jueves, 31 de mayo de 2012

¿Nunca le ha sucedido?



       Te ocurrió el pasado domingo… Te despertaste mareada con esa sensación postrera, que acompañan a esas noches que empiezan con un espontáneo encuentro masculino. A continuación,  prosigues sazonando tan grata compañía con unas copas y coronas la noche en tu cama entre mezcla de fluidos, deseos lúbricos y acrobacias sexuales a dos.  Cuando despiertas y entras en la cocina por la mañana, te sientes con la mente embotada, no recuerdas nada y te encuentras a ese hombre desconocido, entre despeinado y desnudo al que no sabes que decirle. Un insólito pudor te lleva a abotonarte el camisón, por el que un pecho, al que notas más ingrávido que nunca, pretende escapar. La cabeza te duele y parece oscilar en una espiral invisible. Observas a medio ver, porque uno de tus ojos no se abre del todo, al que ahora te resulta un individuo desconocido. El te mira silencioso mientras coges la taza. Necesitas urgentemente un café, no estás acostumbrada a noches de este calibre.  Coges la cafetera que te ha preparado, echas un chorro sobre la taza y la azucareas agitando la cuchara. Acercas el borde a tus labios, empiezas a reaccionar tras esas primeras gotas que descienden por la garganta y, es en ese momento de súbita lucidez cuando te haces consciente de algo terrible:
1)      Ayer no tomaste ni gota de alcohol.
2)      No hiciste el amor en toda la noche, ni siquiera recuerdas cuándo fue la última vez que lo hiciste.
3)      Empiezas a reconocer a ese hombre extraño: ¡es tu marido desde hace más de quince años!

sábado, 26 de mayo de 2012

¿Bello vello?


          Siempre se había negado a recortarse aquel abundante vello negro que abruptamente retorcido le crecía entre sus piernas. Para ella era algo “muy suyo” y no entendía esa modernidad de deshacerse de él. Si crecía allí sería por algo. Además, no era un rincón que fuera a lucir en ningún sitio, más que en la intimidad y el que quisiera acercarse a ella debería aguantarse con lo que había, eso sin contar que le daba una cierta dentera el aproximar algo cortante a tan delicado lugar. Todo esto lo pensaba mientras, desnuda ante el espejo, se pintaba los ojos y observaba aquella espesa pelambrera, que contrastaba con el color níveo de su piel.
            Hacía mucho tiempo que no le habían despeinado aquel mechón, pero ahora había quedado con un madurito, a quien había conocido por internet y con quien había llegado a ese entendimiento en que se desea experimentar como el pelo de su bigote canoso se entremezclaba con aquel vello. Empalagó, aquel matojo, en gotas de perfume y fue, entonces, cuando su cita llamó a la puerta.  Entró con paso pausado y la tomó entre sus brazos, sintiéndose ella embriagada de aquel olor que le envolvía, primero a él y pronto a ambos. Tras hábiles y sinuosas caricias, llegó ese momento en que,  acercándose a su entrepierna  le hizo el comentario de si le apetecería que se lo recortara un poco. ¡De ninguna manera!, contestó ella y de esta guisa siguieron entremezclándose en mutuos agasajos, hasta ese extremo, en que la situación alcanzó tal fogosidad, que le hizo perder hasta aquellas de sus convicciones más hondamente arraigadas. Todos sus vellos estaban estirados a causa de la excitación, no supo cuándo fue convencida, pero dejó que los dedos poderosos de él acercaran las tijeras que, con suma delicadeza, trasquilaron, al principio, para igualar después. Ella se dejaba hacer y notaba la ausencia de aquella mata, que poco a poco fue transformándose en una ligera pelusilla.  A continuación fue la caricia cosquilleante y espumosa del jabón, la que, como un susurro producido por el aleteo de una mariposa, sintió en tan recóndito lugar, seguida del leve roce de la cuchilla que le produjo un cierto temor. Cuando terminó, él le acercó un espejito para que viera su obra de arte y los ojos de ella se horrorizaron, se notaba extraña, como si le faltara algo. Entre el temor y la curiosidad acercó sus dedos por aquellos gruesos labios, que desde el espejo ampulosamente le sonreían y por primera vez veía, y sintió, que ahora, desprovisto de estorbos, el roce le provocaba una nueva sensación. Iba a protestar, pero la mueca ininterrumpida de su boca, coincidió con el gesto simultáneo de la de él posando sus pilosos labios sobre aquel lugar en el que antes había una enmarañada dificultad para acercarse. No pudo articular palabra, porque el roce aparentemente insignificante de los pelillos de sus bigotes, contra aquella piel tan exquisitamente sensible y desprovista  hasta ahora de cualquier sensación, le provocó un intenso cosquilleo que indujo desde su garganta unos gemidos intermitentes, que desembocaron en unas sacudidas intensas, nunca experimentadas. Sintió como si su cuerpo se hubiera disuelto y mientras lentamente recuperaba su ritmo respiratorio, una sonrisa trémula iluminó su rostro, ¡ahí, ni un pelo más! pensó, mientras se dejó mecer en una nube.
          Después de aquella experiencia, nunca más tuvo nostalgia de aquellos vellos perdidos, incluso se preocupaba de que no asomaran, ni siquiera sutilmente. Ahora disfruta en las noches de verano y mientras se balancea totalmente desnuda en la hamaca que tiene en su jardín, abre sus piernas para que la brisa acaricie aquellos labios recién descubiertos y revive aquellas sensaciones, recordando aquel día en que, gracias a unos vellos que cayeron y a otros vellos ajenos que se le acercaron, se quedó durante largo rato balanceándose en una nube.

viernes, 11 de mayo de 2012

Quince minutos


     Había llegado ese momento que parecía que nunca iba a llegar. El vaho cálido de tu respiración fue lo primero que sentí, seguido del leve roce de tus labios. ¿Fue cosa mía? Pero me pareció distinguir cada arruguilla de esa superficie carnosa. Al principio anormalmente seca, pero sólo una décima de segundo, porque enseguida empezó a bañarse de una suave humedad. La saliva empezó a anegar aquel campo dotándolo de nueva vida, tu sabor apacible empezó a despertar a mis papilas, especialmente cuando se mezclaron nuestros sabores, produciendo uno diferente, gustoso y que me provocaba ese apetencia de tu algo más. Nuestros labios se abrazaban tan dulce como brutalmente, con esa violencia propia de una pasión almacenada durante tanto tiempo. 
      Masticaba tus carnosidades, que parecían pedirme más y fue cuando mi lengua las recorrió con su punta hasta encontrar la entrada a la placentera cueva de tu boca.  Su punta juguetona esculcaba en tu interior, lamiendo cada uno de tus dientes y asomándose hasta la entrada a tu garganta donde se recreaba humedeciendo tu campanilla. Nuestros labios siguieron reconociéndose y ahora mi lengua se encontró con la tuya, danzaron juntas, muy pausadamente, casi quieta, primero en tu boca y después siguieron su baile hasta la mía, donde aquella mezcla de salivas me supo a preciada exquisitez.
      Sentía como todo mi cuerpo se tensaba, respondiendo con cada célula, a aquel impulso que originándose allí se transmitía por cada una de mis venas. Yo estaba tan a gusto que no me aburría de aquellas sensaciones, repetitivas y siempre nuevas.  Saturado de humedades la saliva se desbordó a chorros por las comisuras de mis labios, hasta ese instante mágico en que mezclada con mis lágrimas siguieron fluyendo a través de mi cuerpo, justo hasta ese instante, que al ver el reloj, me hice consciente de que hacía muchísimos años en que no había dado un beso como éste, que ya duraba más de quince minutos.

lunes, 7 de mayo de 2012

La señorita X




Adela fue siempre una niña rarita, desde muy pequeña disfrutaba más con los polinomios que con las Barbies. Creció en tamaño y madurez y aquella afición matemática derivó en tintes casi enfermizos, por tanto no es extraño que, tras aprobar brillantemente la Selectividad, decidiera encaminar sus pasos universitarios hacia tal materia. Disfrutó en aquellos cinco años en que dedicó todas sus energías a la resolución de ecuaciones, dibujar curvas, calcular vectores y despejar incógnitas. En cuanto terminó, sin ninguna dificultad  fue contratada como profesora asociada en la Universidad.
 Estaba deseando transmitir aquellos conocimientos que bullían por su interior a sus alumnos. Para Adela aquellos algoritmos eran toda su existencia, pero para ellos sólo una minúscula parte de su vida y aquella diferencia de perspectiva los separaba con una honda brecha, más de lo que para ella era deseable.  No le pasaba inadvertido,  porque lo había escuchado más de una vez por los pasillos, que le habían puesto el sobrenombre de señorita X.  Seguro que tenía que ver, pensó ella, que constantemente les insistiera en lo gratificante de resolver el valor de la X.
Esto le fue preocupando, al principio, y molestando después. Y poco a poco una cierta obsesión empezó a formar parte de su vida cotidiana. Cada vez que trazaba los palos cruzados de la x era como si un fino punzón se le hincara en la piel. La situación le fue agobiando, desconocía lo que hacer, sobre todo cuando ello le provocaba noches de insomnio y profundas ojeras en su agraciada cara. Sabía que aquello tendría que salir por algún lado y que en algún instante haría una locura…
Aquel día entró en clase como cualquier otro, ya llevaban varios días con la Trigonometría, algo que a ella siempre le había hecho disfrutar y que percibía que a ellos le importaba no más que un pimiento. Estaba de espaldas escribiendo una fórmula en la pizarra: 2sen2 x+… Su fino oído captó unas risitas a sus espaldas y alguien que repetía en tono jocoso : “los dos senos cuadrados de x”… Aquello fue demasiado, estrelló la tiza contra el suelo y lanzando una mirada de furia a su auditorio, se sentó sobre la vieja mesa de madera encogiendo sus piernas y, desprendiéndose de su blusa y  del sujetador con un hábil movimiento, dejó sus orondos pechos al descubierto ante su asombrado auditorio. Entonces fue cuando dijo aquella frase que nunca olvidaron sus alumnos y a punto estuvo de convertirse en eslogan de la facultad:
-¿Con que los senos de X son cuadrados? Nada de eso, ¡redondos y bien redondos!
Luego como si no hubiera sucedido nada siguió el desarrollo de aquellas fórmulas, plenas además de los senos, de cosenos y tangentes. Algo logró, desde entonces sus alumnos seguían sus clases atentos y casi aguantando la respiración y nunca más le llamaron señorita X, sino señorita Adela.

viernes, 4 de mayo de 2012

Lanzo mis pies al suelo


Sacudo mis últimos rastros de sueño, con los ojos pegados todavía, los cabellos enmarañados y con esa cara que sólo es atractiva en nuestra intimidad, lanzo mis pies al suelo, palpándolo a la búsqueda de las chanclas, con esa torpeza característica de los dedos de mis pies. Corto el aire con mi cuerpo desnudo, bamboleante, mientras levemente recupero el equilibrio y  me dirijo a la ducha. Abro el agua caliente y dejándome revitalizar por ella, empiezo a soñarte entre vapores y humos.
Te sueño junto a mí, intentando evitar la nostalgia creciente de tu ausencia. Esa que, cuando estas lejos, se agarra a mi piel resistiéndose a abandonarme. Te imagino detrás de mí, con tus uñas tintadas en color, recorriendo mi pecho de arriba para abajo, gozándome bajo los chorros de agua ardiente y espumándome todos los rincones, surcando mis recovecos y jugueteándome con todo lo que me cuelga. Cierro los ojos y vuelo hasta ti…
Cuando noto mis poros abiertos, a través de los cuales fluyen todos mis anhelos, cierro el grifo. Tomo la toalla y muy lentamente desadhiero las gotas de agua de mi piel. Lanzo mis pies hacia las chanclas y tras secarme la cara me miro al espejo, sonriéndome y recordando que ahora voy a recogerte a la estación y en poco tiempo esos sueños recientes se harán realidad.