Recuerdo bien nuestra primera cita, fue en
aquella comida. A la hora del postre, cuando ya había nacido entre nosotros esa
mutua cordialidad, me sinceraba contigo:
-Es que mi vida tiene un color tan gris…
-¿Y el gris es malo?- me respondiste, mirándome
intensamente a mis ojos. Y entonces los vi…
¡Tus
ojos!, ahora me fijaba en su color,.. Eran de un gris intenso y luminoso que
empezaban a hablarme sin palabras y a decir lo que empezabas a sentir por mí.
Una leve flexión de mi cuello hizo que, en un instante, nuestros labios se
endulzaran recíprocamente del sabor ajeno.
Salimos
del restaurante cogidos de la mano, yo me sentía como si anduviera por el aire
y me condujiste hasta tu casa. Cuando cerraste la puerta a tu espalda, fue como
si nuestros brazos y labios hubieran cobrado vida en esa ansiosa búsqueda del
otro. Con la facilidad de una cremallera desabotonaste mi camisa, quedando mi
pecho alborotado y expuesto a las caricias de tus dedos y al gustoso roce de
tus labios. Poco a poco fueron estos descendiendo, dibujando un camino húmedo
hasta más abajo de mi ombligo. En un solo acto deshiciste la hebilla del
cinturón y el botón del pantalón. Liberaste mi sexo que oprimido y cálido salió
al aire. Sólo una décima de segundo porque al poco estaba “refrescándose”
intensamente con la humedad que encerraba el interior de tu boca.
Tus
labios, como un anillo mágico, lo recorrían arriba y abajo, aumentando
placenteramente su tamaño., mientras tu lengua cosquilleaba con agilidad su
extremo que disfrutaba de puro tenso. Un cosquilleo nervioso recorrió todo mi
cuerpo, un espontáneo gesto de mi cuello lanzó mi cabeza hacia atrás, pero
antes admiré tu afán dadivoso para conmigo, mientras tus ojos grises picarones
y sobresalientes contemplaban el efecto que me producía. De pronto, ya no pude
más o, mejor dicho, lo pude todo. Cerré los párpados, sentí como se erizaba el
vello de todo mi cuerpo y cómo me desparramaba en chorros en el interior de tu
boca, mientras aparte de mis gemidos escuchaba el sonido de tu garganta al
tragar. Abrí un instante los ojos para verte, me miraste y lo único que se me
ocurrió fue el pensar que el gris no sería, nunca más para mí, sinónimo de triste,
más bien ¡todo lo contrario!
Cualquier color puede ser bonito dependiendo del color del cristal con que lo mires o del color de los ojos de quien nos mira jejeje.
ResponderEliminarUn bonito relato, y me gusta, me encanta que el sexo fluya con colores.