Tu ausencia provoca a mi nostalgia,
que se recrea en mis recuerdos de ti. No sé por qué mi espalda te anhela de esa
manera tan desesperada tus caricias. Cierro los ojos y siento como las yemas de
tus dedos, subiendo y bajando, producen correntías de placer que se extienden
por todo mi cuerpo. Es como si tu gran
caricia placentera cubriera toda mi desnudez y la fuera embelleciendo a tu
mirada ansiosa, a tu deseo creciente y lascivo.
De la espalda desciendes a mis glúteos, me los palpas con tus manos
fuertes, tentando sus formas, descendiendo por ellos, fundiéndote en mis
honduras. Me dejo mecer en tus manos.
Me tiendes delicadamente sobre el
colchón y ahora vas gustando lentamente la suavidad de mis piernas, primero con
tus labios, la adornas de cientos de besos, luego con tu lengua. Vas dibujando
con su punta, caminos de saliva, que son caminos de placer. Un temblor sacude
mi cuerpo y el hueco entre mis piernas reclama el tacto de mi mano. Tengo que
cerrar los ojos, porque me resulta insoportable la fuerza de tu mirada felina,
devoradora y noto, como ahora, te haces dueño de mis pies. Las uñas las llevo
coloreadas en naranja y me dices, que vas a exprimir mis dedos, como si se
tratara de pequeños gajos dulzones. Y van desapareciendo en el interior de tu
boca y mi hendidura grita silenciosamente necesitando la caricia de mis dedos.
Mis dedos son hábiles y experimentados. Los noto, aceleran mi sudor y mi
placer. Mi cuerpo se agita, mi boca grita y mi cuello se bambolea adelante y
atrás…hasta que parece que caigo desde lo alto de una catarata y mi cabeza
reposa sobre mi almohada. Levanto los pies, miro los dedos coloreados de
naranja y me acuerdo de ti, como si estuvieras a mi lado.
sábado, 31 de agosto de 2013
miércoles, 21 de agosto de 2013
Paseo de-dos
Las
olas rompían contra la orilla con esos brillos de plata con que las tiñe el
atardecer, cuando ambas pasaron por mi lado. Me fijé en ellas. Las dos con
cuerpos atractivos y con edades que frisaban los treinta años llevaban unos
bikinis negros, aunque el de una de ellas se adornaba con una estrecha banda
naranja. La más alta y estilizada de las
dos, tenía una melena rizada negra que oscilaba sobre sus hombros, pechos
grandes que se agitaban bajo la tela y piernas fuertes con un bronceado color
canela. La otra, algo más baja, de piel
blanca y salpicada de lunares, que agitaba el aire con una coleta pelirroja y con
curvas más pronunciadas, portaba una braga arrugada, desapareciendo parte en su
hendidura trasera lo que dejaba al descubierto gran parte de sus glúteos.
Andaban despacio, extremadamente
lentas, con un movimiento sincopado que fue lo que atrajo mi atención. No se
desplazaban hacia delante, sino que sus cuerpos se cimbreaban en el aire
buscando cualquier contacto mutuo y el roce continuado de sus pieles. Sus manos se entrecruzaban, enganchándose
unos segundos, para después soltarse. Sus cuerpos se acercaban, hasta que sus
barrigas redondeadas se rozaban, frotándose levemente sin pudores, como si los
ombligos quisieran besarse.
En uno de esos acercamientos entre
sonrisas cómplices, de esas que sólo a ellas dos no les podían parecer bobas,
los labios de la morena aterrizaron sobre el cuello de la pelirroja cuyo cuerpo
se encogió, sin duda agitado por la sensación producida. A ambas debió de gustarles,
porque reiteraron el mismo gesto varias veces. En uno de estos, además, su mano se enganchó en la braga de la
pelirroja bajándola un poco dejando la
raja trasera, dividiendo unas nalgas blanquísimas, asomada como una sonrisa. La
pelirroja, a su vez, rodeó aquella cadera morena con su brazo y la aproximó a
la suya. Anduvieron así unos cortos
pasos. La gozosa tensión se disparó cuando, tan próximas, la morena bajó su
cuello y, al mismo tiempo, le bajó la tela desenmascarándole el pecho izquierdo,
níveo y tintado en pecas, y posó en ellos mimosamente sus labios durante unos
instantes. El pudoroso rubor, de puro disfrute, de la pelirroja se confundió
con el rumor del viento. Se puso, seguidamente, de puntillas horadando la arena
con los dedos de sus pies y sus labios
se engancharon en los labios ajenos. Al separarlos, ambas se miraron a los ojos
con una ternura tan mágica que pareció paralizar todo lo que sucedía en la
playa. Vestidas de sonrisas se cogieron de la mano y como si ahora tuvieran
alas en los pies se introdujeron en el mar.
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