domingo, 5 de agosto de 2012

Ahogada en besos


      Era su primera vez. Sí ya sabía que no estaba haciendo nada malo, pero tras tantos años de casada, se le hacía cuesta arriba irse de viaje a la costa con sus dos amigas y dejar en casa trabajando a su marido. Claro que la pasión no era la de antes y que, además, le vendría muy bien el cambio de aires, pero aún ya decidida, le seguía dando un “nosequé”. Salió de casa sentada de copiloto y abrió la ventana para disfrutar del aire que, caprichosamente, le encrespó su cabellera. Empezó a saborear los olores como el de la hierba seca de los campos que le despertó el olfato. Tras unas decenas de kilómetros, la brisa del mar le anunció, aún lejos, la cercanía de aquellas ansiadas olas por las que anhelaba  dejar abrazarse. Llegaron al  hotel y ahora le acompañó una sabrosa mezcla a romero y limón y el aroma a piscina que empezó a despertar su sensibilidad dormida. Era ya tarde y sólo pudieron comer algo y, en seguida, les venció el sueño.

Cuando despertó por la mañana, le acompañó el rumor de la respiración leve, nada que ver con aquellos escandalosos ronquidos de su marido, de sus amigas en las cercanas camas. De repente sintió con una extraña sensación a la que no podía dar nombre. Por un lado se sentía nueva, diferente, con una nueva capacidad de desarrollar muchas cosas, pero de pronto algo cosquilleó en su interior. Por la persiana un tenue rayo de sol le arrancaba brillos a la lámpara metálica del techo, Un cierto anhelo le empezó a recorrer de pies a cabeza.  Primero muy suavemente, casi imperceptible, era como una corriente eléctrica que la iba envolviendo por toda su superficie. ¿Qué le sucedìa? Se dio cuenta de lo que era: no estaba acostumbrada a despertarse así.

Desde hacía muchos años, sus primeras sensaciones del día estaban revestidas de humedad. Desde que se casó nunca había tenido que poner el despertador, ni siquiera  recordaba cuando fue la última vez que se despertó sola. Eran los labios de él, rodeados por esa barba incipiente, que arañaba su cara y la adornaba en sensaciones paradójicas,  la que la cubría de besos. Siempre hacía lo mismo, los primeros besos eran menudos, unos simples, hasta que ella iba despertando y comenzaba a desperezarse, con los que lo aumentaba en ímpetu y humedad. Él era reiterativo en besos, en los primeros días a ella llegaba a agobiarse con tanta desmesura, pero con el tiempo los gozaba hasta extremos inimaginables. Y consciente de ello, él los multiplicaba cuando no quedaba ningún centímetro de su cara seca, bajaba por el cuello, se engolosinaba con sus pechos en donde tras besar succionaba y luego, sin prisas, saltaba a sus pies que parecía afilarlos con sus labios. Enroscaba los labios por sus piernas hasta llegar a ese punto, entre ellas, que lo esperaba brillante y gustoso. Allí le hacía ese boca a “labios” matinal, hasta que el cuerpo de ella agitado por acelerados temblores acababa, una vez exhausto, detenido. En ese momento, aún con su cuerpo dotado de una imperceptible vibración, posaba sus pies desnudos en el suelo con la dulce sensación de sentirse ahogada en besos.

            Pensó todo esto y no pudo esperar más en la cama. Se vistió rápidamente lo que hizo que sus amigas se despertaran sobresaltadas:
-¿A dónde vas ahora?- le preguntaron.
-A casa.
-¿Y eso?
-Me voy corriendo a ver si todavía llego a tiempo de que me despierte de la siesta- fue lo último que sus amigas escucharon, tras cerrar ella, con un golpe, a su espalda la puerta de la habitación.

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