lunes, 27 de diciembre de 2010

Marta y el Papá Noel

     Otro día lloviendo ¡qué rollo! Se quejaba Marta en silencio, mientras colocaba ordenadamente los perfumes en aquel  stand del Centro Comercial. Aunque hoy no sería tan aburrido como días anteriores, al ser la víspera de Navidad. Bueno, pensó optimista, al menos había conseguido aquel trabajo durante la campaña de Navidad y le haría más llevadera su vida en aquella época pues tras la separación de su marido, su economía había quedado bastante maltrecha
         Llevaba quince días trabajando y frente a ella, junto a las puertas de entrada, se colocaba todos los días un Papá Noel contratado por el Centro para que repartiera caramelos entre los niños. La crisis había hecho que durante muchas horas el aburrimiento fuera su compañero y así se fijaba en lo único que tenía enfrente: aquella figura roja y oronda de larga barba blanca. Aquella visión por puro hastío, fue evolucionando primero a una cierta curiosidad y luego a una fantasiosa atracción. Sí fantasiosa porque, como si se tratara de un  conocimiento virtual no veía más que un cuerpo igual al de miles de papanoeles y lo único diferente que captó un día que pasó por su lado, fue unos preciosos ojos verdes que la miraron fijamente. Sí, ella se dio cuenta que no le era invisible, cuando llegaba por la mañana empezó a saludarla con un gesto amable, de vez en cuando le hacía guiños cómplices a distancia y nunca faltaba el adiós mientras ella terminaba de recoger.
         No se sabe si es que hacía tiempo que no tenía relación con hombre alguno, tan escaldada había acabado de sus años de emparejamiento, o esa ternura que impregnaba su soledad en estas fiestas navideñas, la que le hacía fantasear con aquel Papá Noel. Se lo imaginaba inteligente y tierno, con esos ojos verdes que harían como de faro luminoso de todo su cuerpo y de que cada día que pasaba le empezaba a entrar más ganas de perderse entre sus brazos. Le daba morbo esa distancia que mantenían, así como el desconocimiento de su imagen oculta por aquel disfraz que lo único que le hacía descubrir que era algo más alto que ella.
         Al fin, pensó Marta, llegaron las ocho de la tarde, hora en que el día de Nochebuena cerraba el centro comercial. Aunque, mientras recogía su bolsa y se subía la cremallera de su cazadora, pensaba que qué más le daba a ella, ha hora de cerrar, si ahora tendría que irse a su casa donde no había nadie que la estuviera esperando. Eso le acongojó su corazón cuando el aire frío de la calle le golpeó su rostro. No había andado unos pasos cuando de las sombras brotó una figura que la agarró por el brazo. La sorpresa le asustó inicialmente, pero su cara se le iluminó cuando reconoció a aquel Papa Noel con el que tanto se había ilusionado aquellos días. Éste subió su mano enguantada a la altura de su boca y en un gesto inequívoco le indicó que guardara silencio. Ella se dejó llevar y se sintió a gusto asida del brazo de aquel barbudo. Caminaron despacio y al unísono mientras sentía que su libido iba aumentando hasta que llegaron a la casa de él.
         Entraron en su interior y él con un gesto la invitó a sentarse en el sofá. A ella le estaba gustando esta cita a ciegas y le apetecía pasar esta nochebuena en plan original... Necesitaba un gran abrazo que sanara su desgarradora soledad. Él se colocó frente a ella y muy despacio empezó a desprenderse de su ropa de trabajo. El cinturón negro se deslizó hasta el suelo, los botones fueron poco a poco abandonando los ojales y el cojín que le servía de barriga voló por los aires hasta caer en el sofá. Empezó a desabotonarse la camisa blanca y… Marta estuvo a punto de caer si no hubiera estado sentada… Y dos orondos pechos con los pezones sobresalientes salieron al exterior, el resto fue rápido el gorro y la peluca cayeron dejando paso a unas guedejas rubias y al desprenderse de la barba, un rostro femenino atractivo y sonriente le miraba desde sus ojos verdes. Ella se quedó paralizada por la sorpresa y fue cuando la Papá “Noela”, ya desnuda, se le acercó muy despacio y tomando la cara de Marta entre sus manos, acercó sus labios levemente a los de ella. En principio no se movieron, pero cuando sintió el roce, fue como si un volcán interior entrara en erupción y se sintió arrastrada por el sabor dulzón que su nueva amiga le brindaba. En pocos minutos aquellos dos cuerpos desnudos se revolcaban sobre el sofá gustando aquellas caricias ajenas que tanto ansiaban. Marta estiró su pie hacia la oquedad que ella tenía entre las piernas y tras acariciar los alrededores, introdujo el dedo gordo en el interior y mientras sentía cómo se iba humedeciendo, pensó que aquella nochebuena iba a ser mucho más original de lo que en principio había pensado…

domingo, 19 de diciembre de 2010

Ábrelos

       ¡Cuánto tiempo que no siento la caricia de tus labios...! Su ausencia se me hace insoportable y quiero reencontrarme contigo para sentirlos, para sentirte, para calmar esa sed angustiosa que tengo de ti. Ábrelos en abrazo tierno para acogerme como sólo tú sabes hacerlo. Saboréame en todos mis alrededores y encuéntrate con los míos para juntos, competir en besos. Quiero percibir su tacto carnoso, su humedad electrizante, el engolosinamiento de tu lengua y el rasgueo tierno de tus dientes. Arrástrame en el remolino de tu fuego, hasta que pierda la noción de ese tiempo en que no estabas, disfrute de ti y que cuando, al final, cierres tus labios, me quede yo atrapado en el interior de ellos.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Sucedió en una playa...

   
     Nunca imaginé que me sentiría tan a gusto viendo "las cosas" tan negras.

viernes, 10 de diciembre de 2010

En el antro

       
       Se sentó al fondo de aquel antro, vacío en esta noche de mitad de semana, y encendió un cigarro, mientras pedía una copa de ron. Siempre le habían dicho que no era bueno mezclar y tres copas de ron era lo que había tomado en su casa hasta que hubo agotado la botella. Se había echado a la calle gélida y fue lo único que había encontrado abierto a estas horas de la noche. No quería estar sola después de la putada que le había hecho su novio, al confesarle que se iba de su casa, que se había enamorado de otra. Tampoco podía recurrir al consuelo de su mejor amiga, pues esa era la “otra”.

            Tenía la sensación de sentirse rota, como si el corte de un hacha la hubiera atravesado por el centro. Sentía una frialdad por dentro mucho mayor que la que hacía por fuera. No sabía de qué resquicio de su interior podría haber brotado aquella idea, pero necesitaba el fuego intenso de una polla, pronunciarlo en voz alta la ruborizaba, entre sus piernas para con su calor cauterizar la herida infringida. Le daba igual de quién fuera…pero ella lo ansiaba como ninguna otra cosa en este instante. Entonces fue cuando, a través de las volutas de su cigarro, lo vio al fondo en una mesa con la cabeza inclinada mientras no cesaba de escribir en un cuaderno. Ella empezó a mirarlo con descaro, con deseo, hasta que a él no le pasaron inadvertidos aquellas miradas y levantándose se sentó junto a ella. No estaba mal, aquel rostro de amplia calvicie y barba canosa recortada, tenía su punto sensual.

-Qué hacías?
-Escribo, soy escritor- contestó en tres palabras.
-Te apetece una copa de lo que estoy bebiendo?- le dijo ella con el cuerpo con escalofríos por aquella proximidad.
-Claro que sí- repuso él sonriente y como quien se siente gratamente atrapado en una situación inesperada.

     Dejando el cigarro sobre el cenicero, ella se echó a la boca el contenido del vaso y sin que él pudiera imaginarlo, acercó sus labios a los de él e introdujo en su boca aquel ron, ahora rebajado en alcohol por su saliva. El deglutió aquel líquido de un trago y saboreó aquella lengua que ella le regalaba con tanta intensidad. Sus brazos se dispararon hacia el cuerpo de ella. Y fue cuando ella, tomándolo de la mano le dijo:
-Vamos a mi casa.

    Recorrieron aquellas pocas decenas de metros tan apretados entre sí, que caminaban semejando tener sólo tres piernas entre los dos. Subieron las escaleras fundidos en besos y al abrir la puerta se desmoronaron a  la par en el sofá. Ella se levantó y se desnudó rápidamente como si el contacto de aquel vestido sobre su piel la quemara. Él no dejaba de mirarla entre divertido y deseoso. Se levantó y le indicó que se acostara en el sofá. Fue colocando a su gusto las formas de aquel cuerpo desnudo y cuando lo tuvo como él quiso, abrió su cuaderno.

-¿Me vas a escribir un poema?- dijo extrañada arrellanando su cabeza sobre el cojín.
-No, te voy a dibujar, también soy dibujante. Me encanta esa postura tuya en que tus labios menores tan oscuros, que contrastan con la blancura de tu piel, parecen un simpático ratoncito, que salivea de pura ansia.

      Sintió  el rasgado del bolígrafo sobre el papel y la impaciencia acrecentó su deseo hasta extremos que nunca había sentido. Le gustaba sentirse contemplada de esa manera por la mirada del artista. Le costó permanecer quieta en aquella tesitura, mientras escuchaba su bolígrafo deslizarse por el papel y veía frente a ella aquel pene que a medida que pasaban los minutos iba alzándose en el aire.

            Cuando terminó el dibujo se lo enseñó y, al verlo, su ratoncillo empezó a manar levemente. Dejó el dibujo a la vista y mientras lo miraba, tomó entre sus dedos su ahora bien estirado pene  y acercándolo a sí, lo engulló en el interior de aquellos labios sin dientes. Abrazó aquel deseo con la intensidad de sus músculos, mientras entraba y salía y aquella fricción le provocaba un placer que sacudía todo su cuerpo. Aquel vaivén no cesaba y ella imaginó una gigantesca aguja que poco a poco iba cosiendo su corazón roto. Su fuego por un lado se atenuaba y por otro se avivaba hasta que no pudiendo resistir más aquella mezcla de placeres se desplomó lánguidamente en sus brazos. Allí permaneció mucho rato, tal vez horas, y tan a gusto que nunca olvidó aquel día que por primera vez en su vida quiso follar en vez de hacer el amor, aquel dibujo siempre se lo recordó.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Sensaciones de finales de noviembre

        Comenzaba a hacer frio. Cuando se desnudaba para acostarse, el vello se le erizaba y se le ponía la carne de gallina. A pesar de ello le gustaba meterse completamente desnuda en la cama y añadir sobre su cuerpo el frio de las sabanas que hacía que sus pezones se pusieran en pie de guerra y justo así con el roce de la ropa de cama aumentaba más el gélido placer. Cuando en breve recibía compañía, con el contacto del cuerpo a cuerpo, la temperatura cambiaba radicalmente y el calor de la otra piel y los arrumacos hacían que todo se fundiera en un éxtasis compartido.

(Hoy me han prestado estas palabras y yo les he adherido este dibujo).

martes, 30 de noviembre de 2010

Tras un largo día


    Sé bien que tu día ha sido duro y en él tus pies recorrieron kilómetros de preocupaciones y caminos impregnados de problemas. Pero ya ha terminado y han llegado, con el atardecer, esos instantes del merecido descanso. Ya estoy a tu lado. Abandona las tensiones de tus pies, relájalo y déjalos que descansen plácidamente evaporando los últimos efluvios del cansancio. Yo te ayudaré con el contacto de mis  labios.

            Acerca tu pie a mi boca y deja que cubra su desnudez con la ternura húmeda de una ráfaga de mis besos. Mi lengua se deslizará, pícara, cosquilleando mientras lame la planta de tus pies, arrancándole el sudor y el polvo del camino. Y te iré besando con mucha suavidad y carente de prisas tus dedos, hasta que se agiten revitalizados. Sumergiría en el interior de mi boca tu dedo pulgar, abrazándolo sin brazos con mis labios que se deslizarían arriba y abajo en un vaivén para provocar deliciosas sensaciones. Lo sorbería, aspiraría, succionaría y haría que se disolviera gustosamente entreverándose por mis dientes y masajeando mis encías. Le tocaría el turno luego al segundo más pequeño, pero no menos tímido y lo chuparía dulcemente, para ir uno tras otro engulléndolos y captando como se transmiten esas sensaciones a todo tu ser, hasta que tu cuerpo laxo y tendido se desparrame por todo el colchón.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Mis mimos

          
      Tengo la piel siempre ansiosa por recibir caricias, es la forma privilegiada que tengo de insuflarle vida. Sentir que una piel ajena se posa y mima la mía, produce que ésta se abra como una corola sensible mostrando lo mejor de mí misma, para gustar y sentir. Esta comunicación a través de la piel es mucho más intensa que el lenguaje de las palabras, comunicando sensaciones y sentimientos que nunca se podrían expresar mediante las letras. Cálida, fresca, tersa…lo de menos es la cualidad de la caricia, lo de más es lo que provoca: que mi sensibilidad se exacerbe.
            Cierro los ojos, saboreo y, a la vez, olvido todo lo que me preocupa o lo que me rodea, para centrarme en ella y disfrutar hasta lo inimaginable. Aunque no siempre es posible la ajeneidad de esta comunicación y hay épocas de la vida en que las circunstancias la impiden, porque esa dualidad necesaria choca, se aburre o se disuelve.
            En esos momentos siempre tendré mis quereres y mi mano, que en la medida de lo que puede aunque no sea lo mismo, mediante sus mimos hace que mi cuerpo acabe sacudiéndose y llegando a esas cimas a las que de otro modo no podría llegar.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Queriéndome


    Tanta reiterada insistencia por parte tuya, me está llegando a convencer de que mis pechos son increíblemente bonitos y es que tú cada día me ayudas más queriéndome.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Desnudándote


        Siempre he sabido que el desnudarte lentamente es algo que te excita y hoy estaba dispuesto a ello. Cuando nos encontramos en la habitación, después de varios días de continencia obligada y deseos acumulados, te hubiera arrancado tu ropa a mordiscos, pero, en vez de eso, te rodeé con mis brazos y garabateé caricias desordenadas sobre tu cuello. Te apreté contra la puerta y por una jugarreta del destino el picaporte incidió sobre el broche de tu falda larga, que como una medusa sin agua quedó desplomada a tus pies.  Me gustó contemplar la absoluta desnudez de tus largas piernas que contrastaban con los retales que ocultaban la parte superior de tu cuerpo.

            Tus piernas parecían sonreírme desde la postura enhiesta que las levantaba sobre tus zapatos, con esos pies hermosamente acicalados por las salpicaduras rojas que cubría tu pintura de uñas. Mis dedos escalaron tus piernas, fluyendo, y gustando el tacto suavemente indefinible de tu piel. Llegaron a sus cimas donde una braga negra elaborada de encajes y hábilmente encajada en tus nalgas, actuaba como seducción.

            Retuve mis ansias y preferí seguir desvistiéndote. Llevabas un jersey abierto que fui desprendiendo a través de tus brazos, como quien pela una fruta sin prisas. Aprovechaba el deslizamiento de la lana sobre el brazo para que mis dedos arañaran con mimo tu piel arrancándote sensaciones escalofriantes. También mis dedos se engolosinaron con el sudor que perlaba sin comedimiento la tersura de tus axilas. Con todas tus extremidades al desnudo mis dedos se afanaron ahora en los botones de tu blusa. Fueron muy lentamente desprendiéndolos del ojal, como si se tratara de una despedida dolorosa, gustando el tacto ampulosamente carnoso de tus pechos desde detrás de la tela y disfrutando de aquella pasmosa lentitud con que iba quedando al descubierto más fragmentos de tu piel. Abrí tu blusa como si se desperezara una flor en primavera, captando que tu deseo iba superando al mío. Quedó al descubierto tu sujetador negro, Passionata, a juego con tus bragas que halagaban, con sus ribeteados de encajes, a tus pechos, más que sujetarlos. Deslicé mis dedos por la piel de tu pecho, sin llegar a tocarles su centro, que percibía más excitado al dilatar sus formas la suave tela negra del tu sujetador. Me gustaba que la tela adivinara de esa forma tus pezones. Muy despacio mis manos cubrieron tu espalda en gran galimatía como si fueran dando forma a tus espacios entre vértebras y con osada habilidad abrieron el broche de tu sujetador. Tu espalda quedó desnuda, no así tus pechos a los que la tela pareció aferrarse avariciosamente. Aunque no tanto...tus manos alrededor de la nuca dejaron que aquellos ribetes negros se separaran de tu cuerpo, con un leve soplo de mi boca, con lo que quedaron a mi vista, eufóricos, ambos pezones que compitieron entre sí solicitando el seguro abrigo de mis labios. Mientras ello ocurría, mis manos te desprendieron de tu braga y la entrada entre tus piernas a la más dulce de las salamanca quedó acariciada por el aire.
            Estaba agotado no sé si de esfuerzo o deseo. Me tumbé y te sentaste sobre mi boca con tus piernas abiertas. Por las comisuras de mis labios no tardaron en arroyarse canales de muy dulce sabor que se fueron abriendo hasta empapar todo mi pecho de ti. 

viernes, 12 de noviembre de 2010

El ladrón de sueños


“Acercaste tu paso hacia donde yo estaba, mientras notaba, por llamativas señales, que todo mi cuerpo celebraba tu cercanía. Me gusta verte con tu camisa desabotonada ¿te lo he dicho?, de modo que mis dedos rasguen con facilidad esa apertura, dejando al descubierto tu pecho. Me lanzo con agilidad felina sobre él  cubriéndolo a besos, ayudándome de mis uñas que se cuelgan de él, abriéndose paso, atravesando tu mata de pelillos, con estudiada ternura. Mi acercamiento se convirtió pronto en desesperado y con agilidad desabotoné tu pantalón que huyó, como una exhalación, hacia tus piernas. Tu calzoncillo hinchado parecía querer reventar, lo bajé con el descaro acorde al momento que vivíamos y tu sexo enhiesto apuntó hacía mis labios…”
De acuerdo, ya sé que eso no ha salido de mi mente y te resulta muy conocido, pero no pude aguantar. La pasada noche me introduje en tu cuarto mientras dormía, disfruté la visión de tu desnudez y atrevido hice algo que nunca se me había ocurrido: robarte tus sueños. Sí, me he convertido en un vulgar ladrón…de tus sueños y eso es lo que he plasmado aquí con mis palabras.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuando nos fuimos de vacaciones

         
            Hace mucho tiempo que te conozco  y quién nos iba a decir… Tengo que decirte que aquel viaje a Canarias que me propusiste me ilusionó, no tenía plan de vacaciones para ese verano y me parecía que las dos podíamos pasarlo bien juntas. Tú eres charlatana, que agitas el aire cuando platicas y capaz de hacer hablar a las piedras. Yo soy mucho más callada y observadora, de carácter reflexivo. A pesar de nuestras distintas formas de ser nos complementamos bien, cuando salimos juntas, tú hablas y yo escucho.

            El hotel al que llegamos estaba situado junto a la playa de Maspalomas de la que tanto me habían hablado. Nada más llegar y deshechas las maletas nos fuimos a la playa, aquel paisaje de mar y dunas en seguida nos sedujo. Encontramos un hueco entre las dunas y allí extendimos nuestras toallas. Me desprendí del vestido y quedé con el bonito bikini que estaba estrenando.  Tú a tu vez te quitaste tu camiseta de tirantes y tu pantalón corto y me sorprendiste cuando te vi tumbarte enteramente desnuda sobre tu toalla. Observé que tenías un cuerpo atractivo, que siempre habías disimulado bajo tus telas y en el que la cuarentena no había  hecho el menor estrago. Y sonreíste cuando miré la total ausencia pilosa que tenías entre las piernas, diciéndome que es que te gustaba ir a la moda. Me animaste con tu mirada y con un cierto reparo me desprendí de mi bikini y, sorprendentemente, me sentí a gusto en pocos  minutos, aunque no fuera tan a la moda como tú, al recibir la caricia del sol por todo mi cuerpo, incluso por esas partes que de puro blanco parecían transparentes. Disfrutamos del sol y chapoteamos del agua como adolescentes jaleosas durante varias horas.

            La playa cansa, decíamos cuando regresamos a nuestra habitación después de tanto tiempo tumbadas. Ya nos habíamos acostumbrado a compartir nuestra desnudez mutua y nos desnudamos juntas con normalidad. Sentí un cierto alivio al separar la tela de mi  piel y fue cuando descubrí con horror, que a pesar de la crema bronceadora, el sol canario quema más de lo habitual. Tenía la piel totalmente roja y con un rojo especialmente chillón en aquellas zonas transparentes de sólo unas horas antes. Tras la ducha te aviniste a ponerme crema y fue cuando sentí el alivio de ese ungüento que tus dedos extendían con más que estudiada habilidad sobre todo mi cuerpo. Aquel frescor me relajó en un principio, pero empecé a saborearlo de manera diferente cuando aquellos roces tuyos sobre mi piel se fueron convirtiendo crecientemente en puras caricias que me hicieron temblar gustosamente. Sé que esa sensación no te pasó inadvertida, por esa sonrisa pícara que me dirigías y esa especial insistencia en aquellas partes de mí en las que observabas que me resultaba más placentera, tanto…que en un determinado momento no resistí más y todo mi cuerpo ascendió a lo más alto para descender planeando placenteramente.

            Un par de días más tardes mi piel roja se había tornado en un bonito tono moreno, según me decías, seguiste durante todos los días dándome crema pero en vez de after-sun con un aceite con olor a rosas…

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Lagrimeando

        
          Hay lágrimas que reflejan la pena y otras que bordan la alegría, como ésas que manan en mis ojos cada vez que, despojada de tu blusa, observo tus pechos enseñoreando tu figura. Al principio tus pezones están tímidos, recogidos sobre sí mismos, con un tono pícaramente ocre que, a medida que mi mirada los azoga, se estilizas visiblemente, tiñéndose de un seductor color canela. En ese momento se magnetizan, atrayendo mis dedos que irremisiblemente se acercan a ellos a perfeccionar su tacto y a enorgullecerlos con mis caricias. Ahí quedan durante un tiempo sin reloj en el que despiertan tus más vehementes deseos.
            No resistes más y sin palabras urgen el mimo de mis labios que se posan sobre aquellas cimas enhiestas que saturadas de saliva que empiezan a gotear y parece que lloran…de alegría.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Instantes

                
                   Hay instantes en mi día en que te echo rabiosamente de menos. Te siento, entonces, tan cerca que casi puedo olerte y sentir tu aliento cálido sobre mi cuello. Instantes en los que intento reflejar con mis dedos las caricias incomparables de tus manos. Intuyo que de un momento a otro entrarás por la puerta con tu característica sonrisa aupada en tu rostro, te arrodillarás a mi lado, pondrás tu oído sobre mi vientre y darás formas mimosamente con tus dedos  a mi esférica barriga.
         Esto es maravilloso, el percibir cómo día a día esta vida va creciendo en mi interior, sobre todo porque es el fruto de esos otros instantes en que vestiste mi desnudez con la más exquisita de tus ternuras y al hacerte mío me arrebataste de la manera más imaginablemente placentera una parte de mí, pero me entregaste otra maravillosa de ti que ahora va tomando formas.
         Esta creciente criatura me habla de ti en cada momento de mi día y soy casi capaz de revivirte en desesperadas caricias. ¿Revivirte? Ingenua de mí, cuando un coche, que se subió a la acera, truncó tu vida cuando apenas empezaron a ondularse estas curvas mías. Sólo espero que nunca me abandones, sé que siempre estarás a mi lado y que nuestro hijo hará que te mantenga intensamente presente durante el resto de mi vida.

viernes, 29 de octubre de 2010

Desde la silla

  
     Desde la silla espero que con tu llegada alumbres los tonos grises de mi atardecer. Me desprendí de mis ropas y con ello me desembaracé de esas preocupaciones que se engancharon a mí durante el día. Sentí el aire vistiendo mis desnudeces y retrocedí a ese instante de mi primera desnudez en que broté a la vida.
       Luego, en la ducha, el agua envolvió mi piel plácidamente en sus relajos y el tacto algodonoso de la toalla acabó de sosegarme. Ahora me siento en la silla, así, desnuda, como si me estuviera presentando abierta ante ti, gozando de tu dulce espera. Dejo que mi mente vuele y me dejo invadir que ese cariño que me tienes y al que me resulta tan imposible ponerle nombre. Y no puedo por menos de sentirme dichosa y afortunada de tenerte a ti de esta manera tan inmensa, tan mía, tan tuya, tan nuestra. Y esa felicidad y mi deseo apasionado por ti, por tenerte,  provoca el que mi asiento  se salpique levemente de esas partículas húmedas que brotan de entre mis piernas.
         Hay hueco detrás de mí en la silla. Sé que no tardarás en llegar y te sentarás tras de mí, rodeándome con tu brazo en torno a mi cuerpo. Sólo por sentirte así, en ese instante, sé que habrá valido la pena vivir este día. Mientras, sigo esperándote desde la silla.

sábado, 16 de octubre de 2010

Paseando por la playa

    
 ¿Te acuerdas? Fue en los primeros días de conocernos. Me habías invitado a conocer tu tierra, que es tan diferente a la mía, yo descubría admirado  todo lo que me rodeaba con esos ojos nuevos que sólo tienen los forasteros.  Me habías enseñado bosques verdes y umbríos, montañas que se alzaban más alta que las nubes coronando un paisaje de exhuberancias para mí desconocidas y viejos pueblos con sabor  y aliento siempre nuevos. Aquella mañana me dijiste que me llevarías a un sitio diferente. Mientras viajábamos en el coche por aquella carretera estrecha y solitaria aumentaba mi intriga y entusiasmo, sabía que me ibas conociendo muy bien y acertabas en todo lo que te proponías.
          Detuviste tu coche en un sitio precioso frente a un mar que se extendía azul y rutilante hasta el horizonte. Descendimos por unos mal trazados escalones hasta una cala desierta de arena blanca y fina. Habérmelo dicho y me hubiera traído el bañador, te dije con un encono mal disimulado. A lo que repusiste en silencio, poniendo un dedo en tu boca, mientras con tu otra mano empezabas a quitarte los botones de la camisa, que dejaste sobre la arena. Luego fueron los pantalones y cuando le siguió tus slips, quedaste totalmente desnudo. Al principio me dio no se qué y no "te" miraba...pero luego...¡qué narices! Te miré y te "lo" miré. Me gustó descubrir tu cuerpo desnudo, tu pecho ancho y liso, con esa mata de pelo negro que descendía desde tu ombligo, tus piernas torneadas y entre ellas tu sexo que pendía, como quien no quiere la cosa, brillando a la luz de sol.
                Me sentí tan cómoda que mirándote, mientras estudiaba los gestos de tu rostro, fui desnudándome y dejando que mi cuerpo fuera acariciado, cada vez en más extensión, hasta llegar al cien por cien, por la luz del sol. Pensaba que hacía bien siguiendo los consejos de mi madre: al  salir a la calle siempre depilada y con las bragas limpias...aunque creo que no te fijaste demasiado en mis bragas.
                Sin decir nada, pero manteniendo tu sonrisa, me alargaste tu mano rugosa y fuerte y cogidos de la mano nos pusimos a pasear por la orilla. Hablamos, reímos, sin soltarnos, abrazados por aquel aire que acariciaba todos los poros de nuestra piel. Anduvimos hasta que el cansancio y el calor nos empujaron al baño. Corrimos hasta dentro del mar y sentimos esa aparente pérdida de gravedad que proporcionaba el agua a nuestros cuerpos, dejándonos mecer por las olas. Te acercaste a mí con el flequillo húmedo tapándote los ojos y me rodeaste con tus brazos. De pronto me asusté, ingenua de mí, al pensar que un pez de apariencia dura se me había colado entre las piernas, pero eras tú... Me provocó una sonrisa que tu interrumpiste con tus labios, mientras mis otros labios te daban la más dulce bienvenida y mis piernas rodeaban tus nalgas, creándose un doble beso del que nunca me he podido olvidar.

martes, 12 de octubre de 2010

Cuando cuelga...



         Me gusta verte cómo te cuelga… Cuando te alzas frente a mí y me agacho con mi vista a la altura de tu barriga. Te miro con descaro, tu ombligo y esa pelusa negra que desciende a borbotones hasta  ese rincón de ti, que tanto me enloquece. Aspiro tu olor intenso que me envuelve y me atrae como un imán irresistible, engolosinando el aire que respiro. Siento como mi deseo crece de sólo mirarla. La tomo entre mis manos, me gusta ese color sonrosado que tiene, que muta a lila oscuro en otras zonas. Me gusta acariciar esas venas que la rodean adornándola y contemplar cómo se van hinchando a la par que varían su textura, la van endureciendo poco a poco, hasta semejar el mástil enhiesto de un bergantín.
                Mi mirada, en ese instante, quiere competir en brillo con la de esas gotas que tímida asoman en tu punta y lánguidamente empiezan a descender, vistiendo su funda exterior de canalillos estrechos de reflejos húmedos. Despiertas mi apetito y mi boca se hace agua, pidiendo que tú la sacies, con tu sexo, que se introduce dentro y rellena totalmente el interior de mi boca. Degusto su sabor, salado y dulce al mismo tiempo, que desata mi ansia, que noto fluir entre mis piernas.  Deslizo mis labios, arriba y abajo, en un movimiento de mimoso vaivén y voy notando como mi boca se va abriendo por el aumento de tu anchura y cómo acompasándose a mis movimientos, tu sexo empieza a temblar, como en la génesis de una erupción volcánica, hasta que no aguantas más y te dejas ir… Tu catarata íntima rebosa mi boca y mientras tu  jugo cálido desciende por mi garganta, un estremecimiento de placer recorre todo mi cuerpo.

martes, 5 de octubre de 2010

Paladeándote

       
 No dejo de recordar el sabor de tu piel, envuelto en esos aromas lúbricos que se agarran a mi nariz. Me gusta decirte lo que siento por ti simplemente paladeando tu cuello con mi lengua, anudando el vello de tu pecho y provocando dureza en tus tetillas que se transforman en placer sensible para ti. Quiero impregnar todo tu cuello en mi saliva y dejar que tu cuerpo se pierda en los remolinos dorados de mis caricias empapándote de tal manera en su ternura, que cuando estés lejos de ti no te olvides de cuánto te quiero.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Contigo


      Me gusta como vibra esa palabra en mis oídos y arrastra mis recuerdos a aquel día en que me ayudaste  a ahondar en su significado. Fue aquel día en que tu ternura hizo que mi deseo por ti venciera al miedo por sentirte íntimamente próximo. Yo sabía que sería ese día, como se suele decir en las citas el hombre siempre duda si llegará a materializarse, la mujer lo sabe. Y nunca me he arrepentido de ello, al contrario me alegro de haber sido capaz de incitarte de tal manera que quebraste la distancia, cada vez menor, entre nosotros.
            Disfruté de la forma en que me desnudaste: sin prisas y con mimo. Deteniéndote, mientras eras capaz con toda tu habilidad, de retener esas prisas que te empujaban en tu interior. Cuando tus manos acariciaron mis pechos fue como si una catarata placentera de altísima caída me zarandeara.
            Mi deseo creció exponencialmente cuando tu sexo, oscuro de excitación, me señalaba y me atraía. Te tumbaste en la cama y mis pechos bamboleándose acariciaron tu cuerpo con mis pezones enhiestos. Acariciaba tu piel por todos tus rincones gustando ese tacto tan peculiar, que la hace tan distinta a la mía. Zambullía mis labios en el oleaje de tu vello oscuro, que lo cosquilleaba.
           Sentí, admiré, gusté, gocé y me deleité entre mis piernas de esa creciente dureza que experimentabas. Sonreía mientras gustaba como tu sexo buscaba mi hondura alborotada, hasta que más que penetrarme fluiste hacia dentro con tal facilidad que llegué a pensar que te había estado esperando desde siempre. Nuestros movimientos se acompasaron, hasta que sentí como nos encontrábamos más allá de las nubes y como, juntos, descendimos hacia el suelo, mientras tú exhausto me sonreíste. Desde entonces, nos hemos compartido muchas veces, y entendí por qué contigo está, desde entonces, muy por encima de mí.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Luciérnaga

    
        Sólo quien ha paseado por el campo en una noche de luna nueva y alejado de cualquier tipo de luminosidad puede valorar el brillo inmenso de la luz, aparentemente tenue de la luciérnaga. Sólo quien durante mucho tiempo  vive sumido en una oscuridad, que llega a enquistarse y a convertirse en una forma de vida, puede entender lo que significa para mí, más allá de lo simbólico, esta luminosidad trasera de tu cuerpo, recortándose por delante de toda la oscuridad en que vivía envuelto.
             Tus formas vivas, recogidas sobre sí misma de esa manera rutilante, son un signo animoso y estimulante para mi día a día. Me gusta recorrerlas, aunque sea con los ojos cerrados, las conozco ya de memoria y que hermoseen mi alegría. Querida luciérnaga, gracias por ser como eres y brillar de tal modo en aquellas, ya antiguas, oscuridades.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Tu otra vida

    
    No es esta, quizás, aquella vida que soñaste, cuando jugabas sentada en el suelo con tus muñecas, mientras dos coletas pendían de tu pelo. Te resultaba extraño el mundo de los mayores y ansiabas llegar a él, coronada como una princesa de aquellos cuentos que leías y en los brazos fuertes y amorosos de un hermoso príncipe soñado. Tu cuerpo creció, casi sin darte cuenta, y aquel amor anidó en tu pecho, creyéndolo como algo interminable. Hasta que un día…no recuerdas el cómo ni el cuándo, despertaste y te encontraste extraña ante tu espejo. No te reconocías. No sólo porque parecían haberse desdibujados de tu cuerpo aquellas líneas armoniosas que recordabas, sino porque, sobre todo, la luz mortecina que ahora tenía tu ojo nada tenía que ver con los brillos de antaño. Y tu habitual agilidad se había transformado en movimientos cansinos que parecían sostener dificultosamente tus piernas. No veías el corazón pero lo notabas seco a lo que sin duda había contribuido la convivencia con aquel hombre al que te agarraste del brazo en plena euforia y hoy lo haces por pura costumbre y, quizás, para no caer al suelo.

            Gris es poco, negro lo veías todo. ¿Veías? Sí, pretérito imperfecto, desde que conociste, como por casualidad, a ese otro hombre que hoy alumbra tu existencia. Futuro perfecto, ese tiempo del verbo es el que te gustaría construir. Quizás esa hermosa mañana  ni tu ni el otro la podáis llegar a compartir, la vida no es nada sencilla y te aferras a los sueños para poder sostener esa lucecilla que últimamente te sostiene. El día es duro, pero cuando llega la noche, aprendiste una técnica que una amiga medio bruja te enseñó. Instantes antes de cerrar los ojos, traes a él a tu cama y lo pones a tu lado, le agarras muy fuerte la mano antes de caer en el sopor del sueño. Después compartís los sueños más maravillosos que los demás podamos imaginar y que ningún narrador tendría palabras para contar. Y voláis, jugáis y os amáis colmando al límite hasta tus deseos más insospechados. ¿Quién lo diría viéndote tan apaciguadamente dormida?

            No es extraño que cuando ahora despiertas y te miras en aquel espejo, todo tu cuerpo haya mejorado mejor que con cualquier operación estética y tus ojos hayan recuperado aquella brillante luz de la juventud  que nunca debió haberse perdido.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Nunca imaginé...



...que los pies sirvieran para algo más que andar y si en algo me preocupé de ellos era cuando, tras una jornada agotadora con zapatos apretados, me dolían hasta el último hueso. Un día, estando en la intimidad contigo, me enseñaste a descubrirlos de otra manera. Tus dedos, agitados sobre ellos, fueron capaces de extraerles sensaciones jamás sentidas que llegaron al máximo, en ese momento en que decidiste acercar mis pies a tu boca. Pusiste un gesto tan tierno que instantes previos al contacto de tus labios, sentí como me derretía. 
      Vestiste todos mis dedos con el brillo húmedo de tu saliva y mis dedos fueron desapareciendo uno tras otro en el interior de tu boca, mientras sentía como cada uno se iba anegando en el jugoso mimo de tu elástica lengua y arañados con levedad por la caricia de tus dientes. Se mecieron en tu lengua como en olas, sintiéndose eufórico objetivo de tus besos. Cerré mis ojos y dejé que toda una corriente eléctrica creciente recorriera todo mi cuerpo desde la punta de los pies hasta el centro de mi ombligo.     
        Desde aquel día veo a mis pies distintos y con una gran destreza para vivir sensaciones nunca soñadas, como la de la simple brisa que le cosquillea o ese instante en que tras el invierno, piso por primera vez la la arena de la playa y esa sensación en mis plantas renueva todo mi ser. Desde aquel día veo todos los pies distintos y siempre con capacidad de seducir. Me fijo en ellos: en sus dedos gordos o finos, en su uñas claras o pintadas, en su piel sedosa o hinchada en venas, a su aspecto suave o trasnochado en pelos.
         Me encandilan tus pies, tanto que soy capaz de detenerme durante largos ratos en ellos, incluso hoy que he decidido dejar para siempre de fumar, quiero fumar mi último cigarro expulsando sus últimas volutas a través de los dedos de tus pies, esperando que su íntima cercanía me ayude al cumplimiento de esa difícil decisión.

martes, 21 de septiembre de 2010

Me deslumbras



Siempre he sido pudorosa y me he resistido a airear mis desnudeces fuera de mi propia intimidad, pero desde que te conocí cambié de actitud. Me gusta exponerme a tu mirada, dejarme envolver por ella y sentir como se posa deseosamente avarienta por cada parte de mi anatomía. Desde que te tengo, siento como si no me perteneciera como si mi yo se hubiera abandonado en tu tú y estuviera irremisiblemente unido a él.
Nunca pensé enamorarme de alguien de esta manera, de disfrutar de ese instante que produce tu presencia y de esos goces que me produces con tus besos y caricias. Mi vida brilla con luz intensa y la has revestido de continuo sentido. Eres hermoso no sólo por dentro con ese corazón dulce que siempre me has brindado, también lo eres por fuera. Sí, sé que no te gusta que te lo diga, pero eres sumamente atractivo. Tu gesto iluminado perennemente por tu sonrisa es el nido de mi acogida. Tus arrugas hermosean tu piel, escribiendo en ella la experiencia de tus años. Me gusta perderme en ese cuerpo grande, que tienes, sin necesidad de gps y arrancarle con mi lengua todos y cada uno de los variados sabores que emites.
Eres todo para mí y lo que necesito para ser feliz. Hoy está el día muy oscuro, llueve a cántaros al otro lado de la ventana, pero al estar ahora delante de mí, me deslumbras…

lunes, 20 de septiembre de 2010

Te espero...

           
       Te espero cada tarde, cuando el sol declina, para que tu presencia encienda mi ánimo. Me desprendo de ropajes, razones y de todo aquello que estorba a lo que en realidad soy yo. Me acerco a las cortinas una y otra vez, agarrándome a ellas como el naúfrago a la balsa y queriendo que mi mirada deseosa rasgue con su fuerza los cristales y se agarren a tu cuerpo que en cualquier momento puede aparecer. Todo mi cuerpo se coloca como un gran abrazo anhelando la intensa proximidad de tu desnudez. ¿Cuál es el límite de una espera?  ¿El límite de tiempo sin beber agua? ¿Para que necesito si tú calmas mi sed más grande? Ya debes estar a punto de llegar...
                Te espero..., aunque sé que nunca volverás a venir y que mi desnudez tornará en decrepitud anhelante y perdida.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Gustando sabores

     
           Desde pequeña he disfrutado probándolo todo. Nunca estuve de acuerdo con aquellos cuatro sabores en los que se pretendía incluir todos. En cuanto depositaba un alimento sobre mi lengua era como si las papilas se me revolucionaran y fueran capaces de profundizar con toda su intensidad en las más complejas galimatías de sabores. Con el tiempo empecé a distinguir los sabores: distintas gamas de  dulces, de levemente amargos a agrios, dulces mezclados con salados y a modo de un arco iris elaboré  una lista de casi cincuenta sabores capaces de determinar.
                Recuerdo muy bien aquel día en que mi lengua perdió esa atadura invisible que la constreñía y se sintió libre para paladear  mucho más de lo que nunca lo había hecho, fue el día en que, por primera vez, se deslizó por la piel masculina. Descubrí sensaciones nunca jamás sentidas y cómo el sabor podía acentuarse, cuando era acompañado de otras sensaciones como la humedad o el calor. Era capaz de distinguir con la punta de mi lengua y los ojos cerrados, qué parte del cuerpo recorría. Y no te digo nada, de la primera vez que el pene fue el gozoso objetivo de mis sabores. Empecé a paladearlo, azuzada por una corriente eléctrica que partía de las puntas de mis pies y circulaba por todo mi cuerpo hasta bifurcarse a las puntas de mis pezones erectos.  Degustaba cada milímetro, lamiendo primero con mi lengua y acariciándolo entre mis labios. A medida que se endurecía los sabores suaves se transformaban en otros más amables y afrutados, para desembocar en otro tiernamente agrio en ese instante previo a que su líquido más dulce anegara mi boca y fluyera por la comisura de mis labios. Ese instante era como si me viera envuelta en una borrachera inmensa y durante unos segundos perdía algo más que mi cabeza. Luego desparramada sobre aquel cuerpo era capaz de retener durante horas todo aquel catálogo infinito de sabores.
              Pero nada es perdurablemente perfecto, cuando lo del interior del hombre me falla, el sabor de su cuerpo va deteriorándose, como si se fuera pudriendo en vida, hasta que un día aquel sabor se hace insoportable y mi lengua se resiste a acercarse a menos de varios metros de aquella piel. Cuando eso ocurre y le entra el “mono” a mi lengua, no tengo más remedio que acudir a los caramelos de fresa. Ya sé que no es lo mismo, pero…

jueves, 16 de septiembre de 2010

Palpando

           
           Me gusta estar contigo en esta playa solitaria. Dejar a un lado la ropa y de tu mano introducirnos en el mar y dejarnos vestir por la espuma de las olas que acicalan nuestra desnudez, mientras nuestros cuerpos hacen piruetas en  el agua con las que siempre terminan encontrándose y deleitándose mutuamente. ¡Qué bueno salir del agua, mientras las gotas chorrean desde nuestro cuerpo, horadando la arena!
            Y no te digo lo maravilloso que me resulta tumbarme al sol, dejar que me pongas la crema protectora por todo mi cuerpo, sonreír cuando tus manos se entretienen en algunas partes especialmente sensibles de él y dejar que los rayos solares mimen mi piel. ¿Por qué será que cuando llevo un rato y miro mi sexo éste brilla, por la mezcla de sudor y crema, y se reduce a su mínima expresión? Es como si se refugiara mimosamente sobre sí misma. Alargo mi brazo hacia ti, que estás a mi lado, tumbada boca abajo. Palpo tus nalgas macizamente onduladas y gusto su suavidad tensa, noto como se eriza su minúsculo vello rubio que cosquillea la palma de mis manos. Me acerco al agujero que corona tus nalgas y despacio, muy despacio con mi dedo gusto profundamente su humedad. Siento mi sexo que se despereza…lo miro…¡parece otro!

miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Te apetece?


               Me gusta este rato al final del día, en que arrojo los zapatos de tacón por el aire, me suelto el pelo y me arranco el sujetador para liberar mis pechos y dejarlos caer en el aire. Tomo la botella y voy deslizando el vino por las paredes de cristal. Me gusta ver como lame esta superficie brillante y se va agrupando en el fondo de la copa con pequeñas burbujas, que asciende en plácido aroma hasta acariciar los agujeros de mi nariz.
               Acerco la copa a mis labios y empiezo a degustar el vino, mientras siento como gota a gota aniega con mimo mi garganta, voy descargando hacia fuera todos los problemas del día que disolviéndose en el aire, van haciendo que mi sensibilidad se acreciente. La placidez inicial se va tornando en excitación que va envolviendo mi cuerpo, no sé si será cosa mía, pero mis pezones, con el roce de la brisa, van creciendo tensamente sensibles y tornándose de una tonalidad semejante a la del vino.Ya queda poco, no aguanto mucho más, cuando siento la puerta y, al punto, entras con tu rostro cansado pero revivido por la luz de esa mirada deseosa que pones sobre mí. Dejas tu cartera y tu abrigo sobre la silla y tus andares firmes a paso felino te acercan a mí, mientras tus labios empiezan a  brillar de deseo. Entonces, siempre te hago lo mismo, pongo la copa entre mis pechos desnudos de pezones rutilantes y mirándote traviesa, a través de mis pestañas, con la cabeza agachada, te digo con toda la dulzura de que soy capaz, antes de ese instante previo a tu asalto:
-¿Te apetece?

martes, 14 de septiembre de 2010

Antes del baño

      Tras toda esa noche de mutua locura, en la que nuestros cuerpos se confundieron más allá de lo imaginable, el amanecer nos sorprendió abrazados, confundidos nuestros mutuos olores y con la lengua saturada del sabor ajeno. Los movimientos lentos del despertar se tropezaban mimosamente con el otro cuerpo que, tan nuestro, ahora sentíamos. Tus uñas acariciaron mimosamente mi barba como un aviso de que, por unos instantes, tranquilo, que no serían mucho, tu cuerpo se iba a separar del mío unos decímetros.

         Tomaste una toalla amarilla y pudorosamente tapaste esa raja de tus nalgas, que  durante tanto tiempo había conocido y profundizado. Y tu espalda ante ese ocultamiento voluntario, brilló más, si cabe, en su desnudez, provocando hasta lo indecible a mi mirada que te perseguía desde la cama. Tus lunares la adornaban, engalando aquella superficie y haciendo que fuera distinta a cualquier otra conocida. Te sentaste en el borde de la bañera para con un roce, leve como el rumor del vuelo de una mariposa, acariciar la temperatura del agua y señalarme que era la indicada.

               Resbaló tu toalla hasta tus pies y ahora sí al meter tu pierna en el agua, tus nalgas onduladamente abiertas, me hicieron de llamada para que en pocos minutos, acompañara a tu cuerpo en el interior del agua. Me senté apoyando mi espalda en la pared de la bañera y mi cabeza hacia atrás. Te sentaste entre mis piernas de espaldas a mí y tu nuca se apoyó sobre  mi pecho, mientras mis brazos rodeaban tus pechos. El calorcillo del agua en forma de humos azuzó nuestro sopor y, por primera vez en muchas horas, nos quedamos profundamente dormidos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

En soledad

  
        Te recoges sobre ti misma, desprovista de telas y exponiendo al aire tu piel ahíta de deseo. No tienes nada, ni tienes a nadie y te envuelves como una esfera, queriendo ocupar el mínimo espacio en el mundo, mientras cierras los ojos y quieres volar a aquel lugar donde no pueden conducirte tus piernas. Tus risas forman parte de los recuerdos,  sus caricias, dejando aún huella en tu piel, ya están prácticamente olvidadas.  Te parece imposible que en algún momento tocaras con tus dedos la felicidad y hoy esa compañera, que aparece intermitente en tu vida desde la adolescencia, la soledad, se haya aferrado con sus garras fieras a lo más hondo de tu corazón.
           Lloras como muchas veces lo has hecho dejando que tus lágrimas resbalen en canales fluidos por tu cuerpo, hasta empapar tu sexo, extremadamente seco por la ausencia. Sigues llorando, hasta que son tantas tus lágrimas que tienes que mover tus piernas y brazos, nadando, para no terminar de hundirte. Entonces, en un último intento, sacas la cabeza, abres los ojos y respiras profundamente...

domingo, 12 de septiembre de 2010

Con muchos nervios

Con ciertos nervios como cuando siempre que se empieza algo, inicio este blog donde quiero ir recopilando los dibujos que tengo diseminados por distintos sitios. Colgaré cada vez un dibujo y lo acompañaré de un comentario, con esas ocurrencias que surjan de mis letras inspiradas por las sombras de tinta negra.