jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuando nos fuimos de vacaciones

         
            Hace mucho tiempo que te conozco  y quién nos iba a decir… Tengo que decirte que aquel viaje a Canarias que me propusiste me ilusionó, no tenía plan de vacaciones para ese verano y me parecía que las dos podíamos pasarlo bien juntas. Tú eres charlatana, que agitas el aire cuando platicas y capaz de hacer hablar a las piedras. Yo soy mucho más callada y observadora, de carácter reflexivo. A pesar de nuestras distintas formas de ser nos complementamos bien, cuando salimos juntas, tú hablas y yo escucho.

            El hotel al que llegamos estaba situado junto a la playa de Maspalomas de la que tanto me habían hablado. Nada más llegar y deshechas las maletas nos fuimos a la playa, aquel paisaje de mar y dunas en seguida nos sedujo. Encontramos un hueco entre las dunas y allí extendimos nuestras toallas. Me desprendí del vestido y quedé con el bonito bikini que estaba estrenando.  Tú a tu vez te quitaste tu camiseta de tirantes y tu pantalón corto y me sorprendiste cuando te vi tumbarte enteramente desnuda sobre tu toalla. Observé que tenías un cuerpo atractivo, que siempre habías disimulado bajo tus telas y en el que la cuarentena no había  hecho el menor estrago. Y sonreíste cuando miré la total ausencia pilosa que tenías entre las piernas, diciéndome que es que te gustaba ir a la moda. Me animaste con tu mirada y con un cierto reparo me desprendí de mi bikini y, sorprendentemente, me sentí a gusto en pocos  minutos, aunque no fuera tan a la moda como tú, al recibir la caricia del sol por todo mi cuerpo, incluso por esas partes que de puro blanco parecían transparentes. Disfrutamos del sol y chapoteamos del agua como adolescentes jaleosas durante varias horas.

            La playa cansa, decíamos cuando regresamos a nuestra habitación después de tanto tiempo tumbadas. Ya nos habíamos acostumbrado a compartir nuestra desnudez mutua y nos desnudamos juntas con normalidad. Sentí un cierto alivio al separar la tela de mi  piel y fue cuando descubrí con horror, que a pesar de la crema bronceadora, el sol canario quema más de lo habitual. Tenía la piel totalmente roja y con un rojo especialmente chillón en aquellas zonas transparentes de sólo unas horas antes. Tras la ducha te aviniste a ponerme crema y fue cuando sentí el alivio de ese ungüento que tus dedos extendían con más que estudiada habilidad sobre todo mi cuerpo. Aquel frescor me relajó en un principio, pero empecé a saborearlo de manera diferente cuando aquellos roces tuyos sobre mi piel se fueron convirtiendo crecientemente en puras caricias que me hicieron temblar gustosamente. Sé que esa sensación no te pasó inadvertida, por esa sonrisa pícara que me dirigías y esa especial insistencia en aquellas partes de mí en las que observabas que me resultaba más placentera, tanto…que en un determinado momento no resistí más y todo mi cuerpo ascendió a lo más alto para descender planeando placenteramente.

            Un par de días más tardes mi piel roja se había tornado en un bonito tono moreno, según me decías, seguiste durante todos los días dándome crema pero en vez de after-sun con un aceite con olor a rosas…

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