sábado, 24 de diciembre de 2011

Olor a sueño


          Nunca entendía, el por qué tras  saltar de la cama y abandonar el calor acogedor de mis brazos, lanzabas tu cuerpo desnudo hacia la ducha. “Es para disolver mi olor a sueño”, me decías. “Pero…si  a mí me gusta…” te decía, mientras desaparecía tu melena agitada al aire tras la mampara de la ducha.
            Pero hoy estás muy lejos, un gran océano se abre entre nosotros y el añadido de esas ocho horas de diferencia, parece que convierten nuestras cotidianeidades en algo difícil de ensamblar. Hace un rato que comí y me tumbé en la cama para descansar un rato de siesta. Y en ese rato antes de que el sueño me invada, pienso en ti…y la nostalgia me invade. Echo de menos el posado suave de tus labios sobre los míos y el acomode de las formas de tu cuerpo en el interior del mío, pero sobre todo tu olor a sueño…ese  olor de toda una noche que asciende a mi nariz hablándome de tus interioridades. Necesito ese olor a sueño, espero que me hayas hecho caso en el correo que te mandé esta mañana y hoy al despertar tú, lo que coincide justo con esta hora, no te hayas duchado. Asómate a la ventana, mira hacia el mar y seguro que la brisa de los alisios no tardarán en arrancarte tu olor a sueño y, a la velocidad de un rápido sms, traérmelo hasta aquí, hasta mi cama.
            Lo hiciste…, ya capto tu olor, me invade un plácido letargo y ese olor a sueño empieza a formar parte de mis sueños. Noto cómo tu mano se agarra a la mía, mientras el agua, de ese océano que nos separa,  desaparece como abducida hasta permitirnos pasear juntos. Y ahora disfruto de ti como si estuvieras a mi lado. El despertador me indica que es la hora de levantarme pero apagándolo de un manotazo sigo paseando contigo disfrutando, como nunca, de tu olor a sueño…

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Tus ojos...

      
 Me encantan tus ojos. Cobijados al abrigo de tus pestañas coronan tu rostro. Me gusta cómo me miras, cuando me contemplas,  cuando lo haces con deseo o cariño y cuando vistes con ellos, mimosamente,  todas mis desnudeces.  No dejes de mirarme descarada e iluminadamente como sólo tú sabes hacerlo y nunca me faltará ese aliento de tus fanales luminosos conque cada mañana regalas mi día.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Elipse


            Sus primeros movimientos fueron torpes, no supo por qué se acordó  en aquel momento del hijo de su vecina que estaba aprendiendo a andar. Desplegó sus dedos con inicial torpeza hasta que al contacto con aquella epidermis que le era tan novedosa como suave, adquirieron una entusiasmada vivacidad, sobre todo cuando vio cómo le miraban sus ojos luminosos. A medida que pasaban los minutos ganaba en espontaneidad y en un dinamismo azuzado por aquellos besos jugosos que los labios de ella iban dibujando sobre su deseosa piel.    

            Gozaba de una paradójica sensación, nerviosa y sosegada al mismo tiempo. Le resultaba original y excitante el acariciar esos pezones ajenos, oscuros y destacando sobre sus enormes prominencias en el centro de unos círculos de forma caprichosa. Disfrutó al sentir los dedos largos de ella esculcando entre sus piernas y robándole agradablemente la humedad que manaba placentera y parecía saborear su entrepierna.

            Acomodaron sus cuerpos formando una elipse gustosa donde el contacto entre sus pieles se multiplicaba. Se miraron a los ojos y unas risas nerviosas escaparon al unísono de sus bocas. Parecemos adolescentes, le dijo ella. Es que en cincuenta años es la primera vez que estoy tan enamorada, le contestó, mientras la rodeaba con sus brazos y la apretaba contra sí, mientras sus pechos se besaban entre ellos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Sicosis

         
          El final de la película coincidió con el comienzo de la nevada al otro lado del cristal. Apagó la televisión anudando con fuerza el cinturón de la bata, como si con ello quisiera expulsar la sensación de inquietud que le había ido invadiendo. Una desasosiego que se acrecentó con el the end y fue consciente del silencio que le rodeaba y de que hoy estaba sola en casa. Le gustaba ver nevar cuando estaba en casa, pero hoy no se atrevió a acercarse a la ventana pues la negrura de la noche le azuzaba su intranquilidad. Precisamente hoy que había visto Sicosis se le ocurre a su marido quedarse bloqueado por la nieve…

            Entró en su dormitorio y cerró la puerta como si quisiera librarse de una amenaza externa para darse una ducha, deseando que el agua caliente sirviera para disolver todos sus temores.  Se desnudó y al contacto del aire con su cuerpo desnudo, sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Sintió erizarse el vello de su piel y endurecerse sus pezones como consecuencia de un automatismo termal. Se pasó sus dedos por ello y, como si fuera una ráfaga, sintió como crecía en su interior el deseo por él. Un deseo que hoy se frustraría y aparecía aderezado de temor. Abrió el grifo de la ducha y dejó caer aquellos manantiales cálidos que empezaron a recorrer su cuerpo. Su pelo chorreaba perdiendo sus formas, desplomándose sus puntas sobre su cuello.  Su mano libre empezó a extender el agua por su epidermis, como queriendo alimentarla de la calidez vivificante que le producía.  Se agachó arqueando sus piernas para facilitar la entrada de sus dedos en su oquedad, cuando de pronto sintió un ruido…

            Sí, había sido un golpe seco. Cerró el grifo y aguzó el oído, pero no volvió a escuchar nada. Supuso que sería causa de su imaginación, hoy especialmente calenturienta, e iba a abrir el grifo, cuando otro sonido la detuvo.  Sí, no había duda. ¿Se habría colado alguien en la casa? Su cuerpo empezó a temblar de manera casi imperceptible, mezclándose frío y miedo. De su imaginación no se quitaba aquella cortina en blanco y negro de la película  y aquel instante súbito en que detrás de ella aparece una mano empuñando un cuchillo.

            De nuevo otro golpe, esta vez fue la puerta del dormitorio al cerrarse. Atenazada por el miedo quiso chillar pero de su garganta sólo salió un grito silencioso. La luz se apagó, dejó de ver la cortina aunque sintió la agitación leve de ésta al descorrerse y un bulto negro cayó sobre ella. Sus manos fuertes agarraron sus brazos y en pocos segundos inmovilizaron su cuerpo. Ella quedó quieta, de todas formas no podía hacer otra cosa.  Quedó rodeada por unos enormes brazos peludos, cuando sintió la fuerza imponente de aquella dura prominencia, que se coló entre sus piernas sin pedirle permiso. Se sintió como si fuera horadada hasta la mayor de sus profundidades y su inicial estatismo se disolvió en los vaivenes que estaba recibiendo, con su espalda contra la pared mojada. No duró mucho aquella invasión y en pocos instantes la respiración entrecortada de aquel hombre mutó en un chorro de fluido caliente que la invadió por dentro. Sus cuerpos se desplomaron uno contra otro adheridos por la humedad del agua. Ella se sonrió, no sabía cómo pero se alegró de que él hubiera logrado superar el bloqueo de la nieve.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Los orbitales del hidrógeno


Era mi segundo curso en la facultad. Esperábamos al profesor de Química-Física y entonces fue cuando apareció Cinthya, embutida en una bata blanca que contrastaba con su piel brillantemente negra. Era guineana y nos había precedido en la facultad años antes siendo profesora desde este curso. Sus curvas generosas se adivinaban a través de la bata. Y la tiza blanca entre sus dedos negros resbalaba ágilmente por la pizarra, el encerado le llamaba ella, mientras escribía el complejo desarrollo de la ecuación del átomo de hidrógeno. Sus labios bisbiseaban un poco cuando decía protón o electrón.  Yo aún con medio cuerpo en la adolescencia, ante tal cúmulo de sensaciones me distraía con facilidad de aquella compleja explicación.

 De pronto hubo un momento crítico, acababa de escribir en la pizarra una integral de sinuosas formas y volvió su cabeza para hablarnos de los orbitales, enfrentando a nuestra vista sus sendos orbitales. Aunque eso no fue lo peor, en sus centros, presionando con fuerza, sobre la bata blanca pude ver como destacaban sus pezones. Probablemente fuera más mi calenturienta imaginación que la vista, pero me parecía adivinar hasta las minihonduras de sus rugosidades. Mi escasa atención en aquel desarrollo matemático se detuvo en aquella igualdad y desde entonces mis ojos no pudieron separarse de aquellas visibles prominencias como los de un capitán de barco de la luz del faro en medio de la niebla.

A partir de entonces y durante el resto del curso, las ganas que tenía de asistir a las clases de Cinthya eran inversamente proporcional a la atención que prestaba a sus explicaciones. En cuanto entraba en el aula mis ojos se posaban en aquellas perturbaciones y eran incapaces, ni tan siquiera, de pestañear. Una extraña ansia me embargaba: la de ver cómo eran, su forma, su color, su rugosidad….y aquella imposibilidad me hizo caer en una astenia que me hizo adelgazar varios kilos y en una ignorancia tal de aquella asignatura que el día del examen final, como un autómata, sólo atiné a hacer dos redondeles sobre el folio y en  el centro dos puntos, parecía que había dibujado dos huevos fritos y como no sabía cómo arreglar aquel desaguisado, escribí debajo: orbitales del hidrógeno.

Saqué un cero en aquel examen, pero optimista hasta la insensatez, pedí revisar el examen, más para acercarme a ella que por la esperanza de subir nota. Cuando entré, me resultó diferente a su imagen habitual, pues la bata la tenía en la percha y tenía puesta una cazadora vaquera levemente abotonada en el extremo inferior, que exteriorizaba un gran porcentaje de sus, más que orondos, pechos, que pugnaban entre sí para respirar aire del exterior. Sólo había puesto una nota en rotulador rojo sobre mi examen, en grandes letras mayúsculas: ¡ESOS ORBITALES NO SE PARECEN EN NADA  A LOS DEL MODELO ATÓMICO DE BOHR!

Coloreado todo mi cuerpo por el rubor, no musité palabra alguna. La miraba con mis ojos abiertos como los de un búho y con cara de póker. Un leve giro de su cuello para coger el rotulador hizo que uno de aquellos pechos se librara de la intensa presión que sufría y dejara al descubierto un pezón desperezado que resaltaba sobre una gran aureola de un color marrón intenso.

Al menos te he visto un cierto interés, me dijo mientras sustituía en mi examen el 0 por un 1. Yo salí del despacho con la sonrisa más estúpida que pueda imaginarse. Mis compañeros que me esperaban en la puerta se extrañaron de que me produjera tanta alegría un simple 1…

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Dónde se ocultan?

           
          ¿Dónde se quedan esos besos que crecen, instigados por el deseo y la ternura, pero sobre todo marcados por la nostalgia, cuando en mi despertar tú estás lejos? Abro los ojos despacio como si por arte de magia, de pronto, te fuera a ver a mi lado. Pero no, tu rincón de la cama sigue vacío y en la sábana dibujados unos pliegues que parecen acomodar la ausencia manifiesta de tu cuerpo.
             Te sueño porque te necesito en este momento y es la única forma de tenerte y percibo la humedad de mi saliva en el interior de mi boca, anhelando ese sabor dulzón de la tuya. Todo mi cuerpo se agita provocando múltiples besos, que se van apretando y chocando entre ellos, que se quejan porque no son capaces de salir hacia ningún lado y que avivan mi ansia de ti.
            Al rato todo se sosiega, a la vez que pongos mis pies descalzos sobre el suelo, aunque sigo pensando en dónde habrán quedado esos besos. Tal vez, en esa ola húmeda que acompañará a mis labios la próxima vez que se posen sobre los tuyos, se liberarán mucho de esos besos que hoy se quedaron escondidos en mí,  quién sabe en dónde.

martes, 8 de noviembre de 2011

Cazando tus instantes

                
               Han llegado tus fotos a mis manos. Esos papeles en el que se dibujan tus ojos chispeantes adornados por una sonrisa en un gesto estático, que  luce atrapado en un rectángulo, y que servirá para refrescar mi memoria. Siempre me gustan esas imágenes que me hablan de ti, aunque te propongo que para la próxima vez me dejes convertirme en tu fotógrafo.
                Tranquila, no tendrás que posar para mí, ni buscar en tu catálogo de sonrisas o preparar el mejor de tus peinados. Simplemente aguantarme a tu lado durante todo el día, siguiéndote con mi cámara de fotos. No quiero atrapar tus poses, sino cazar esos instantes que conforman tu vida. Esos gestos que atrapados en el aire, parece que van a continuar cuando los contemple en un movimiento interrumpido.
                Quiero fotografiarte dormida, con tus pelos revueltos y captando tu respiración sosegada. Detener tu desperezo cortando el aire y también ese otro momento en el que tu pie derecho toca el suelo, mientras el izquierdo flota. Acompañar tu desnudez y retratarla doble con ayuda de tu espejo. Durante tu ducha, inmovilizar las gotas de agua rebotando sobre tus pechos y posteriormente ese otro gesto de tu cabeza agachada de pelos chorreantes cuando intentas secar tus pies. Te fotografiaría mientras acomodas tus pechos en el sujetador y cuando termines tu arreglo con esa raya fina sobre tus párpados.
                Paralizaré en el aire tu zancada rápida cruzando la calle y en  ese instante en que el viento dobla tu paraguas o cuando espontáneamente te reflejes en el escaparate. Atraparé tu cara pensativa en tu trabajo, tu sonrisa al teléfono con el bolígrafo en las manos y tu rictus de cejas fruncidas cuando te suceda algo no gustoso.
                El reflejo del vaso, mientras bebes, difuminará tus labios y cazaré tu cuchara en vuelo hacia tu boca cuando comas.
                Plasmaré tu vuelta a casa cuando lanzas por el aire en reiterada pirueta tus tacones y ese gesto  en el que, derrotada tras todo el día, te tumbas intentando diluir sobre el sofá tu cansancio. Retrataré nuestras manos unidas, apretadas entre sí, mientras te conduzco sin resistencias hasta la cama. Fotografiaré de cerca cómo tus dedos desabrochan mis botones y otra por detrás en que se observe la línea de tu espalda descendiendo vertiginosamente hasta volverse en tus nalgas sobre sí misma. Sacaré un primer plano de tu pezón rugosamente endurecido e incluso quisiera fotografiarte en ese momento en el que habito rítmica e intensamente tus honduras y cuando tus ojos cerrados y esos gemidos que desembocan en tu “petite mort”,  diseñan el mayor de tus disfrutes.     
Tras ese largo día pondría todas las fotos ordenadas en álbum y al hojear sus páginas me llegarían retazos vividos de tu vida. Sólo una foto me faltaría y no podría hacerte: la de tu rostro triste, tras esos minutos en el que un “hasta pronto” me aleja de ti.

jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Mimosa yo?


¿Dices que soy mimosa porque…
….cada mañana me gusta abrir los ojos y despertarme acurrucada entre tus brazos?
…cuando me ducho me estremezco al sentir tus manos jabonosas espumando mi cuerpo?
…me acuerdo de ti cada vez que encuentro esas rosas que vas dejando en mi camino cotidiano?
…cuando me miras me haces sentirme guapa?
…aunque dedico mucho tiempo a peinarme, disfruto cuando me despeinas?
…tus “te quieros” siguen alborotando continuamente mi corazón?
…cada vez que nos reencontramos me gusta sentirme  insistentemente hermoseada por la ternura de tus besos?
…cada día me siento más vacía de mí y más llena de ti?
…tus pasos acompañan siempre a los míos, incluso cuando estás lejos?
…disfruto mirándote cuando duermes, te duchas, comes, caminas, sonríes, te excitas, te desnudas, comes, me provocas, me buscas, me amas…?

Sí, pensándolo bien, puede que sea algo mimosa…

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Ocasiones

   
    Hay ocasiones, tanto en el sexo como en la vida, que comienzan provocando dolor y que se acaban, incluso, disfrutándolas con sumo gusto.

lunes, 31 de octubre de 2011

Pura piel

Cada mañana cuando las plantas de sus pies aterrizaban sobre el mármol, dejaba que el aire de su habitación arrullara su piel desnuda. Echaba una mirada al espejo, de soslayo, con una cierta turbidez debida a la presbicia, y desaparecía en el interior de la ducha. Disfrutaba de aquellos chorros de agua caliente e imaginaba que dibujaban desde la cabeza a los pies líneas de vida, pues cuando salía, envuelta en vapores húmedos, se sentía realmente viva. Escogía con mimo la lencería que se iba a poner ese día, colocándosela consciente de cada movimiento y realzaba, a continuación, sus facciones con colores escogidos entre sus pinturas. Se ponía un vestido vaporoso, con el que terminaba de cubrir su piel y se lanzaba al reencuentro de su día.

Sentía el rumor oculto de su piel en cada una de sus acciones, cuando el calor insistente del verano la tiznaba con el más hermoso de los tonos canela o cuando, en días de  frío, ésta se erizaba en miles de poros que sobresalían como volcanes empenachados y silenciosos. A lo largo de su jornada, cada cosa que tocaba, cada contacto que sentía era una excusa para recrearse en mil sensaciones, pero nada como las del atardecer…

…cuando llegaba a esa hora de luces apagadas, colores etéreos y ruidos atenuados en que acudía a la cita cotidiana con su amante. Le gustaba ese gesto brusco que sustituía súbitamente el contacto de sus vestidos por aquellos dedos dotados de magia que alborozaban cada uno de sus centímetros. Saboreaba el extravío entre aquellos brazos velludos moldeadamente musculados y la acogida de aquel cuerpo que se enroscaba hábilmente en torno a sus caderas. No se aburría de aquella caricia insistente que endurecía  sus pezones y sobre todo le gustaba sentirse agitadamente horadada por aquellos dedos que esculcaban, como hábil zahorí, en su interior haciendo brotar, aparentemente de la nada, un manantial de placer que le hacía gustar y conocer en el más amplio sentido hasta qué punto inimaginable podía disfrutar gracias a su piel…

viernes, 21 de octubre de 2011

Decírmelo

     

             Hay mucha gente que me quiere...
           ....pero nadie que me lo diga...
        ¡de esa manera  tan maravillosa
         como tú lo haces!

martes, 11 de octubre de 2011

El cocinero novato


         Siempre le habían horrorizado los fogones, quizás fue consecuencia de aquel puchero hirviendo que se le derramó encima con cinco años, pero con ayuda de su mujer llevaba tiempo mentalizándose para iniciarse en ellos.
         Se le ocurrió sorprenderla, iba a hacer un guiso de marrajo y con la ayuda del google obtuvo la receta. Ya estaba en faena, incluido el lazo a la espalda del mandil floreado que se había colocado. Sacó el marrajo de la bolsa de plástico reprimiendo un gesto de asco ante el tacto escamoso de aquel pescado y el goteo sanguinolento que dejó. Echó el aceite en la olla y cuando comenzó sus primeros hervores, rodajó con levedad una zanahoria y machacó, más que cortó una cebolla y un diente de ajo. Sintió horror ante la mezcla de olores que se agarraron a sus dedos. Todo aquello borboteaba y el aceite daba saltos, de los que él se protegía con inútil destreza con la tapadera de la olla como si blandiera un escudo. Cuando aquella mezcla amarilleó, cogió una botella de vino blanco y chorreó el interior de la olla como si intentara apagar un incendio.  Añadió los trozos de marrajo, la sal, una ráfaga de pimienta que le hizo dar dos estornudos y un chorro de agua. Quince minutos haciendo plof, plof decía la receta…
         A medida que pasaba el tiempo, su nerviosismo y su impaciencia se hacían más visibles y no paraba de mirar a las agujas del reloj que le parecían moverse con extrema lentitud. Cada vez se arrepentía más de esta idea culinaria que había tenido, ¡seguro que aquello estaba incomible! El timbre del reloj de cocina le despertó de estas cavilaciones, justo en el momento en que sintió la puerta: su mujer acababa de llegar de la calle. Entró por la puerta en el momento en que él giraba a cero el mando de la vitrocerámica.
         Ella al ver aquella olla humeante le emitió más que una sonrisa luminosa, destapando la olla, aspirando el olor y mirando en su interior. ¿Me das a probar? ,  le dijo con una voz que él adivinó teñida de seducción. El introdujo su dedo en el guiso y lo posó, con la mayor de las delicadezas, tintando levemente aquella sonrosada lengua que, con sus papilas deseosas, brotaba de su boca. Los párpados de ella se cerraron, destacándole sus pestañas rizadas y negras y un “ummmmm” salió de su boca al degustar aquel guiso. Él cuerpo de él sufrió unos ciertos temblores y  a partir de ese momento, perdiendo cualquier atisbo de miedo y empezando por deshacer el lazo del mandil primero y el botón del pantalón después al que siguió un espontáneo descenso de la cremallera , supo que iba camino de ser un excelente cocinero.

martes, 20 de septiembre de 2011

Una niñera de fiar

        Ella se daba cuenta de que aquellos placenteros días eran un mero paréntesis en su vida. Tras ocho años de directora de una central nuclear, la presiones de los ecologistas habían acabado con su trabajo y ennegrecido su futuro. Quiso huir de aquel presente de cielos grises en su nativa Escocia y se fue a emborracharse de sol a aquella costa luminosa de la España mediterránea. Aunque no quería pensarlo, continuamente una pregunta acudía a su cabeza: ¿qué iba a hacer a partir de ahora?

         Cada cierto tiempo y cuando sentía su blanca piel demasiado soleada se metía en el agua y se dejaba arrastrar por la espuma de las olas, que si bien cauterizaban, en parte, sus heridas no le hacían superar su amargura. Aquella mañana mientras paseaba por la playa con su sombrilla amarilla en la mano, para protegerse del sol, vio una larga cola de mujeres que serpenteaba hasta un chiringuito. Se interesó, curiosa, por aquello y le comentaron que estaban haciendo un “casting”, eso le dijo su antecesora en la cola, para elegir una educadora  para los dos niños de un jeque árabe que veraneaba allí durante todo el año con unas estupendas condiciones y un sueldo de ensueño. Tras varias horas de paciente espera y cuando el sol había caído bastante sobre el horizonte le llegó su turno.
        
         El secretario del jeque le planteó un extenso cuestionario sobre su formación y su carácter. ¿Era cosa suya o estaba viendo que el rostro de él indicaba que estaba contento con lo que oía? Le hizo una última pregunta:
-¿Cómo se llama?
-Mary Poppins- contestó ella.
        
         Aquel nombre y apellido lo terminaron de convencer. El puesto fue suyo.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Sed de ti

       Tengo ansia de tu cuerpo, de sentirte que eres todo mío y saborearte cada uno de los centímetros que tu piel me brinda. Quiero que ese contacto contigo me vaya derritiendo en la fuente de tus delicias, abrazando tu sexo con mis labios y degustar lentamente sus más dulces sabores. Ahondar, a la vez, con mi dedo en tu cavidad más honda y acariciarla hasta que tus resistencia flaqueen y tornen en el rebose de tus manantiales mas placenteros. 
          No tardes en llegar hasta mí, cariño mío, para que pueda saciar, cuanto antes, la sed anhelante de ti que acompaña a cada uno de mis instantes.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Abrazo sin manos


         Llevo días preparándote este regalo, tanto como tiempo hace que me enteré de que venías a verme. Desde entonces te lo prometí: te regalaría el mejor de los abrazos sin manos que pudieran haberte dado.
         Esta mañana me desperté temprano y me sumergí en las espumosas aguas de mi bañera, intentando compensar esa cierta levitación de mi cuerpo con esa otra que me produces continuamente en el corazón.  Depilé, con sumo mimo, toda mi piel pensando que lo hacía para ti, y la unté con aceite de almendras perfumadas, dejándola con esa suavidad que tanto provoca tus deseos. Alboroté mi melena leonina, como tú le llamas y me vestí con el conjunto de lencería, amarillo melón, que me enviaste por mi cumpleaños.  Mirándome al espejo y conociéndote, sospecho que te gustará mucho más verlo ahora que cuando lo tuviste desinflado entre tus dedos. Desayuné de esta guisa, mientras te soñaba en cada mordisco a la rebanada de pan a la que intentaba semejar tu cuerpo.
         Acababa de poner los platos en el fregadero cuando tu forma característica de llamar me impelió hasta la puerta. Se me convirtieron en una eternidad los segundos que transcurrieron hasta que te vi y otra el tiempo en que tus labios aprehendieron jugosos a los míos. Sabes bien cómo derretirme y quebrar mis pocas defensas frente a ti, si es que queda alguna, a lo que sin duda contribuye el olor almizclado intenso de tu cuerpo. Me sentí arrastrada contigo, sumidos en un rebujo, hasta este sofá en el que estamos y que tanto sabe de nosotros. Inquietamos nuestros sosiegos con el intercambio de nuestras caricias y como en cruenta batalla, toda la tela se fue desprendiendo de nuestras pieles, dejando nuestras desnudeces al descubierto y sometidas a nuestro mutuo regocijo. Tu dádiva más deseada enderezó sus formas y aquellos simples escarceos, como si esculcaran algo valioso por mi bajo vientre, terminaron en una dulce inmersión hasta mí más hondo. 
         Entonces, ahíta de goces, cumplí lo prometido y te di este abrazo en torno a tus ondulantes nalgas… con mis piernas. Cosquilleadas por esa ralea de vello negro que te cubre, tensé mis pantorrillas que te aprietan contra mí, como para que no te vayas… Primero con un intenso abrazo y luego con un ligero vaivén que acompaña mis deseos y acrecienta mi placer. Y noto como sigues creciendo dentro de mí, aumentando ¿es posible todavía más?, mi goce a un extremo inenarrable. Entonces tu cuerpo se agita, arrastrándome en sus sacudidas y te desplomas sobre mi pecho. Todavía noto, a continuación, en mí unas pequeñas sacudidas eléctricas que gozo mientras tus labios exhaustos  empapan mi cuello de tu saliva. Después de esto soy yo la que se derrumba, pero sigo con mis piernas insistentemente anudadas en torno a ti…y es que ¡me siento tan a gustito!

lunes, 22 de agosto de 2011

Tedio


Los minutos de aquella frustrada siesta transcurrían con la lenta parsimonia de un caracol. El cuerpo desnudo de Sara, tendido sobre las sábanas, intentaba relajarse, lo que su mente le impedía. A través de sus ojos entrecerrados observaba la característica luz de una agobiante tarde de calor de agosto, que se filtraba por la persiana de su dormitorio. Aquel calor, incluso en la acogedora sombra de su cuarto silencioso, la envolvía en un intenso ardor y provocaba que, de cada uno de sus poros, empezaran a manar minúsculas gotas de sudor, que iluminaron toda su anatomía como pequeñas luciérnagas en la penumbra.

         El  tictac machacón del despertador irritaba su ánimo y espantaba su sueño, que no su amodorramiento. El calor se le hacía cada vez más insoportable. Sentía como su larga melena de rizos negros en cataratas, que imaginaba en total desorden, iba impregnando de sudor su almohada. Su espalda húmeda se iba pegando poco a poco a las sábanas y al acercar su mano a su pecho, sintió como las yemas de sus dedos se iban deslizando con facilidad por el sudor.

         Dibujó, como si estuviera aburrida, con aquellas yemas mojadas las formas, aparentemente serenas de sus pechos y se distrajo usándolos como un tobogán por el que descendían juguetones los dedos. En un determinado momento se desviaron y tropezaron con la pared rugosa e inusualmente dura de sus pezones. Aquel roce, la excitó… Siguió acariciándolos y se pusieron como el pedernal. Bajó por su barriga y gustó esa inmensa suavidad que tanto gustaba a aquellos hombres que la habían catado y gozó del chapoteo que produjo la inmersión de su dedo índice en la oquedad cubierta de sudor de su minúsculo ombligo.

         Ya había perdido el sueño, sólo quería sentir, sentir  todo lo que pudiera. Imaginaba…se imaginaba entre unos brazos fuertes y musculosos que la envolvían en ternura y sus dedos semejaban los movimientos que ella hubiera querido de esos gestos masculinos. Bajó su mano por su pubis liso, degustando sensaciones que se iban internando hasta su mayores simas, encontró sus pliegues y hábilmente con el dedo índice de la mano derecha, los fue recorriendo, como si los rasgara obteniendo sones mágicos.  Encontró un camino de cosquilleos y lo fue siguiendo con insistencia, hasta que todo su cuerpo se convirtió en pura ansia. Notaba, todavía más, la humedad de su espalda mezclada con la de las sábanas y esa otra, de un sabor que suponía más dulzón, que le hacía, ahora, gotear su dedo. Imaginó su cuerpo ávido penetrado hasta lo más hondo. Estiró su cuello, echó su cabeza hacia atrás, cerró sus ojos y su cuerpo se vio envuelto en sacudidas, mordió sus labios, sólo un instante, porque de ellos salió un largo gemido a la par que ella se veía descendiendo a  toda velocidad por una montaña rusa.

         Algunas leves sacudidas le siguieron… Se pasó el dorso de su mano por su frente chorreada y no recordó nada más, porque fue justo en ese instante cuando cayó en los brazos del más dulce de los sueños.

jueves, 4 de agosto de 2011

La corrida

        
      Era la noche ideal, adornada de sones de luna llena y con el silencio alborotado por el murmullo de las chicharras. Sabía que estabas allí, ¿esperándome? Eso nunca lo supe. Me desprendí de mi ropa, quedando vestida únicamente por la brisa y salté hacia donde tú te encontrabas. Dormías… Me gustó contemplar tu cuerpo tendido, sometido al vaivén de tu respiración y dejar resbalar mi mirada deseosa por tus músculos primorosamente torneados, que tanto me imponen como me ponen, mientras fantaseaba que soñabas conmigo.
         Abriste un ojo y súbitamente te incorporaste. Te acercaste a mí, sin dejar de mirarme. Primero muy despacio y luego con esa aceleración que te provocaba tu instinto. Esquivé aquel abrazo sin manos, sintiendo el roce de tus vellos sobre mi cuerpo desnudo lo que me provocó ligeros estremecimientos. Yo me acerqué a ti. Buscaba el provocarte. Y vaya si lo conseguí… Tu aproximación brusca, hizo saltar la tierra bajo tu cuerpo y el aire de tu alrededor formó remolinos en mi cabello. Me pasaste a pocos milímetros y pude acariciar suavemente tu lomo.
         Y en este juego a dos distrajimos los minutos, mientras el fluido que desprendías mezclado con mi sudor, tintaba de manera caprichosa en color ocre, por culpa de la luz nocturna, mis desnudeces. Al fin llegó  ese momento, que yo sabía que tenía que llegar, soplé el flequillo alborotado que cubría mis ojos, estiré mi brazo hacia ti y al punto sentí como te agitabas poco a poco, desde tu interior hasta tu piel. Tu cuerpo dio varias sacudidas sobre sí mismo, hasta que tus músculos se debilitaron y caíste exhausto con tu lengua rozando mis pies. Como si me hubieras contagiado un ligero cosquilleo erizó mi piel y agotada y sudorosa me dejé descansar con mi cabeza sobre ti. No sé si había sido la mejor de tus corridas, pero sí estoy segura de que ha sido la última.

viernes, 8 de julio de 2011

Cada mañana


…al despertar me oprime el dolor de tu ausencia, mientras se ilumina mi cuerpo con las luces del amanecer
…me desprendo del camisón para brindarte mis desnudeces como si estuvieras a mi lado
…mis dedos, semejando a los tuyos, juguetean sobre mi piel para desperezar mis sentidos
…tiemblo, me agito sin control, palpito aceleradamente y se tensan todos mis músculos como si tu cuerpo se hubiera posado sobre el mío
…llega un determinado momento en que cierro mis ojos, mi cuello se estira, mi barbilla se levanta, mis piernas se enderezan, mi respiración se acelera y me muerdo el labio como si tuviera un silenciador, para luego desplomarme bruscamente sobre el colchón
…tras ese instante, oigo a mi marido, a mi lado, gruñir entre sueños…

jueves, 7 de julio de 2011

Tu perfil


Cada tarde cuando me tiendo en la cama en esa hora laxa de la siesta y apoyo mi mejilla izquierda sobre la almohada,  te contemplo  tumbada a mi lado, de perfil.  Solazo mi mirada en tu pelo negro revuelto y enmarañado sin direcciones concretas. Desciendo por tu frente recta y antes de usar tu nariz para descender por ella como en un tobogán, me detengo en tu ojo derecho: alegre, vivo y luminoso.  Asoma levemente tras el cobijo de tus largas pestañas azabaches que aletean al aire azuzando mis más íntimos afanes.  Observo ahora tus labios, a los que la luz de la tarde le arranca ese brillo leve que le produce tu dulzona saliva. ¡Cómo se agitan los recuerdos en mi interior!...hasta llegar a sentir mis labios y dedos presos de esa humedad.  Sigo por los músculos de tu cuello que tuerce levemente debido a la curvatura de la almohada, esa piel que ha sido siempre tan sensible receptáculo de mis innumerables besos.
        Ahora es tu pecho derecho el que atrae mi atención, su tono níveo contrasta con el canela del resto de la piel que expones al sol, y resalta en él engañoso relajamiento que me muestra esa redondez oscura, sensible y más que aparente que lo viste con la mayor de las donosuras.
         Todos los días me pasa lo mismo. Llegados a ese punto ya no puedo resistir mi estatismo y mi mano escapa de la almohada para dirigirse hacia tu pecho, a la par que un intenso sopor me va invadiendo… Cuando despierto, con ese ánimo más que grato con el que revivo, ya no estás a mi lado, pero afilando mi olfato noto todo mi cuerpo penetrado  del más sabroso de tus olores.

miércoles, 6 de julio de 2011

El círculo de las caricias

         
        Disfruto sumergiéndome en el círculo de tus caricias, en ese manantial revitalizante que despliegas festiva y amorosamente sobre mi cuerpo. Me gusta tu mirada lúbrica, esa forma descarada tan tuya de alimentar mi deseo y el tuyo, simplemente, con tu mirada. Disparas, entonces, tus manos y en todo lo que de mí tocas aciertas a arrancarme los más dulces deleites. Cierro los ojos concentrándome en esa mezcla placentera en que se convierten los intensos olores que nuestras ansias desprenden.
       Noto  como tus pechos con sus pezones más que estilizados, reclaman anhelantes la humedad de mi lengua, que acepta encantada el gustoso encuentro de tan distintas texturas. Te agitas, estirando tu cuello hacia atrás, mientras tu carótida se hincha, cobrando todo tu cuerpo una vida inusitada. Tus piernas se abren para acoger mi sexo cuya dureza me indica que ya es más tuyo que mío. Fluye hasta lo más hondo de ti. Subes y bajas como un resorte deslizándote por él, hasta ese momento en que alzados ambos en una ola gigante descendemos hasta el gustoso sosiego del mar de caricias.

jueves, 23 de junio de 2011

Haciendo un favor

       No te preocupes, sigue sin miedo, más… Sé que eres un verdadero experto, mételo hasta dentro. Un poco más… Ya sabes que a mí siempre me cuesta colocar el culo adecuadamente, pero contigo da gusto, superas la mayor de las estrecheces con elaborada habilidad.
         Ya…casi… un poco más…uff…¡lo conseguiste! Creo que finalmente tendré que aprender a aparcar el coche de culo tan bien como tú lo haces.

miércoles, 22 de junio de 2011

Despedida

             
               Voy a escribirte unas líneas para despedirme de ti. Ningún adiós es sencillo y menos éste, teniendo en cuenta lo importante que has sido para mí y lo unidos que hemos estado durante tantos años.
                Recuerdo nuestra primera vez y me veo mucho más joven, sin ninguna de las arrugas que hoy surcan mi piel, y cómo me sedujiste con ese ardor tan tuyo. Aún puedo sentir cuando te acercaste a mis labios y me sentí invadida por todo un cúmulo de placenteras sensaciones. Desde entonces, tu abrazo tan aparentemente difuso como estrangulante me ha acompañado continuamente. En cada alborear, en las noches de insomnio, en mis buenos y peores ratos y hasta cuando la enfermedad me ha tenido postrada, has estado a mi lado. Apetecible, inseparable. En mis peores momentos el consuelo de tus caricias actuaba como bálsamo de mi ánimo y agradecía, no imaginas cuánto, el saboreo a través de mi garganta de tus efluvios más adictivos.
                Pero ya no podemos seguir juntos. Lo sé hace tiempo y hasta los de mi alrededor me dicen que no me convienes. He decidido hacerles caso. Mientras te escribo, lo que hago con lágrimas en los ojos y dudando si cumpliré mi propósito, aplasto contra el cenicero el que he decidido que será mi último cigarrillo.

lunes, 30 de mayo de 2011

No sé...


 Llevaba mucho tiempo esperando ese momento. Nuestro progresivo y paulatino acercamiento fue dando formas a mi deseo creciente de intimidad contigo. Un deseo irrefrenable de pura hambre, que bien sabía  yo que sólo podía calmarse con la mayor de las cercanías posibles contigo.  Al fin nuestra pasión venció a los restos últimos de nuestros pudores y nuestros cuerpos desnudos, al enfrentarse con tanta proximidad, parecieron reflejarse mutuamente. Nuestros poros abiertos, el vello erizado y las gotas de sudor que nos salpicaban parecían gritar de avidez por poseer el cuerpo ajeno.  Ya no resistí más y esa guinda sonrosada que tienes de pezón atrajo mi boca…
            No sé quién de las dos disfrutó más, si tú cuando me incitabas a gritos: muerde, muerde más fuerte… o yo cuando sentía placenteramente entre mis dientes cómo se iba robusteciendo, llegando a transformarse en la porción más deleitosamente dura de tus carnes.

martes, 10 de mayo de 2011

Tentación irrefrenable

           
          La brisa hacía cabriolas a mi alrededor cuando te sentaste a mi lado en aquella playa solitaria. Extendiste tu toalla, a muy pocos centímetros de la mía,  y te colocaste tu gorra amarilla para protegerte de los rayos de sol, que, a esa hora del mediodía, caían a plomo. Aquella cercanía, rodeados sólo de toneladas de arena, se me hizo casi agresiva, pero en seguida  hubo otros condicionantes que la hicieron más que agradable. Fuiste desprendiéndote de tu vestido con regalada lentitud, echándome miradas más que insolentes y en pocos minutos tu cuerpo quedó solo vestido por los rayos del sol. Si mis primeras miradas fueron de soslayo, las segundas iban teñidas de algo de disimulo y las terceras de estudiado atrevimiento. Tu cuerpo de movimientos ágiles como núbil gacela, cubierto todo él de un tono melosamente tostado, aterrizó sus nalgas hermosamente simétricas sobre tu toalla de tonos verdes, mostrando frente a mí tus turgentes piernas abiertas y dejando al acaricie de mi vista tu sensual hondura, adornada de un recortado vello de intenso color negro. Tus pechos ampulosamente esféricos adornaban por encima una barriga musculosamente retraída con un ombligo que parecía querer huir de su hueco.
                Animado por la patente intimidad que me brindabas, me quité el bañador y percibí como mi sexo se deslizaba pausadamente sobre mi pierna como si quisiera alzarse hacia ti. Sacaste un bote de aceite bronceador de tu bolsa playera de ositos de colores y echándote un chorro en la mano, empezaste a untarte tu cara y tus pechos, que en pocos minutos destellaban con brillos seductores. Seguiste por tu barriga y sonreí ante ese lago minúsculo y aceitoso que cubrió tu ombligo y en el que fantaseé chapotear. Continuaste empapando tus manos y las deslizaste, primero, por tus pies y luego por tus piernas con una estudiada parsimonia, dejando para el final ese oscuro hueco que tanto te embellecía entre tus piernas. ¿Era cosa mía o ese insistente lengüeteo de tus dedos con el bronceador, por esos andurriales, provocaba algún que otro estremecimiento de tu cuerpo?
                Te tendiste boca abajo colocando ahora tus pechos en una sensual postura en la que caían con ligeras oscilaciones asimétricas y me alargaste el aceite rogándome que te lo pusiera por la espalda. Sin preguntar nada empecé por tus nalgas cuyas órbitas me atraían obsesivamente y las impregné de una gruesa capa de aceite, menos mal que estabas boca abajo porque me daba cierto reparo el que vieras como mi sexo apuntaba, ahora, descaradamente hacia ti. Seguí luego por tu espalda saboreando las formas de tus huesos bajo la piel y al llegar a tus hombros la visión de tu pecho derecho con su pezón prominente, me produjo un cierto trastorno y no pude remediar el que mi mano se escapara y descendiera hasta él, agarrarándolo mis dedos como si pretendieran exprimirlo.
                Súbitamente te volviste y fue cuando, con gesto irritado,  me dijiste:
-¿Cómo se te ocurre cogerme así sólo el pezón derecho…? ¿…y el izquierdo? ¿es que no te gusta…?

martes, 19 de abril de 2011

Despertar

       
     Me gusta abrir los ojos, con esa pereza de la amanecida, sintiendo la lluvia de tus besos dibujando mimosamente mi rostro, hasta que se posan definitivamente sobre mis labios. Los abrazas mientras tu lengua avariciosa irrumpe para azuzar el movimiento de la mía y  robar el sabor de mi boca. Me espabilas con la lluvia tumultuosa de tus caricias que acompañan mis gestos al desperezarse y recorres descubriéndome caminos inexplorados por todos mis rincones.
         Te miro, aún entre sueños, con ojos de deseo que excitan todo tu cuerpo. Y sin tocarte acaricio esas curvas tan conocidas como siempre nuevas.  Te sientas sobre mi vientre humedeciendo mi ombligo con ese manantial dulzón que brota de entre tus piernas. Aprovechas esa humedad para deslizarte lentamente hacia atrás, a la búsqueda de mi fanal endurecido que te aguarda ávido. Cuando tus labios más sensibles lo besan, tu interior lo engulle mimosamente con movimientos crecientes y con envidiable habilidad alzas mi cuerpo a la cima de una ola, que desciende a tu par por pendientes de espuma blanca.
         Ahora sí que abro los ojos del todo y mi sonrisa captura la tuya, tu piel se desmorona sobre la mía, colocándose en sus huecos. No podía estar más a gusto ni en mejor compañía, mis pestañas se cierran entre sí…me vuelvo a dormir.

miércoles, 6 de abril de 2011

Ondulaciones


Me gusta admirar esas líneas de tu cuerpo que rompen la monotonía del aire, dotándolo de una alborotada sensualidad.  Observo cómo alcanzan su perfección en la simetría curvada de tus nalgas desnudas, que semejan ondas vivas al bañarlas la tenue luz del atardecer.
Mis dedos se deslizan por esas inclinadas pendientes, a la vez que azuzan tu sensibilidad, a la osada búsqueda de esa sabrosa gruta en la que acaban tus hondonadas y en la que se sumergen, una y otra vez, arrancándote sensaciones crecientemente placenteras que me saboreo al unísono contigo, hasta ese momento en que nuestros cuerpos desmadejados se desploman sobre el colchón.

martes, 22 de marzo de 2011

Tus manos

       Me gusta detenerme en la contemplación sosegada de tus manos. Admirar las formas esculturales de tus dedos largos y esas rayas que atraviesan tus níveas palmas. Me seducen esas curvas que dan formas a tus perfiladas uñas y me deleito en esas venas que se adivinan vivas a través de tu piel.

     Disfruto saboreando el sabor de ellas, cuando al acercarlas a mis labios, alternativamente, voy haciendo desaparecer tus dedos en el hasta notar tu caricia en mis encías.

     Me gusta jugar con tus dedos, que pugnen en el aire con los míos, realizando cabriolas y acrobacias. Sentir su tacto y alimentarlas con mi calor, apretujarlas y hacerme a la idea, por unos instantes de que son una con las mías.

Disfruto cuando tus yemas recorren mi cuerpo y avivan en él estelas deliciosas que diseñan mis deseos. Cierro mis ojos, interiorizando así mi disfrute, cuando tus uñas con estudiada habilidad lamen mi piel arrancándome estelas de placer que se quedan enganchadas en mi memoria durante largo tiempo.

-¿Sólo te gustan mis manos?
-Bueno, también tienes alguna otra parte que está estupenda…

jueves, 10 de marzo de 2011

Yo, me, mí, conmigo,...

                
     Recuerdo muy bien, aquella época en que con mis dos coletas oscilantes,  aprendí  a recitar aquellos pronombres. Me resultaban, a la vez, conocidos del lenguaje habitual y extraños por agruparlos en aquella clasificación gramatical. Fue todo un avance el sentirlos como “muy míos”. La vida progresa y fui aprendiendo el nosotros-vosotros, en ese deseo de salir de mí hacia los demás, de mis pensamientos a los ajenos, de mis clarísimas ideas a ese difumino con que se cargan cuando se les somete al cuestionamiento de los otros. Mis hormonas tomaron formas elaboradas y empecé a descubrir el tú, te, ti, contigo… El encontrarle en medio de mis horas y mis días. Primero torpemente dando palos de ciego y recibiendo mis correspondientes palos, pero luego hubo un momento en que el se convirtió en el pronombre más maravilloso que podría haber soñado, sobre todo cuando se le aderezaba con el contigo. Pero las agujas del reloj siguieron avanzando y con ello mi aprendizaje pronominal, el se diluyó y el dolor recibido me impulsaba a hablar despectivamente de él. Nuevos tús más ingenuos que el primero, que dieron paso a toda una colección de ellos.
         Y ahora cuando los minutos ya han dado paso a los años y mi piel se ha hecho más rugosa que la de entonces, ya he aprendido y vivido todos los pronombres y estoy aquí tendida de vuelta de casi todo, aunque aún me queda espacio para los sueños, con los ojos cerrados y mi mano acariciando ese vello mullido de mi entrepierna mientras mis labios musitan lentamente: yo, me, mí, conmigo,…

miércoles, 2 de marzo de 2011

Dibujándote


             Fue un día de rezagada primavera, en que no tenía que trabajar y cogí el coche para ir a dibujar a una cala, que me gusta especialmente, porque cuando las olas, con sus rizos de espuma peinan las rocas emiten melodiosos y cantarines gorjeos. Llevaba mi  cuaderno y mi bolígrafo, mientras paseaba por aquellas arenas desiertas, cuando  al girar un recodo tras las rocas, la vi tendida boca abajo sobre tu toalla rosa.
                Contemplé el maravilloso espectáculo de tu cuerpo desnudo,  con brillos aceitosos que le arrancaba los rayos de sol y que rompía, bruscamente, la monotonía arenosa y plana de la playa y me senté junto a ella para observarla con detenimiento. Estaba inmóvil, sólo el movimiento de su respiración provocaba un sinuoso y sosegado movimiento que empezaba desde su nuca y serpenteaba por sus prietas nalgas hasta disolverse en las plantas de los pies. El aire agitaba graciosamente su flequillo negro.
                No me pude resistir y para empatizar con ella me despojé del bañador. Me senté, sintiendo en mi piel el cálido cosquilleo de la arena y empecé a capturar sus líneas sobre el papel. Hice un boceto de pocas líneas, tracé posteriormente su perfil, cuidando la perspectiva y cuando ya tuve trazada su figura me dediqué a darle vida mediante las sombras. Este rato es en el que más disfruté, era como si a medida que su figura iba naciendo en el papel la fuera haciendo mía. Tanto….que hasta alguna parte de mi cuerpo, ajena a la mirada de cualquiera, iba desarrollando su más firme aspecto, influenciado por aquellas líneas.
                Lo de ajeno a las miradas…era relativo, porque una de las veces que levanté la mirada de aquel dibujo ya casi terminado, descubrí el brillo de sus ojos, atisbándome curiosa, a través de su flequillo. A ello  le siguió una sonrisa por su parte y un desperezamiento, mientras me observaba curiosa. Se levantó de la toalla, mostrando una delantera que dejaba empequeñecida su belleza trasera y acercándose a mí, se agachó para contemplar sobre mi hombro el dibujo que le había hecho. Sentí el intenso olor del bronceador en su piel, ahora tan cercana a mi. Me dio un beso suave y me dijo una frase que fue el prólogo de una mañana inolvidable:
-¿Quieres que me tienda sobre ti como estaba  antes sobre mi toalla?
         Demasiado que no se me voló el dibujo con el viento que hizo después y puedo colgarlo aquí…

jueves, 24 de febrero de 2011

Tu mirada

   
      Había llegado a ese punto en que mi existencia, obligada y desprovista de alicientes de todo tipo, fluía a empellones por un estrecho cauce. Mi cuerpo, para mí, había devenido en un mero sostén de mis huesos en el que estaba totalmente ausente cualquier placentera sensación. No sé cómo entraste en mi vida sacudiéndola desde lo más hondo y brindándome el más maravilloso de tus regalos: ¡tu mirada!

            Una mirada que emerge desde esos dos fanales que tienes por ojos y que cuando ahora se posan sobre la desnudez, ante apática y ahora anhelante, de mi cuerpo, la acicala extrayendo lo mejor que hay en ella. Cuando me miras se alborota mi piel con una melodía de cascabeles, esponjas mis sequedades y me haces gozar con tu cercanía. Esa mirada lúbrica actúa sobre mi cuerpo remodelándolo como la mejor de las cirugías, apretando la desazón de mis carnes, redondeando sinuosamente mis curvas y alzando mis pechos en un desafío a esa ley de la gravedad que se me impuso en estos años.

            Tras una  larga etapa de crudo invierno, has devuelto mi vida a la primavera y, sobre todo,  con tanto mirarme has contagiado a mis ojos esa forma de hacerlo. Ahora cuando me reflejo en el espejo, gracias a ti, me disfruto más maravillosa de lo que nunca, a estas alturas, me pude haber imaginado.

sábado, 19 de febrero de 2011

Despertares

 
        Hay despertares, como el de hoy,  en que nada me haría más feliz, que el que usaras mi cuerpo a tu puro capricho.

domingo, 13 de febrero de 2011

Cada atardecer...


...disfruto ese momento en que mis manos untan en crema suave y aromática toda la superficie de mis pies cansados. Me gusta pensar que son tus pies los que mis manos recrean fortaleciendo y ornando tus huesos, pero, sobre todo, disfruto ese instante en el que imagino que son tus manos, las que coronan mis pies con sus mimos y desplegando en ellos la mejor de tus ternuras.

jueves, 3 de febrero de 2011

Insistencia

     Tardé años pero logré en un lejano atardecer fotografiar el rayo verde, pero ahora llevo toda la tarde sacando fotografías delante del espejo y por más que lo intento no consigo que salga el pajarito...

miércoles, 2 de febrero de 2011

No recuerdo el día...


       …pero sí esa sensación de íntima cercanía entre nosotros como fue el sentir, por primera vez, el contacto de tu mano con la mía. Fue el inicio de una nueva forma de comunicarnos, más rica que las simples palabras, que hizo fluir hacia la tuya ese calor que implica nuestra diferencia habitual de temperaturas. Nuestros dedos se degustaron entrelazados en variadas piruetas y se reconocieron mutuamente en sus formas y esquinas. Capté tus distintos lenguajes: tu presión firme que me sostiene, el roce etéreo de tus dedos que tan gratamente me estimula, el acogedor mimo de tus yemas que compiten con las mías en caricias.

            Desde entonces mi mano ha cambiado, no en aspecto ni en textura, sino en ese sentimiento de felicidad que le embarga. Ha perdido las ataduras invisibles que la encadenaban a la nada, porque sabe que cuando tiene necesidad de alguien, sólo tiene que estirarse esos centímetros que la separan de la tuya, para sentirse, para sentirme, totalmente llena de ti.

miércoles, 26 de enero de 2011

Hoy toca que me toque


         Abrió sus ojos de buena mañana y a pesar del sueño percibió su mirada alegre. Ya había llegado el día… Llevaba un año saliendo con Úrsula. Un noviazgo “a distancia”, porque aunque se veían todos los días durante  tres o cuatro horas, ella había hecho todo lo posible por mantenerlo a distancia física de ella. A él se le hacía aquella peculiar relación cuesta arriba y, a pesar de estar dichoso por todo lo que recibía de ella, echaba de menos el contacto físico, limitado a un cogerse de la mano cuando paseaban y a la insoportable levedad de unos tenues besos. Una semana antes ya no pudo más y en un arrebato entre sincero y desesperado se lo dijo: ¡Necesito que me toques!
            Úrsula abrió sus ojos con asombro cariñoso y le dijo que si tanto lo necesitaba ella estaba dispuesta a colmar esa necesidad de que le tocara, tenía que mentalizarse y prepararse, ella calculaba que podría suceder en una semana. A él le sorprendió aquella facilidad,…pero mucho mejor! Y, al fin, había llegado ese esperado día.
            Subió los escalones de la casa de Úrsula con un alborozo que creía perdido y no pudiendo resistir su reconocida paciencia, que emergía por esa parte del cuerpo en que suele ser habitual en este caso. Ella, hermosísima la vio, le franqueó la puerta y cogido de la mano lo sentó en un cómodo sillón de su salón. Él cuidaba sus modales al máximo para no enturbiar la magia de aquella escena. Ella salió un momento y cuando volvió lo hizo desnuda, con lo que por primera vez el pudo contemplar la belleza sin par de aquella nacarada piel. Sus nervios empezaron a agitarse a mayor velocidad…
            Volvió a sentir los pasos descalzos de ella que se acercaban y ahora…¡traía un violín en la mano! Se puso de pie delante de él y empezó a tocarlo, extrayendo de él una maravillosa melodía. Pero si dicen que la música amansa las fieras, en este caso no ocurrió así, los ojos de él se abrieron inconmensurablemente por el asombro y su rostro pasó por varias tonalidades diferentes, mientras sonaba aquella dulce música tocada con inusual destreza. Cuando terminó de tocar le dijo: ¡Era una sorpresa, pero te vi con tantas ganas de que te tocara algo que no pude retrasar el tocarte algo de lo que estoy aprendiendo en mis clases de violín...¡qué mala cara se te está poniendo!
            Tuvieron que salir corriendo para Urgencias y Úrsula desconoce lo que le pasó, que desde hace tres meses él no es capaz de articular palabra.