mata de pelillos, con estudiada ternura. Mi acercamiento se convirtió pronto en desesperado y con agilidad desabotoné tu pantalón que huyó, como una exhalación, hacia tus piernas. Tu calzoncillo hinchado parecía querer reventar, lo bajé con el descaro acorde al momento que vivíamos y tu sexo enhiesto apuntó hacía mis labios…”
De acuerdo, ya sé que eso no ha salido de mi mente y te resulta muy conocido, pero no pude aguantar. La pasada noche me introduje en tu cuarto mientras dormía, disfruté la visión de tu desnudez y atrevido hice algo que nunca se me había ocurrido: robarte tus sueños. Sí, me he convertido en un vulgar ladrón…de tus sueños y eso es lo que he plasmado aquí con mis palabras.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuando nos fuimos de vacaciones

         
            Hace mucho tiempo que te conozco  y quién nos iba a decir… Tengo que decirte que aquel viaje a Canarias que me propusiste me ilusionó, no tenía plan de vacaciones para ese verano y me parecía que las dos podíamos pasarlo bien juntas. Tú eres charlatana, que agitas el aire cuando platicas y capaz de hacer hablar a las piedras. Yo soy mucho más callada y observadora, de carácter reflexivo. A pesar de nuestras distintas formas de ser nos complementamos bien, cuando salimos juntas, tú hablas y yo escucho.

            El hotel al que llegamos estaba situado junto a la playa de Maspalomas de la que tanto me habían hablado. Nada más llegar y deshechas las maletas nos fuimos a la playa, aquel paisaje de mar y dunas en seguida nos sedujo. Encontramos un hueco entre las dunas y allí extendimos nuestras toallas. Me desprendí del vestido y quedé con el bonito bikini que estaba estrenando.  Tú a tu vez te quitaste tu camiseta de tirantes y tu pantalón corto y me sorprendiste cuando te vi tumbarte enteramente desnuda sobre tu toalla. Observé que tenías un cuerpo atractivo, que siempre habías disimulado bajo tus telas y en el que la cuarentena no había  hecho el menor estrago. Y sonreíste cuando miré la total ausencia pilosa que tenías entre las piernas, diciéndome que es que te gustaba ir a la moda. Me animaste con tu mirada y con un cierto reparo me desprendí de mi bikini y, sorprendentemente, me sentí a gusto en pocos  minutos, aunque no fuera tan a la moda como tú, al recibir la caricia del sol por todo mi cuerpo, incluso por esas partes que de puro blanco parecían transparentes. Disfrutamos del sol y chapoteamos del agua como adolescentes jaleosas durante varias horas.

            La playa cansa, decíamos cuando regresamos a nuestra habitación después de tanto tiempo tumbadas. Ya nos habíamos acostumbrado a compartir nuestra desnudez mutua y nos desnudamos juntas con normalidad. Sentí un cierto alivio al separar la tela de mi  piel y fue cuando descubrí con horror, que a pesar de la crema bronceadora, el sol canario quema más de lo habitual. Tenía la piel totalmente roja y con un rojo especialmente chillón en aquellas zonas transparentes de sólo unas horas antes. Tras la ducha te aviniste a ponerme crema y fue cuando sentí el alivio de ese ungüento que tus dedos extendían con más que estudiada habilidad sobre todo mi cuerpo. Aquel frescor me relajó en un principio, pero empecé a saborearlo de manera diferente cuando aquellos roces tuyos sobre mi piel se fueron convirtiendo crecientemente en puras caricias que me hicieron temblar gustosamente. Sé que esa sensación no te pasó inadvertida, por esa sonrisa pícara que me dirigías y esa especial insistencia en aquellas partes de mí en las que observabas que me resultaba más placentera, tanto…que en un determinado momento no resistí más y todo mi cuerpo ascendió a lo más alto para descender planeando placenteramente.

            Un par de días más tardes mi piel roja se había tornado en un bonito tono moreno, según me decías, seguiste durante todos los días dándome crema pero en vez de after-sun con un aceite con olor a rosas…

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Lagrimeando

        
          Hay lágrimas que reflejan la pena y otras que bordan la alegría, como ésas que manan en mis ojos cada vez que, despojada de tu blusa, observo tus pechos enseñoreando tu figura. Al principio tus pezones están tímidos, recogidos sobre sí mismos, con un tono pícaramente ocre que, a medida que mi mirada los azoga, se estilizas visiblemente, tiñéndose de un seductor color canela. En ese momento se magnetizan, atrayendo mis dedos que irremisiblemente se acercan a ellos a perfeccionar su tacto y a enorgullecerlos con mis caricias. Ahí quedan durante un tiempo sin reloj en el que despiertan tus más vehementes deseos.
            No resistes más y sin palabras urgen el mimo de mis labios que se posan sobre aquellas cimas enhiestas que saturadas de saliva que empiezan a gotear y parece que lloran…de alegría.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Instantes

                
                   Hay instantes en mi día en que te echo rabiosamente de menos. Te siento, entonces, tan cerca que casi puedo olerte y sentir tu aliento cálido sobre mi cuello. Instantes en los que intento reflejar con mis dedos las caricias incomparables de tus manos. Intuyo que de un momento a otro entrarás por la puerta con tu característica sonrisa aupada en tu rostro, te arrodillarás a mi lado, pondrás tu oído sobre mi vientre y darás formas mimosamente con tus dedos  a mi esférica barriga.
         Esto es maravilloso, el percibir cómo día a día esta vida va creciendo en mi interior, sobre todo porque es el fruto de esos otros instantes en que vestiste mi desnudez con la más exquisita de tus ternuras y al hacerte mío me arrebataste de la manera más imaginablemente placentera una parte de mí, pero me entregaste otra maravillosa de ti que ahora va tomando formas.
         Esta creciente criatura me habla de ti en cada momento de mi día y soy casi capaz de revivirte en desesperadas caricias. ¿Revivirte? Ingenua de mí, cuando un coche, que se subió a la acera, truncó tu vida cuando apenas empezaron a ondularse estas curvas mías. Sólo espero que nunca me abandones, sé que siempre estarás a mi lado y que nuestro hijo hará que te mantenga intensamente presente durante el resto de mi vida.