sábado, 8 de febrero de 2014

Maniobras orquestales en la oscuridad


       Despertó sudando, con ese calor que no tiene que ver con la temperatura exterior, sino que nace del interior. Una noche más en blanco y negro. Anhelaba los colores brillantes que la vida le negaba. Su piel ardía, hasta el último de sus poros y su mente inquieta voló. Voló a lugares lejanos, a playas inmensas de agua cristalina por las que paseaba aquella mujer que tanto le seducía. Podría imaginar sus pechos oscilantes al caminar, al que el sol le arrancaría destellos, su melena agitada al viento y sus piernas caminando sobre la arena, mientras se rozaban junto a esa rendija que tanto anhelaba. 

          No pudo resistirlo más. Como si despertara de un sopor se espabiló, se encontró de nuevo en su cuarto oscuro, al lado la respiración sosegada de su mujer. Echó abajo las sábanas y estirando sus piernas sobre ella, se agarró con fuerza a su sexo, como si fuera un clavo ardiendo. Ardiendo estaba y con una apariencia pétrea. Lo recorrió arriba y abajo con su mano, mientras volaba de nuevo a aquella playa. Fueron unos minutos solamente, hasta que su cuerpo se sacudió de una manera tan salvaje que temió despertar a su cónyuge. Ella seguía durmiendo. Él desde ese instante dejó de tener calor y se durmió plácidamente.