martes, 12 de octubre de 2010

Cuando cuelga...



         Me gusta verte cómo te cuelga… Cuando te alzas frente a mí y me agacho con mi vista a la altura de tu barriga. Te miro con descaro, tu ombligo y esa pelusa negra que desciende a borbotones hasta  ese rincón de ti, que tanto me enloquece. Aspiro tu olor intenso que me envuelve y me atrae como un imán irresistible, engolosinando el aire que respiro. Siento como mi deseo crece de sólo mirarla. La tomo entre mis manos, me gusta ese color sonrosado que tiene, que muta a lila oscuro en otras zonas. Me gusta acariciar esas venas que la rodean adornándola y contemplar cómo se van hinchando a la par que varían su textura, la van endureciendo poco a poco, hasta semejar el mástil enhiesto de un bergantín.
                Mi mirada, en ese instante, quiere competir en brillo con la de esas gotas que tímida asoman en tu punta y lánguidamente empiezan a descender, vistiendo su funda exterior de canalillos estrechos de reflejos húmedos. Despiertas mi apetito y mi boca se hace agua, pidiendo que tú la sacies, con tu sexo, que se introduce dentro y rellena totalmente el interior de mi boca. Degusto su sabor, salado y dulce al mismo tiempo, que desata mi ansia, que noto fluir entre mis piernas.  Deslizo mis labios, arriba y abajo, en un movimiento de mimoso vaivén y voy notando como mi boca se va abriendo por el aumento de tu anchura y cómo acompasándose a mis movimientos, tu sexo empieza a temblar, como en la génesis de una erupción volcánica, hasta que no aguantas más y te dejas ir… Tu catarata íntima rebosa mi boca y mientras tu  jugo cálido desciende por mi garganta, un estremecimiento de placer recorre todo mi cuerpo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario