miércoles, 22 de septiembre de 2010

Nunca imaginé...



...que los pies sirvieran para algo más que andar y si en algo me preocupé de ellos era cuando, tras una jornada agotadora con zapatos apretados, me dolían hasta el último hueso. Un día, estando en la intimidad contigo, me enseñaste a descubrirlos de otra manera. Tus dedos, agitados sobre ellos, fueron capaces de extraerles sensaciones jamás sentidas que llegaron al máximo, en ese momento en que decidiste acercar mis pies a tu boca. Pusiste un gesto tan tierno que instantes previos al contacto de tus labios, sentí como me derretía. 
      Vestiste todos mis dedos con el brillo húmedo de tu saliva y mis dedos fueron desapareciendo uno tras otro en el interior de tu boca, mientras sentía como cada uno se iba anegando en el jugoso mimo de tu elástica lengua y arañados con levedad por la caricia de tus dientes. Se mecieron en tu lengua como en olas, sintiéndose eufórico objetivo de tus besos. Cerré mis ojos y dejé que toda una corriente eléctrica creciente recorriera todo mi cuerpo desde la punta de los pies hasta el centro de mi ombligo.     
        Desde aquel día veo a mis pies distintos y con una gran destreza para vivir sensaciones nunca soñadas, como la de la simple brisa que le cosquillea o ese instante en que tras el invierno, piso por primera vez la la arena de la playa y esa sensación en mis plantas renueva todo mi ser. Desde aquel día veo todos los pies distintos y siempre con capacidad de seducir. Me fijo en ellos: en sus dedos gordos o finos, en su uñas claras o pintadas, en su piel sedosa o hinchada en venas, a su aspecto suave o trasnochado en pelos.
         Me encandilan tus pies, tanto que soy capaz de detenerme durante largos ratos en ellos, incluso hoy que he decidido dejar para siempre de fumar, quiero fumar mi último cigarro expulsando sus últimas volutas a través de los dedos de tus pies, esperando que su íntima cercanía me ayude al cumplimiento de esa difícil decisión.

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