lunes, 7 de mayo de 2012

La señorita X




Adela fue siempre una niña rarita, desde muy pequeña disfrutaba más con los polinomios que con las Barbies. Creció en tamaño y madurez y aquella afición matemática derivó en tintes casi enfermizos, por tanto no es extraño que, tras aprobar brillantemente la Selectividad, decidiera encaminar sus pasos universitarios hacia tal materia. Disfrutó en aquellos cinco años en que dedicó todas sus energías a la resolución de ecuaciones, dibujar curvas, calcular vectores y despejar incógnitas. En cuanto terminó, sin ninguna dificultad  fue contratada como profesora asociada en la Universidad.
 Estaba deseando transmitir aquellos conocimientos que bullían por su interior a sus alumnos. Para Adela aquellos algoritmos eran toda su existencia, pero para ellos sólo una minúscula parte de su vida y aquella diferencia de perspectiva los separaba con una honda brecha, más de lo que para ella era deseable.  No le pasaba inadvertido,  porque lo había escuchado más de una vez por los pasillos, que le habían puesto el sobrenombre de señorita X.  Seguro que tenía que ver, pensó ella, que constantemente les insistiera en lo gratificante de resolver el valor de la X.
Esto le fue preocupando, al principio, y molestando después. Y poco a poco una cierta obsesión empezó a formar parte de su vida cotidiana. Cada vez que trazaba los palos cruzados de la x era como si un fino punzón se le hincara en la piel. La situación le fue agobiando, desconocía lo que hacer, sobre todo cuando ello le provocaba noches de insomnio y profundas ojeras en su agraciada cara. Sabía que aquello tendría que salir por algún lado y que en algún instante haría una locura…
Aquel día entró en clase como cualquier otro, ya llevaban varios días con la Trigonometría, algo que a ella siempre le había hecho disfrutar y que percibía que a ellos le importaba no más que un pimiento. Estaba de espaldas escribiendo una fórmula en la pizarra: 2sen2 x+… Su fino oído captó unas risitas a sus espaldas y alguien que repetía en tono jocoso : “los dos senos cuadrados de x”… Aquello fue demasiado, estrelló la tiza contra el suelo y lanzando una mirada de furia a su auditorio, se sentó sobre la vieja mesa de madera encogiendo sus piernas y, desprendiéndose de su blusa y  del sujetador con un hábil movimiento, dejó sus orondos pechos al descubierto ante su asombrado auditorio. Entonces fue cuando dijo aquella frase que nunca olvidaron sus alumnos y a punto estuvo de convertirse en eslogan de la facultad:
-¿Con que los senos de X son cuadrados? Nada de eso, ¡redondos y bien redondos!
Luego como si no hubiera sucedido nada siguió el desarrollo de aquellas fórmulas, plenas además de los senos, de cosenos y tangentes. Algo logró, desde entonces sus alumnos seguían sus clases atentos y casi aguantando la respiración y nunca más le llamaron señorita X, sino señorita Adela.

2 comentarios:

  1. Una estrategia muy singular para explicar las matemáticas, al mismo tiempo que quitarse de encima ese enojoso apodo...
    Lo cierto es que...yo no sería capaz de hacerlo, jajajaja.
    siam

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  2. A ésta es a la que se follaron en el molino, que lo sé yo:

    http://tesadepaso.blogspot.com.es/2008/09/pintadas.html

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