Despierto
tras horas de sueño inquieto. Aún si cierro los ojos pesadillas informes se
dibujan en mi mente. A pesar de que hace frío en el cuarto noto como las gotas
de sudor se deslizan a lo largo de mi cuerpo, situado bajo el cálido cobijo del
edredón. Tu cuerpo al lado del mío dormita, enfrascado en pura ausencia. Empiezo
a clarear la mañana y a manifestarse en mí la necesidad y el anhelo de ti. Mi
cuerpo empieza a despertar a las sensaciones que no tiene, al deseo de sentir
el tuyo en contacto íntimo.
Me agito levemente en la cama, como si
con ello pudiera hacer reaccionar tu modorra física y anímica. Me toco en la
nuca, sudorosa, para levantar mi melena hacia arriba, como tú hacías en aquel
lejano tiempo en que la pasión de tan real no había tenido tiempo de
convertirse en deseo. Mis dedos rozan suavemente mis pezones que endurecidos
espontáneamente propagan corrientes eléctricas a distintas partes de mi cuerpo.
No queriendo inquietarme más de lo necesario, aquellas manos se distraen
deslizándose por mi barriga, cosquillean mi ombligo y sobrevuelan tiernamente la
hilera de vellos cortos de mi pubis.
Mi deseo crece hasta convertirse en
doloroso. Me gustaría sacudir tu cuerpo que está tan próximo como lejano al mío,
hacer que se desperece con sus extremidades abiertas y se cierren sobre mí,
ofreciéndome a tus caricias. Quiero, necesito, coger tu sexo entre mis manos,
sentir como su textura se endurece y hacerlo desaparecer en el interior de mi
boca. ¡Quiero jugar con él y ahogarlo en mi saliva! Tengo hambre de ese sabor
conocido que se encierra entre sus pliegues y se va desdibujando en mi memoria.
Pero poco a poco el paso del reloj
convierte esa ausencia en frustración y un dolor agudo, como si estuviera a
punto de venirme la regla, me atenaza entre las piernas. Me agarro a ellas
intentando calmar mi sufrimiento y mis caricias van atenuándolo, hasta que el
dolor se va mutando a una leve y placentera sensación. Y yo acelero el roce que
hace que el goce se extiende por todo mi cuerpo. Tu respiración prosigue sin
cambios en contraste con la mía que se va entrecortando primero y apresurándose
después. Mi cabeza se entrechoca varias veces con la almohada y noto en mi
labio el sabor de la sangre, al mordérmelo. Me veo como envuelta en una gran
ola y de pronto me quedo inmóvil. Ahora
roncas con más fuerza. Mis manos vuelven despacio dibujando formas sobre mi
piel en el camino hacia la cabeza y se colocan bajo ella. Miro al techo durante
unos minutos y la forma de la lámpara oscura
en el techo me semeja una sonrisa. En ese momento te giras hacia mi lado
de la cama y ruedas libremente por ella. Ya no estoy, acabo de saltar del
colchón para ir al cuarto de baño….
Vuelvo al cuarto relajadamente infeliz.
Tú sigues roncando.
Deberías despertarlo en tus caricias o simplemente siendo testigo de ellas.
ResponderEliminarNi imaginas cuántas veces he vivido esta situación que describes.... Me ha tocado la fibra y me ha estremecido de admiración lo perfectamente que la has descrito, como si alguna vez hubieses estado en mi mente o en mi corazón.
ResponderEliminarQué triste y...que desperdicio de pasión.
ResponderEliminarLa complicidad de una pareja empieza donde acaba el silencio, pues la comunicación es imprescindible para conocerse y para evitar momentos como éste que describes, aunque...a veces apetecen unos momentos de soledad para descubrir nuevas sensaciones escondidas baja cada pliegue de la piel, camufladas bajo la vergüenza o revestidas por esos inútiles tabúes que han crecido con nosotros y nos obligan a compartir esas sensaciones con la almohada.
Muy bueno...y especialmente gráfico.
Un besi...de siam