¡Uy, que bien he dormido! Me despierto agarrada a la almohada y me noto muy a gusto y descansada, debe ser de ese ajetreo que me diste
antes de dormir. El roce de mi
entrepierna con el colchón hace que aún me escueza levemente y es que cuando te
pones a amarme, afortunadamente para mí, no hay quien te agote. Aún duermes, me
gusta verte así y admirar tu cuerpo desnudo con esta luz tibia del amanecer. Te
recorro con mi mirada. Ese cabello revuelto cada vez más blancos, tus pestañas
que se alzan orgullosas hacia ell techo y el aire de tu respiración sosegada
que escapa como un silencioso murmullo a través de tus labios entreabiertos.
Tus labios…¿será cosa del reposo? Pero los veo como más hinchados, atrayéndome.
Paladeo inconscientemente los míos y me parece que aún tengo, metidos en ellos,
el sabor de los tuyos, de tus besos con ese dulzor que acaricia tu saliva.
Siempre vas pulcramente afeitado pero ya comienzan a asomar los pelos de tu
barba, acercaría mi cara simplemente para sentir cómo la arañas con ellos, me
encanta ese roce basto sobre ella, pero no quiero despertarte.
La
luz naciente arranca reflejos a ese vello, entrecano, alborotado de tu pecho.
Reprimo mis manos que quieren saltar hacia él, para acariciarlo y arrebujarme
en tus brazos. ¡Qué sensación más maravillosa la de sentirme rodeada por ti, me
siento con esa seguridad única con que habitaba el regazo materno! Mientras te
mordería las tetillas, sé que eso te
vuelve loco, y no digamos a mí el sentir su tacto carnoso, entre mis dientes,
que progresivamente se endurece. Tu
ombligo se vuelve hacia sí, como una media luna en torno a lo que brotan, pelos
negros que lo rodean caminando hasta tu pubis y rodeando tu sexo. No puedo
evitar el reírme, aprovechando que no me ves, al verlo ahora tan minúsculo,
¡qué diferencia con ese duro mástil con el que me atravesaste anoche y con el
que me arrancaste tanto placer! Es enteramente otro y sueño con ese momento en
que vuelvas a tomar posesión de mí. Umm sólo de pensarlo tengo que apretar las
piernas, así parece que aguanto mejor las ganas.
Tus
piernas largas y musculosas se alargan por el colchón hasta llegar a tus pies.
Me gustan tus piernas…y cada vez que las veo las imagino rodeando mis nalgas en
ese abrazo tuyo que me hace volar hasta las nubes. Sigo los caminos de sus
músculos hasta llegar a tus pies, grandes como los de una estatua griega, que
se doblan cada uno a un lado.
Abres
los ojos, me sonríes con tus labios mientras observo que aquella forma
escuálida de hace un momento va levantándose como una serpiente ante la música
de un encantador. Tus brazos abandonan su estatismo y se levantan hacia mí,
suelto la almohada y voy a tu encuentro...
Hay dos maneras básicas de agarrarse a una almohada: una, para ahogar lágrimas o deseos no satisfechos. Y otra, para contemplar a la persona objeto de satisfacernos.
ResponderEliminar¡Qué diferencia!, verdad?
Creo que dormiré sin almohada. Besos.