domingo, 14 de noviembre de 2010

Desnudándote


        Siempre he sabido que el desnudarte lentamente es algo que te excita y hoy estaba dispuesto a ello. Cuando nos encontramos en la habitación, después de varios días de continencia obligada y deseos acumulados, te hubiera arrancado tu ropa a mordiscos, pero, en vez de eso, te rodeé con mis brazos y garabateé caricias desordenadas sobre tu cuello. Te apreté contra la puerta y por una jugarreta del destino el picaporte incidió sobre el broche de tu falda larga, que como una medusa sin agua quedó desplomada a tus pies.  Me gustó contemplar la absoluta desnudez de tus largas piernas que contrastaban con los retales que ocultaban la parte superior de tu cuerpo.

            Tus piernas parecían sonreírme desde la postura enhiesta que las levantaba sobre tus zapatos, con esos pies hermosamente acicalados por las salpicaduras rojas que cubría tu pintura de uñas. Mis dedos escalaron tus piernas, fluyendo, y gustando el tacto suavemente indefinible de tu piel. Llegaron a sus cimas donde una braga negra elaborada de encajes y hábilmente encajada en tus nalgas, actuaba como seducción.

            Retuve mis ansias y preferí seguir desvistiéndote. Llevabas un jersey abierto que fui desprendiendo a través de tus brazos, como quien pela una fruta sin prisas. Aprovechaba el deslizamiento de la lana sobre el brazo para que mis dedos arañaran con mimo tu piel arrancándote sensaciones escalofriantes. También mis dedos se engolosinaron con el sudor que perlaba sin comedimiento la tersura de tus axilas. Con todas tus extremidades al desnudo mis dedos se afanaron ahora en los botones de tu blusa. Fueron muy lentamente desprendiéndolos del ojal, como si se tratara de una despedida dolorosa, gustando el tacto ampulosamente carnoso de tus pechos desde detrás de la tela y disfrutando de aquella pasmosa lentitud con que iba quedando al descubierto más fragmentos de tu piel. Abrí tu blusa como si se desperezara una flor en primavera, captando que tu deseo iba superando al mío. Quedó al descubierto tu sujetador negro, Passionata, a juego con tus bragas que halagaban, con sus ribeteados de encajes, a tus pechos, más que sujetarlos. Deslicé mis dedos por la piel de tu pecho, sin llegar a tocarles su centro, que percibía más excitado al dilatar sus formas la suave tela negra del tu sujetador. Me gustaba que la tela adivinara de esa forma tus pezones. Muy despacio mis manos cubrieron tu espalda en gran galimatía como si fueran dando forma a tus espacios entre vértebras y con osada habilidad abrieron el broche de tu sujetador. Tu espalda quedó desnuda, no así tus pechos a los que la tela pareció aferrarse avariciosamente. Aunque no tanto...tus manos alrededor de la nuca dejaron que aquellos ribetes negros se separaran de tu cuerpo, con un leve soplo de mi boca, con lo que quedaron a mi vista, eufóricos, ambos pezones que compitieron entre sí solicitando el seguro abrigo de mis labios. Mientras ello ocurría, mis manos te desprendieron de tu braga y la entrada entre tus piernas a la más dulce de las salamanca quedó acariciada por el aire.
            Estaba agotado no sé si de esfuerzo o deseo. Me tumbé y te sentaste sobre mi boca con tus piernas abiertas. Por las comisuras de mis labios no tardaron en arroyarse canales de muy dulce sabor que se fueron abriendo hasta empapar todo mi pecho de ti. 

1 comentario:

  1. Tienes un blog muy original con los dibujos que imagino son tuyos al igual que los textos,muy buenos...en ellos te desnudas y desnudas...
    Gracias por tu visita,te sigo :)

    ResponderEliminar