lunes, 27 de diciembre de 2010

Marta y el Papá Noel

     Otro día lloviendo ¡qué rollo! Se quejaba Marta en silencio, mientras colocaba ordenadamente los perfumes en aquel  stand del Centro Comercial. Aunque hoy no sería tan aburrido como días anteriores, al ser la víspera de Navidad. Bueno, pensó optimista, al menos había conseguido aquel trabajo durante la campaña de Navidad y le haría más llevadera su vida en aquella época pues tras la separación de su marido, su economía había quedado bastante maltrecha
         Llevaba quince días trabajando y frente a ella, junto a las puertas de entrada, se colocaba todos los días un Papá Noel contratado por el Centro para que repartiera caramelos entre los niños. La crisis había hecho que durante muchas horas el aburrimiento fuera su compañero y así se fijaba en lo único que tenía enfrente: aquella figura roja y oronda de larga barba blanca. Aquella visión por puro hastío, fue evolucionando primero a una cierta curiosidad y luego a una fantasiosa atracción. Sí fantasiosa porque, como si se tratara de un  conocimiento virtual no veía más que un cuerpo igual al de miles de papanoeles y lo único diferente que captó un día que pasó por su lado, fue unos preciosos ojos verdes que la miraron fijamente. Sí, ella se dio cuenta que no le era invisible, cuando llegaba por la mañana empezó a saludarla con un gesto amable, de vez en cuando le hacía guiños cómplices a distancia y nunca faltaba el adiós mientras ella terminaba de recoger.
         No se sabe si es que hacía tiempo que no tenía relación con hombre alguno, tan escaldada había acabado de sus años de emparejamiento, o esa ternura que impregnaba su soledad en estas fiestas navideñas, la que le hacía fantasear con aquel Papá Noel. Se lo imaginaba inteligente y tierno, con esos ojos verdes que harían como de faro luminoso de todo su cuerpo y de que cada día que pasaba le empezaba a entrar más ganas de perderse entre sus brazos. Le daba morbo esa distancia que mantenían, así como el desconocimiento de su imagen oculta por aquel disfraz que lo único que le hacía descubrir que era algo más alto que ella.
         Al fin, pensó Marta, llegaron las ocho de la tarde, hora en que el día de Nochebuena cerraba el centro comercial. Aunque, mientras recogía su bolsa y se subía la cremallera de su cazadora, pensaba que qué más le daba a ella, ha hora de cerrar, si ahora tendría que irse a su casa donde no había nadie que la estuviera esperando. Eso le acongojó su corazón cuando el aire frío de la calle le golpeó su rostro. No había andado unos pasos cuando de las sombras brotó una figura que la agarró por el brazo. La sorpresa le asustó inicialmente, pero su cara se le iluminó cuando reconoció a aquel Papa Noel con el que tanto se había ilusionado aquellos días. Éste subió su mano enguantada a la altura de su boca y en un gesto inequívoco le indicó que guardara silencio. Ella se dejó llevar y se sintió a gusto asida del brazo de aquel barbudo. Caminaron despacio y al unísono mientras sentía que su libido iba aumentando hasta que llegaron a la casa de él.
         Entraron en su interior y él con un gesto la invitó a sentarse en el sofá. A ella le estaba gustando esta cita a ciegas y le apetecía pasar esta nochebuena en plan original... Necesitaba un gran abrazo que sanara su desgarradora soledad. Él se colocó frente a ella y muy despacio empezó a desprenderse de su ropa de trabajo. El cinturón negro se deslizó hasta el suelo, los botones fueron poco a poco abandonando los ojales y el cojín que le servía de barriga voló por los aires hasta caer en el sofá. Empezó a desabotonarse la camisa blanca y… Marta estuvo a punto de caer si no hubiera estado sentada… Y dos orondos pechos con los pezones sobresalientes salieron al exterior, el resto fue rápido el gorro y la peluca cayeron dejando paso a unas guedejas rubias y al desprenderse de la barba, un rostro femenino atractivo y sonriente le miraba desde sus ojos verdes. Ella se quedó paralizada por la sorpresa y fue cuando la Papá “Noela”, ya desnuda, se le acercó muy despacio y tomando la cara de Marta entre sus manos, acercó sus labios levemente a los de ella. En principio no se movieron, pero cuando sintió el roce, fue como si un volcán interior entrara en erupción y se sintió arrastrada por el sabor dulzón que su nueva amiga le brindaba. En pocos minutos aquellos dos cuerpos desnudos se revolcaban sobre el sofá gustando aquellas caricias ajenas que tanto ansiaban. Marta estiró su pie hacia la oquedad que ella tenía entre las piernas y tras acariciar los alrededores, introdujo el dedo gordo en el interior y mientras sentía cómo se iba humedeciendo, pensó que aquella nochebuena iba a ser mucho más original de lo que en principio había pensado…

domingo, 19 de diciembre de 2010

Ábrelos

       ¡Cuánto tiempo que no siento la caricia de tus labios...! Su ausencia se me hace insoportable y quiero reencontrarme contigo para sentirlos, para sentirte, para calmar esa sed angustiosa que tengo de ti. Ábrelos en abrazo tierno para acogerme como sólo tú sabes hacerlo. Saboréame en todos mis alrededores y encuéntrate con los míos para juntos, competir en besos. Quiero percibir su tacto carnoso, su humedad electrizante, el engolosinamiento de tu lengua y el rasgueo tierno de tus dientes. Arrástrame en el remolino de tu fuego, hasta que pierda la noción de ese tiempo en que no estabas, disfrute de ti y que cuando, al final, cierres tus labios, me quede yo atrapado en el interior de ellos.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Sucedió en una playa...

   
     Nunca imaginé que me sentiría tan a gusto viendo "las cosas" tan negras.

viernes, 10 de diciembre de 2010

En el antro

       
       Se sentó al fondo de aquel antro, vacío en esta noche de mitad de semana, y encendió un cigarro, mientras pedía una copa de ron. Siempre le habían dicho que no era bueno mezclar y tres copas de ron era lo que había tomado en su casa hasta que hubo agotado la botella. Se había echado a la calle gélida y fue lo único que había encontrado abierto a estas horas de la noche. No quería estar sola después de la putada que le había hecho su novio, al confesarle que se iba de su casa, que se había enamorado de otra. Tampoco podía recurrir al consuelo de su mejor amiga, pues esa era la “otra”.

            Tenía la sensación de sentirse rota, como si el corte de un hacha la hubiera atravesado por el centro. Sentía una frialdad por dentro mucho mayor que la que hacía por fuera. No sabía de qué resquicio de su interior podría haber brotado aquella idea, pero necesitaba el fuego intenso de una polla, pronunciarlo en voz alta la ruborizaba, entre sus piernas para con su calor cauterizar la herida infringida. Le daba igual de quién fuera…pero ella lo ansiaba como ninguna otra cosa en este instante. Entonces fue cuando, a través de las volutas de su cigarro, lo vio al fondo en una mesa con la cabeza inclinada mientras no cesaba de escribir en un cuaderno. Ella empezó a mirarlo con descaro, con deseo, hasta que a él no le pasaron inadvertidos aquellas miradas y levantándose se sentó junto a ella. No estaba mal, aquel rostro de amplia calvicie y barba canosa recortada, tenía su punto sensual.

-Qué hacías?
-Escribo, soy escritor- contestó en tres palabras.
-Te apetece una copa de lo que estoy bebiendo?- le dijo ella con el cuerpo con escalofríos por aquella proximidad.
-Claro que sí- repuso él sonriente y como quien se siente gratamente atrapado en una situación inesperada.

     Dejando el cigarro sobre el cenicero, ella se echó a la boca el contenido del vaso y sin que él pudiera imaginarlo, acercó sus labios a los de él e introdujo en su boca aquel ron, ahora rebajado en alcohol por su saliva. El deglutió aquel líquido de un trago y saboreó aquella lengua que ella le regalaba con tanta intensidad. Sus brazos se dispararon hacia el cuerpo de ella. Y fue cuando ella, tomándolo de la mano le dijo:
-Vamos a mi casa.

    Recorrieron aquellas pocas decenas de metros tan apretados entre sí, que caminaban semejando tener sólo tres piernas entre los dos. Subieron las escaleras fundidos en besos y al abrir la puerta se desmoronaron a  la par en el sofá. Ella se levantó y se desnudó rápidamente como si el contacto de aquel vestido sobre su piel la quemara. Él no dejaba de mirarla entre divertido y deseoso. Se levantó y le indicó que se acostara en el sofá. Fue colocando a su gusto las formas de aquel cuerpo desnudo y cuando lo tuvo como él quiso, abrió su cuaderno.

-¿Me vas a escribir un poema?- dijo extrañada arrellanando su cabeza sobre el cojín.
-No, te voy a dibujar, también soy dibujante. Me encanta esa postura tuya en que tus labios menores tan oscuros, que contrastan con la blancura de tu piel, parecen un simpático ratoncito, que salivea de pura ansia.

      Sintió  el rasgado del bolígrafo sobre el papel y la impaciencia acrecentó su deseo hasta extremos que nunca había sentido. Le gustaba sentirse contemplada de esa manera por la mirada del artista. Le costó permanecer quieta en aquella tesitura, mientras escuchaba su bolígrafo deslizarse por el papel y veía frente a ella aquel pene que a medida que pasaban los minutos iba alzándose en el aire.

            Cuando terminó el dibujo se lo enseñó y, al verlo, su ratoncillo empezó a manar levemente. Dejó el dibujo a la vista y mientras lo miraba, tomó entre sus dedos su ahora bien estirado pene  y acercándolo a sí, lo engulló en el interior de aquellos labios sin dientes. Abrazó aquel deseo con la intensidad de sus músculos, mientras entraba y salía y aquella fricción le provocaba un placer que sacudía todo su cuerpo. Aquel vaivén no cesaba y ella imaginó una gigantesca aguja que poco a poco iba cosiendo su corazón roto. Su fuego por un lado se atenuaba y por otro se avivaba hasta que no pudiendo resistir más aquella mezcla de placeres se desplomó lánguidamente en sus brazos. Allí permaneció mucho rato, tal vez horas, y tan a gusto que nunca olvidó aquel día que por primera vez en su vida quiso follar en vez de hacer el amor, aquel dibujo siempre se lo recordó.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Sensaciones de finales de noviembre

        Comenzaba a hacer frio. Cuando se desnudaba para acostarse, el vello se le erizaba y se le ponía la carne de gallina. A pesar de ello le gustaba meterse completamente desnuda en la cama y añadir sobre su cuerpo el frio de las sabanas que hacía que sus pezones se pusieran en pie de guerra y justo así con el roce de la ropa de cama aumentaba más el gélido placer. Cuando en breve recibía compañía, con el contacto del cuerpo a cuerpo, la temperatura cambiaba radicalmente y el calor de la otra piel y los arrumacos hacían que todo se fundiera en un éxtasis compartido.

(Hoy me han prestado estas palabras y yo les he adherido este dibujo).