jueves, 24 de febrero de 2011

Tu mirada

   
      Había llegado a ese punto en que mi existencia, obligada y desprovista de alicientes de todo tipo, fluía a empellones por un estrecho cauce. Mi cuerpo, para mí, había devenido en un mero sostén de mis huesos en el que estaba totalmente ausente cualquier placentera sensación. No sé cómo entraste en mi vida sacudiéndola desde lo más hondo y brindándome el más maravilloso de tus regalos: ¡tu mirada!

            Una mirada que emerge desde esos dos fanales que tienes por ojos y que cuando ahora se posan sobre la desnudez, ante apática y ahora anhelante, de mi cuerpo, la acicala extrayendo lo mejor que hay en ella. Cuando me miras se alborota mi piel con una melodía de cascabeles, esponjas mis sequedades y me haces gozar con tu cercanía. Esa mirada lúbrica actúa sobre mi cuerpo remodelándolo como la mejor de las cirugías, apretando la desazón de mis carnes, redondeando sinuosamente mis curvas y alzando mis pechos en un desafío a esa ley de la gravedad que se me impuso en estos años.

            Tras una  larga etapa de crudo invierno, has devuelto mi vida a la primavera y, sobre todo,  con tanto mirarme has contagiado a mis ojos esa forma de hacerlo. Ahora cuando me reflejo en el espejo, gracias a ti, me disfruto más maravillosa de lo que nunca, a estas alturas, me pude haber imaginado.

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