¡Cuánto le costaba despertar por la mañana y
qué desagradable el timbre estridente de su despertador! Ojos pegados,
cansancio adherido a los huesos, músculos que se resistían a moverse y, lo
peor, el ánimo bajo ante todo ese día que se le extendía por delante.
Despertaba siempre acompañada en su cama, sufriendo la soledad y soñaba…soñaba
con tener un despertar diferente, que fuera producido por un despertador de
besos.
Un
día sucedió algo distinto. Estaba profundamente dormida cuando empezó a sentir
un leve cosquilleo por su cara, que se desplazaba con estudiada lentitud. Luego
se dirigió hacia su cuello dibujando en él invisible collares y poco a poco se
fue espabilando. Sin verlos imaginaba aquellas sensaciones provocadas por
pequeños besos, que los imaginaba de hermosas formas y colores. Besos que ahora
se posaban sus pechos que, receptivos, se adornaban por sí solos. Como una
hilera de cosquillas fue zigzagueando por su barriga a la vez que ella
despertaba y una sonrisa se le iba dibujando en sus labios. Se detuvo entre sus
piernas, enlenteciendo su respiración y abriendo los poros de toda su piel. Ya
estaba casi despierta cuando el cosquilleo vistió sus piernas de placenteras
sensaciones que acabaron disolviéndose en cada uno de los dedos de sus pies.
Hoy sí que me voy a levantar contenta,
pensó un instante antes de abrir los ojos y justo en ese momento, como un
trueno prolongado, el sonido estridente de su despertador la despertó del que
había sido su más hermoso sueño de los últimos años.
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