martes, 30 de noviembre de 2010

Tras un largo día


    Sé bien que tu día ha sido duro y en él tus pies recorrieron kilómetros de preocupaciones y caminos impregnados de problemas. Pero ya ha terminado y han llegado, con el atardecer, esos instantes del merecido descanso. Ya estoy a tu lado. Abandona las tensiones de tus pies, relájalo y déjalos que descansen plácidamente evaporando los últimos efluvios del cansancio. Yo te ayudaré con el contacto de mis  labios.

            Acerca tu pie a mi boca y deja que cubra su desnudez con la ternura húmeda de una ráfaga de mis besos. Mi lengua se deslizará, pícara, cosquilleando mientras lame la planta de tus pies, arrancándole el sudor y el polvo del camino. Y te iré besando con mucha suavidad y carente de prisas tus dedos, hasta que se agiten revitalizados. Sumergiría en el interior de mi boca tu dedo pulgar, abrazándolo sin brazos con mis labios que se deslizarían arriba y abajo en un vaivén para provocar deliciosas sensaciones. Lo sorbería, aspiraría, succionaría y haría que se disolviera gustosamente entreverándose por mis dientes y masajeando mis encías. Le tocaría el turno luego al segundo más pequeño, pero no menos tímido y lo chuparía dulcemente, para ir uno tras otro engulléndolos y captando como se transmiten esas sensaciones a todo tu ser, hasta que tu cuerpo laxo y tendido se desparrame por todo el colchón.

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