lunes, 20 de septiembre de 2010

Te espero...

           
       Te espero cada tarde, cuando el sol declina, para que tu presencia encienda mi ánimo. Me desprendo de ropajes, razones y de todo aquello que estorba a lo que en realidad soy yo. Me acerco a las cortinas una y otra vez, agarrándome a ellas como el naúfrago a la balsa y queriendo que mi mirada deseosa rasgue con su fuerza los cristales y se agarren a tu cuerpo que en cualquier momento puede aparecer. Todo mi cuerpo se coloca como un gran abrazo anhelando la intensa proximidad de tu desnudez. ¿Cuál es el límite de una espera?  ¿El límite de tiempo sin beber agua? ¿Para que necesito si tú calmas mi sed más grande? Ya debes estar a punto de llegar...
                Te espero..., aunque sé que nunca volverás a venir y que mi desnudez tornará en decrepitud anhelante y perdida.

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