viernes, 10 de diciembre de 2010

En el antro

       
       Se sentó al fondo de aquel antro, vacío en esta noche de mitad de semana, y encendió un cigarro, mientras pedía una copa de ron. Siempre le habían dicho que no era bueno mezclar y tres copas de ron era lo que había tomado en su casa hasta que hubo agotado la botella. Se había echado a la calle gélida y fue lo único que había encontrado abierto a estas horas de la noche. No quería estar sola después de la putada que le había hecho su novio, al confesarle que se iba de su casa, que se había enamorado de otra. Tampoco podía recurrir al consuelo de su mejor amiga, pues esa era la “otra”.

            Tenía la sensación de sentirse rota, como si el corte de un hacha la hubiera atravesado por el centro. Sentía una frialdad por dentro mucho mayor que la que hacía por fuera. No sabía de qué resquicio de su interior podría haber brotado aquella idea, pero necesitaba el fuego intenso de una polla, pronunciarlo en voz alta la ruborizaba, entre sus piernas para con su calor cauterizar la herida infringida. Le daba igual de quién fuera…pero ella lo ansiaba como ninguna otra cosa en este instante. Entonces fue cuando, a través de las volutas de su cigarro, lo vio al fondo en una mesa con la cabeza inclinada mientras no cesaba de escribir en un cuaderno. Ella empezó a mirarlo con descaro, con deseo, hasta que a él no le pasaron inadvertidos aquellas miradas y levantándose se sentó junto a ella. No estaba mal, aquel rostro de amplia calvicie y barba canosa recortada, tenía su punto sensual.

-Qué hacías?
-Escribo, soy escritor- contestó en tres palabras.
-Te apetece una copa de lo que estoy bebiendo?- le dijo ella con el cuerpo con escalofríos por aquella proximidad.
-Claro que sí- repuso él sonriente y como quien se siente gratamente atrapado en una situación inesperada.

     Dejando el cigarro sobre el cenicero, ella se echó a la boca el contenido del vaso y sin que él pudiera imaginarlo, acercó sus labios a los de él e introdujo en su boca aquel ron, ahora rebajado en alcohol por su saliva. El deglutió aquel líquido de un trago y saboreó aquella lengua que ella le regalaba con tanta intensidad. Sus brazos se dispararon hacia el cuerpo de ella. Y fue cuando ella, tomándolo de la mano le dijo:
-Vamos a mi casa.

    Recorrieron aquellas pocas decenas de metros tan apretados entre sí, que caminaban semejando tener sólo tres piernas entre los dos. Subieron las escaleras fundidos en besos y al abrir la puerta se desmoronaron a  la par en el sofá. Ella se levantó y se desnudó rápidamente como si el contacto de aquel vestido sobre su piel la quemara. Él no dejaba de mirarla entre divertido y deseoso. Se levantó y le indicó que se acostara en el sofá. Fue colocando a su gusto las formas de aquel cuerpo desnudo y cuando lo tuvo como él quiso, abrió su cuaderno.

-¿Me vas a escribir un poema?- dijo extrañada arrellanando su cabeza sobre el cojín.
-No, te voy a dibujar, también soy dibujante. Me encanta esa postura tuya en que tus labios menores tan oscuros, que contrastan con la blancura de tu piel, parecen un simpático ratoncito, que salivea de pura ansia.

      Sintió  el rasgado del bolígrafo sobre el papel y la impaciencia acrecentó su deseo hasta extremos que nunca había sentido. Le gustaba sentirse contemplada de esa manera por la mirada del artista. Le costó permanecer quieta en aquella tesitura, mientras escuchaba su bolígrafo deslizarse por el papel y veía frente a ella aquel pene que a medida que pasaban los minutos iba alzándose en el aire.

            Cuando terminó el dibujo se lo enseñó y, al verlo, su ratoncillo empezó a manar levemente. Dejó el dibujo a la vista y mientras lo miraba, tomó entre sus dedos su ahora bien estirado pene  y acercándolo a sí, lo engulló en el interior de aquellos labios sin dientes. Abrazó aquel deseo con la intensidad de sus músculos, mientras entraba y salía y aquella fricción le provocaba un placer que sacudía todo su cuerpo. Aquel vaivén no cesaba y ella imaginó una gigantesca aguja que poco a poco iba cosiendo su corazón roto. Su fuego por un lado se atenuaba y por otro se avivaba hasta que no pudiendo resistir más aquella mezcla de placeres se desplomó lánguidamente en sus brazos. Allí permaneció mucho rato, tal vez horas, y tan a gusto que nunca olvidó aquel día que por primera vez en su vida quiso follar en vez de hacer el amor, aquel dibujo siempre se lo recordó.

1 comentario:

  1. Bonita manera de coser un desgarro.
    A veces follar puede ser mas interesante que hacer el amor.

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