lunes, 4 de febrero de 2013

Una preocupación inquietante


         Damián se subió la manta hasta la nariz y se tocó la cabeza. Parecía que ahora ya no tenía fiebre. Una infección de garganta le tenía postrado en la cama desde hacía tres días en los que no había hablado con nadie. Vivía solo desde que enviudó y estaba aburrido de estar aquí, precisamente en estos días en que se celebraba las fiestas en el Hogar del Pensionista del que era socio. Sonó el timbre y se levantó sorprendido, no esperaba a nadie, para abrir la puerta. Tras ella apareció Inés y en un gesto espontáneamente pudoroso se anudó la bata que llevaba sobre el pijama. Inés era soltera, de las que hasta hacía muy poco tiempo cuando se le dirigían como señora, matizaba: ¡señorita! Habían hecho una buena amistad y solía ser su pareja de baile en los guateques que organizaban allí.

-Me extrañó que no hayas ido estos días al Hogar y vine por si te pasaba algo.
-Gracias por venir. Estoy con dolor de garganta y no me puedo mover.
-Anda acuéstate-le dijo Inés tomándolo tiernamente por el brazo y tapándolo, le preguntó por la cocina y en pocos minutos le preparó un caldo caliente.
-Umm, que bien me ha sentando- dijo devolviéndole la taza- la verdad es que hacía muchas horas en que no tomaba algo caliente.

            A continuación sacó un bote de vick vaporub que siempre llevaba en el bolso y ni corta ni perezosa le desabotonó el pijama, empezándole a poner suavemente en el pecho. Damián callaba y se dejaba hacer. Estuvo a punto de hablar varias veces, pero calló, hasta que al fin dijo:
-¿Sabes que me encanta lo que estás haciendo?
-Yo estaba pensando lo mismo- repuso Inés, sin dejar de acariciarle el pecho a pesar de que ya hacía un rato que se le había agotado el vick. Siguió disfrutando con el roce de aquella piel, mientras sumergía sus dedos arrugados en el abundante vello blanco.

            Aquellas caricias fueron despertando en Damián sensaciones que creía dormida a la vez que en Inés creaban unos estremecimientos que le resultaban novedosos. Lo que iba provocando aquellas manos, la iban envalentonando y posteriormente las caricias descendieron hacia su ombligo y su barriga, pero sin detenerse ahí. Inés agradeció que el elástico del pantalón estuviera flojo para que no hubiera nada externo que entorperciera su camino hacia ese rincón mágico que con un deseo creciente le apeteció tocar. Y, sin duda, le estaba esperando, porque lo que imaginaba como un apéndice desgarbado, se le reveló, cuando acercó su mano, como una descomunal vara. No pudo resistir su impaciencia y aquella imagen, ansiosa y sorprendente a la vez, quedó al descubierto de sus ojos, para inmediatamente cubrirla de besos con sus labios.

-Desnúdate- le dijo Damián con tal delicadeza, que si le quedaba algún resto de pudor quedó disuelto y dejando, poco a poco su ropa sobre la silla, se volvió hacia él, que le dijo algo que hacía más de sesenta años que no le decía un hombre:
-¡Estás preciosa!

            Él se echó a un lado en la cama, haciéndole un hueco, en el que ella se colocó sin temor al contagio infeccioso. El reloj detuvo su andadura y aquellos cuerpos vivos en sus arrugas, se perdieron en mutuas caricias hasta que ella sintió como él la cubría por completo haciéndola suya, hasta que quedaron exhaustos y sonrientes, rodeándose con sus brazos mientras no se dejaban de mirar. Horas después ella se vistió y con un suave beso se despidió dejándole en la cama, recuperándose de su enfermedad y de aquel gratísimo esfuerzo.

            Al día siguiente volvió a visitarlo. Damián  tenía mucha mejor cara, en cambio a Inés se le veía con ojeras y cara de preocupación.

-¿Qué te pasa?- se interesó Damián.
-He dormido poco y le he dado muchas vueltas a la cabeza…
-¿Te arrepientes de lo de ayer?
-No, no es eso. Me llenaste de felicidad.
-¿Entonces…?
-Es que…como ayer lo hicimos sin protección y hoy me dolía algo la barriga he llegado a preocuparme por si me hubiera podido quedar embarazada…

1 comentario: