martes, 24 de abril de 2012

Como una cebolla


Como una cebolla, me dijiste que te acercabas a mí, sonriendo ante mi gesto perplejo. Llegaste precedida del olor de tu perfume que mezclado con el de tu piel envolvieron el ambiente en ese aroma tan peculiar con el que siempre logras turbar mi pituitaria. Desde luego de olor a cebolla nada, pero enseguida me aclaraste que era una comparación fruto de las múltiples capas de ropa con las que el frío reinante te había obligado a cubrirte.
Tus labios se acercaron a los míos en largo y húmedo contacto. Y percibí, como al punto, la temperatura te subió porque tu frente quedó brillantemente iluminada por gotitas de sudor. Tus dedos, con agilidad de pianista, deslavazaron el nudo de tu cinturón y tu abrigo cayó al suelo, con lo que tus formas empezaron a atisbarse. Luego fue el pañuelo el que resbaló en torno a tu cuello, hasta caer al suelo formando un garabato con pliegues. Tus brazos se alzaron en el aire, estiraste las mangas y fueron liberándose del jersey, Asomaste tu cabeza con los ojos luminosos y el cabello encrespado y admiré como tus pechos seducían hermosas formas en la tela de tu blusa, como queriendo escaparse de ella. Lentamente, perturbándome, tus botones separándose de los ojales fueron acrecentando las formas voluptuosas de tus pechos. La blusa quedó totalmente abierta, quedando tus pechos totalmente al aire y dejando al descubierto tu ombligo oscuro cuya forma angulosa parecía hacerme un guiño. Deslizaste la blusa por los brazos que se desplomó a tus pies, quedando expuestas tus desnudeces por encima de tus vaqueros azules.
Nos miramos y sin decirnos nada, los dos entendimos que necesitábamos más. Esta vez fueron mis dedos los que desataron el botón de tu vaquero, que quedó encastrado en las formas de tus glúteos, te ayudé a bajarlos… Y de la cremallera, abierta como la corola de una flor, surgió una  moldeada ringlera de vello oscuro que perfeccionaba tu preciosa raja, abierta entre carnosos labios, chispeante de brillos nacarados.  Mis labios deseosos de calmar su sed se acercaron a esos tuyos y fueron sorbiendo acompasados por el agitado cimbreo de tu cuerpo y tus entrecortados gemidos. Mientras saboreaba tus íntimas exquisiteces, me reiteraba en que aquellas no sabían, de ninguna manera, como una cebolla. 

1 comentario:

  1. Ir desnudándose delante de alguien, cuando hay mucha ropa que quitarse, no sé si hace la espera más dolorosa o más excitante. Supongo que lo segundo.
    Pero en esta ocasión te comiste la cebolla antes de acabar de pelarla.

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