martes, 31 de marzo de 2015

Una mirada cristalina

El día amaneció con un sol brillante, con rayos que iluminaban incluso aquellas partes del  interior de él que sentía más ocultas. Eso le provocó una doble sonrisa, por dentro y por fuera. La de fuera se hizo más amplia en el momento en el que vio acercarse a ella.  Las oscilaciones graciosas de su cuerpo le provocaban unas vibraciones que, así mismo, percibía no exentas de un cierto goce, aderezado por una levísima humedad. Pero esta vez, se dio cuenta, que aquella excesiva luminosidad le perjudicaba porque el rostro de ella estaba semioculto por los grandes cristales marrones de sus gafas de sol.Llevaba tanto tiempo ansiando este momento…quería aburrirse mirando aquellos ojos de mirada única que, ahora, era incapaz de adivinar por la opacidad de aquellos cristales. No tuvo que decírselo, ella le adivinaba muy bien el pensamiento y subiendo sus gafas a modo de pasada que sujetaran sus cabellos, que bailaban con estudiada locura, dejó al descubierto aquellos ojos tan hermosos que él recordaba. Hasta entonces, sus citas habían sido tan cortas, que no sabía muy bien por qué había sido incapaz de definir el color de aquellos ojos. Pronto sabría la razón…

Son color miel, le había aclarado ella, y sí, él se dio cuenta, al fijarse en ellos de manera descarada, que ese color dulce era el de su pupila y el de sus miradas.  De pronto, algo le llamó la atención la mirada de ella empezaba a materializarse.  Primeramente su rostro estaba un poco vuelto, como ayudando a sus ojos a que miraran sesgados, como intentando esconder con ello un velo de timidez. Poco a poco, como ganando en confianza, su cuello se giró y él percibió frente a sí aquellos ojos adornado de rizadas pestañas negras, que comenzaban a mirarle, a modo de juguetón desafío, con creciente intensidad. Se sintió hipnotizado, dejó inconscientemente hasta de pestañear, y observó  como una extraña capa brillante iba tiñendo aquellas superficies oculares. Una metamorfosis se estaba desarrollando a medida que se sentía envuelto por aquella mirada, aquellos ojos se estaban transformando en un cristal brillante de brillo diamantino, que no parecía ser natural. Entonces fue cuando le pareció que aquel cristal que protegía, adornaba e iluminaba aquellos ojos de una manera que le pareció única, se quebraron en mil cristalitos que como una lluvia de primavera o un manantial florido se derramó sobre la mesa que compartían. Tras ese extraño fenómeno, los ojos melosos de ella, volvieron a ser “normales”.


Él notó el rubor subiendo a  sus mejillas ante aquella imaginada visión. Se estaba trastornando… Para disimular aquel azoramiento, apoyó sus manos en la mesa para ponerse en pie y, tuvo que quitarlas de manera súbita, al notar como aquellos cristalitos se le habían clavado en la palma de las manos…

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