viernes, 26 de abril de 2013

Sin la caperuza roja


       
     Llevo veinte años haciendo el mismo camino, siempre con mi cesta al hombro atravesando este bosque, para ir a ver a mi abuela. Ella cada día me aconseja y me dice que tenga cuidado de no toparme con él. Pero no sé si es exageración o leyenda porque en todos estos años nunca me lo he encontrado.
Hoy a pesar de estar soleado, es como si hubiera un insólito murmullo en el ambiente que lo carga extrañamente de un cierto tenebrismo. Noto el crujir de las hojas secas bajo mis sandalias, las sacudidas en el aire de las ramas y, no sé por qué, una callada presencia que me acompaña. ¿Será verdad lo que me ha contado mi abuela? ¿Puede que haya en este bosque un ser que encierre tanta ferocidad?
Ahora sí, estoy seguro de que he oído unos pasos como arrastrándose. Cada vez están más cercanos. ¿Será él? Me dijo que es como los toros que la mera contemplación del color rojo le azuza su enfado. Por si acaso me desprendo de mi chándal de capucha roja, quedándome desnuda, y me agacho para esconderlo tras un matorral. Siento cómo la brisa acaricia mi piel.
De pronto se agitan unos matojos cercanos, giro la cabeza, y a través de ellos veo emerger su impresionante figura. ¡Es verdad que existe! Es de gran estatura y a través de su cuerpo cubierto de pelos se adivinan unos músculos fuertes y torneados. Me mira expectante con ojos fogosos, mientras poco a poco van esbozándose las formas de su potente sexo entre sus piernas. Un placentero temblor me recorre de abajo a arriba. No tengo ningún miedo,  pese a lo que amenazaba mi abuela, porque estoy segura de que, no es precisamente devorarme, lo que me pretende hacer…

1 comentario:

  1. O a lo mejor también la devora! jejeje
    El mito del lobo feroz...o de cualquier otra fiera, a la que podemos temer, y a la vez admirar y desear.
    Buena versión, muy sensual...después de todo, Caperucita tenía que crecer algún día y convertirse en mujer.

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